Pascal Quignard: «El origen de la danza» Cap. III 'Insultar y exultar'

15 de agosto de 2025



 



1. ¿Qué es un insulto? Insultar a alguien, insultare, es tirarlo al piso. Ser insultado, en Roma, es ser arrojado al suelo, golpeado a patadas. El ser insultado es disminuido en su tamaño, ha caído de su estado, es humillado en su identidad, es pisoteado por el conjunto del grupo. Es estar por el piso. Humilis, humilianus, humanus, son tres palabras que significan humillado, humano, ctónico. Un niño cae de la madre en el mundo. El desecho cae del continente. La mierda cae de las nalgas bajo el cuerpo del comilón que ha dejado el mundo uterino y que en adelante vive en el día donde está agachado y donde empuja fuera de sí, en cada día que vuelve con el alba, el animal o el pescado o el ave que devoró el día anterior. El ciruja cae del mundo social. El mendigo sentado en el suelo y que tiende la mano para la limosna define al desdichado que no se levanta de una “decadencia” (una "mala caída”, una mala suerte que se ha vuelto, con el correr de los días y en la superposición de las horas, como un destino). Es el que cae, que a la vez cae “mal” y que ya no “anda”. Se apoya contra el pilar de la iglesia. Se acuesta sobre el respiradero cerrado con candado encima del subterráneo que corre entre la oscuridad y los gritos. Es como el depresivo que se desploma sin cesar en su propio vértigo. Es como el adolescente que se tumba en todas partes, se estira, ya no quiere seguir creciendo, ya no quiere ser consciente de su metamorfosis, ya no quiere participar, se duerme en todos los sillones, ocupa todo el banco del tren, recogiendo sus rodillas, metiendo su mentón entre ellas, durmiendo en la extraña bolsa que procura crear a su alrededor. 

2. Corrida de los españoles, tourada de los portugueses

España. El toro arremete en la arena, agarra al hombre que lo enfrenta, sus cuernos puntean, aciertan, abaten, perforan el cuerpo de pronto tirado (insultatus) que pisotea (insultat). Es la corrida de los españoles. 

Portugal. Los hombres, cada uno avanzando con las manos en la cintura del que lo precede, forman un largo dragón que se ondula frente al toro inmóvil y nunca ejecutado. El hombre que se encuentra adelante salta con los pies juntos, se arroja en dirección a los dos cuernos del toro que agarra bien con sus manos, trata de hacerle poner una rodilla en tierra. Tal es el sentido del verbo exsultare: saltar en el aire con riesgo de morir (por así decir, ensartado voluntaria mente en los cuernos solares) de modo de poder bajar (insultare) la cabeza del toro (la cabeza alfa del alfabeto de los fenicios, la letra aleph del aleph y beth de los hebreos) hasta el suelo. Es la tourada de los portugueses. 

3. Las tres danzas fundamentales 

Un día, Joaquín, el marido de Santa Isabel, se quedó mudo. “Entonces, en ese momento, Santa Isabel sintió un estremecimiento en el fondo de su vientre que no podía hablar en voz alta.” 

Ese salto, ese sobresalto, ese estremecimiento que no tiene voz alta (que no tiene lengua hablada), que se manifiesta en silencio en el fondo del útero, es San Juan Bautista que danza. La vieja danza prenatal se basa en el viejo silencio prelingüístico. 

Vorágine escribe exactamente: In matris útero tripudiavit quem voce non potuit. (En el útero de la madre pataleó algo que no puede ser dicho por la voz. Aunque también: En el útero materno tuvo lugar la danza de tres pasos (la danza en tres momentos) de alguien que no tenía voz para poder hablar.) 

La tripudiado -dos tiempos y uno más- prepara la saltatio extra uterina. “Saillir” [“sobresalir”], anticipando el nacimiento, se recoge en “tressaillir” [“estremecerse”]. Antes del salto, el sobresalto. El sobresalto de las entrañas es sensible con la mano, claro que invisible al aire libre, solamente un tanto visible bajo la piel del vientre donde el cuerpo fetal se desplaza, o se da vuelta, antes del surgimiento. 

El tripudium define la danza perdida. La saltatio lo continúa. Y culmina en la insultatio natal. Un pequeño cuerpo contenido es expulsado por un gran cuerpo continente, y cae en la tierra. Proveniente del reino de Poseidón, cae en Gaia: es Anteo. Aborda lo que los antiguos romanos llamaban la “orilla de la luz”. Al término de ese viaje, llega al aire (donde lanza su grito que se vuelve aliento regular) y luego su cuerpo y sus cuatro miembros entran en contacto con la tierra como pueden (es la insultatio natal). 

Finalmente, un día sobreviene la exsultatio genital, que ocurre dos veces siete años más tarde entre los humanos, especie animal en la cual la sexualidad y la sensación voluptuosa son extraordinariamente tardías. Es la erectio. La erección produce la exaltación erótica y provoca los extraordinarios trances corporales que el deseo saca a la luz. 

Resulta así que hay tres danzas fundamentales: saltatio intra-uterina, insultatio natal, exsultatio genital.


Quignard, Pascal El origen de la danza / Pascal Quignard. - 1ᵃ ed . 
Buenos Aires, Interzona Editora, 2017. 208 p.; 21 x 13 cm. 
Traducción de Silvio Mattoni

Foto: Manuel Braun

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Francisco Alvez Francese: Visiones de Josephine (1883-1968)

11 de agosto de 2025



Proemio

Jo. Déjate encerrar por el cuadro.
Sé buena, Jo. Déjate apresar por los duros marcos.
No es que yo quiera atraparte,
sólo ahí, ese instante. Esa luz que te golpea la mejilla
tan suavemente. Este minuto en que el sol va saliendo
o se oculta lejos, tras las montañas (si lo prefieres, Jo,
serán cerros). El tren es todo vértigo, pero no lo notas,
Jo, querida. Los libros no nos permiten estremecernos demasiado.
Siempre dentro de los márgenes de la hoja, ¿sabes?
Pero también soñamos, Jo. También caemos torpemente
sobre duras camas. Y para ver el día, así, desnudándote,
te cubres de una luz espesa.

Creo ver un lento armatoste rojo cubriendo el horizonte
y el cuadro luminoso sobre el verde parduzco.
Pero no sé, todo está en mi memoria, y tal vez me equivoque, Jo.
Yo no sabía que tus manos alguna vez serían mías,
pero ya te pintaba desde la infancia.
En alegres farolas, en los pliegues de un mantel,
en la sonrisa lastimera de una sombra.
Estabas conmigo, siempre en mi paleta, en mis pinceles o como un cristo sobre los lienzos.
Y te vi otro día esperar a que terminara la función.
El cine es también un paraíso, Jo,
me gustaría morir en un cine, en medio de una proyección.
No importa, esperabas, con la mano apenas apoyada
sobre el rostro. Esperabas con tu traje azul con una raya roja
de acomodadora. Y yo te vi al pasar,
difusa entre el humo. Pero cuando quise acordar
el humo no existía. Y la acomodadora no existías,
pero Jo, Jo. Sí que existías. Existías
en la sala de espera de un hotel. Mirabas a tu viejo marido
y en frente, existías leyendo, distraída, el tercer tomo
de aquella novela.
Bueno, eso lo digo ahora,
tal vez leyeras el catálogo
de una tienda, o la Guía Azul.
Creo, tímidamente, recordar que tu vestido era azul.
Yo no sabía que un día podría quitarte
de un tirón, todos los vestidos reales o imaginados.
Y que tendría por la mañana el sabor de tu sangre en mi boca herida.
Pero así, te pintaba en los cristales y en el miedo y en el sueño.
¿Estarías de luto? No lo recuerdo, pero el tren es un vértigo.
Claro, todo pasa tan de prisa cuando uno camina mirando
casi por el rabillo del ojo
a la gente. Pero siempre te tendré, Jo, para completar mis alucinadas vibraciones.
Me gustaría ahora, Jo, que te quedes un instante quieta
sentada desnuda, como estás, sobre la cama. Apoyada en la pared
blanca. Estira las piernas, así, con tus tacones. Con las manos
entrelazadas sobre las piernas. Da vuelta la página. Imaginemos
por un instante, este instante,
que el día termina. Y que el horizonte, cubierto de luces raras
es inalcanzable. Pero que no importe, no, Jo, no llores.
Que no importe, que todo lo que importe
sea la tarde precisa, las cuatro maderitas del marco.



1931

Lista para partir. O quizá recién llegada.
La soledad del viaje no se parece a la otra soledad,
la de la cama. Pero a veces son la misma.
La soledad de separarse y que todo termine
una vez terminado. El vestidito rosado ¿no quiere
romperse? Y el pelo ¿no quiere soltarse?
Y el libro ¿no anhela, en tus manos, su destrucción?
Todo tiende a la disolución, a la muerte.
El verde al azul, el marrón al rojo, el amarillo al gris.
Todo tiende a desvanecerse. Los sombreros también,
y las doradas bisagras de las maletas.
Por eso la cortina está entrecerrada.
Pero no sabía nada de esto, buscando algo en las líneas
continuas e insistentes de letras. Pero cuidado: el libro
está en blanco. Y la piel transparenta toda la habitación.
Ella no sabía nada, ni por qué ni cómo ni dónde ni quién
recorta arbitrariamente los muebles o los marcos
de la puerta. ¿La habrá dejado abierta? Es claro que la puerta
estaba cerrada. Ella nunca estuvo ahí. Quién sabe.
Ese sofá, la cama, la ropa levemente apoyada, la entrevista
sandalia. Quién sabe.
Sólo una puerta blanca
vista al pasar
por el corredor
vacío de un hotel.


1952

Claro que él nunca estuvo aquí.
Es un personaje de la literatura, o es aquél hombre
que en noches calurosas supo tirar las sábanas
lejos, acariciar los muslos y la espalda, besar
por incontables horas el mismo círculo.
Pero ahora está. El espejo no refleja nada.
Y ella no mira. Ser vieja es una incomodidad,
pero no hay vejez en ella. Un vestido rosado,
el mismo que compró con su esposo, Edward,
en New York, en 1928. Pero claro, el tiempo
se confunde. Se mezcla. Y entonces
una mano de 1931 y una mano de 1915,
y los ojos de 1949 y los senos de 1908.
No hay tiempo para la vida. Por eso se detiene
a cada instante a pensarse.
El tren vertiginoso está atrasado.
El fantasma triste lo espera, a punto de dejar,
esta vez para siempre, el cigarrillo.
Como si todo esto importara. Las tapas
negras del libro, los verticales poemas
delatan la existencia de un orden.
El simple hecho de esta constatación,
de la luz de sol entrando por la ventana,
debería alcanzar. Ella está levantando los ojos
lentamente, del libro al hombre.
No sé qué visión o qué silencio los puso allí juntos,
para siempre. A punto de desaparecer o de corporizarse
en esta habitación, de luz ambigua.


1941

La luz del reflector atraviesa la sala,
ojos ávidos, metal de saxofones.
Siempre quiso volar. No había forma, le dijo,
de volar, sin precipitarse al vuelo.
Sin alzarse, completamente abstraída,
sin alas, sin ropa, sin ojos que determinen
la ligazón con el mundo. Levantando apenas
los pies, impulsada por una extraña congoja
y por la vibrante música.
No basta el dorado, todo el dorado del mundo
ni toda la firme seguridad de las tablas así dispuestas.
El vuelo requiere otras disciplinas.
La luz no es necesaria. La boca sí. También
la caída.
Pero no va a volar, claro. Es sólo una imagen
en un cuadro. No iba a volar tampoco
en su club, no era siquiera así exactamente.
Fue más fácil recordar sus pechos,
sus brazos, su pelvis, su cintura, sus piernas,
que el recuerdo que llevaba, como una seda,
entre las manos. Fue más fácil completar
en otros borradores la imagen fiel.
No hay nada real aquí. Nada que no lo sea.


Epílogo

Ya no están las dos casitas sobre los blancos médanos,
se han ido los últimos parroquianos del bar y el frío
de las cañerías ha despoblado finalmente los hoteles,
las plazas, los cines y las avenidas.
Los perros, finalmente, se han diluido, como manchas,
en el trigo.
Ya no queda el payaso, ni el hombre feliz, ni aquel verso
que leímos una madrugada. Ya no queda la vida.
Vayámonos.
Pero queda.


Cuadros de Edward Hopper relacionados:

Al Proemio
Hotel lobby
New York movie
Soir blue
Compartment C Car
Eleven a.m.
Morning sun
A woman in the sun
Night windows

A 1931
Hotel room

A 1952
Hotel by a railroad

1941
Girlie show

Al Epílogo
Nighthawks
Cape Code evening
Two comedians







Texto incluido en el poemario inédito
Troilo (2013)

http://www.edwardhopper.net/
http://www.edwardhopperhouse.org/

Crepúsculo en Arcadia, blog del autor [FB] 
Foro original color de Fernanda Sesto (2014)




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Gustavo Espinosa: Diatriba del poeta pobre

6 de agosto de 2025




Cuando Pablo Neruda corrigió las galeras
de su Oda a la pobreza,
ya era inflado y lujoso como un globo aerostático:
un poeta parecido al tapir o a la luna
que ya había obstruido
cañerías laberínticas
de lentos transatlánticos, pagodas y embajadas,
con cagadas pomposas
(fabricaba fantásticos pasteles el poeta
con peces o con frutos de Rangún o de India
o con caviar birlado al bigote de Stalin).
Cuando el mismo Neruda
dijo que estaba en contra de las aristocracias,
de la tuberculosis en los picapedreros,
de la nariz de Nixon,
su vulcanología de pedos polifónicos
detonados mediante champán y madreperlas
ya había marchitado
corolas de sombreros, alas de fracs vultúridos
y narices de cónsules.
¡Viva Pablo Neruda!

Quien esto escribe, en cambio,
atesta con dentales su inédita diatriba
asistido por todas las tubas de su estómago
y por radios que cantan
sus alegres teoremas a favor de la pepsi.
Este poeta está siendo
acechado por flacos lavatorios de fierro
en piezas que se alquilan
solamente a suicidas o a mujeres que juran
no volver a ovular.
Este mismo poeta
que ha masticado oscuros objetos del infierno
—carne de perro muerto y plástico revuelto—
llora frente al vacío de las ensaladeras,
frente a un deslumbramiento de tomates perdidos,
y eructa una penumbra
de papas sin sentido.

Y este mismo poeta, junto a los habitantes
de algún Pirarajá o Kabul de la mente,
junto a otros para quienes
Ferlinghetti es el nombre de un auto supersónico
(o sería Lamborghini, o talvez Alighieri),
farfulla el jingle inmundo
del vacío. Se aturde
ante la muchedumbre de todo lo que falta:
el desierto de cielo y mar en las ventanas,
la fuga de ventanas
(lo que es decir paredes ciegas y cascarudas),
la huida del calor, el pimentón, o el hielo,
cuando no es que lo asedian
materia conjurada, artilugios traidores:
cacerolas convexas y quirófanos negros.
Luego:
sabe el poeta que una gallina arpía
del tamaño de un boeing
desprogramó la trama tremenda de la Eneida,
la transmutó en naufragio de las declinaciones,
que estableció su podre, su mina de parálisis,
su huevo miserable
dentro de la alegría:
piénsese en Maiakovski, la nube en pantalones,
o el pobre Roque Dalton;
o recuérdese a Góngora,
el cura alucinógeno,
entubado en sotanas torvas y culteranas
bajo el verano atómico del siglo diecisiete.

Es el poeta pobre
el mutante que ambula en un supermercado
fantasma («Viuda e hijos de Gutemberga & Co.»)
porno y superpoblado como un sueño del Papa;
es la vieja que traga
teleteatros vencidos
coprotagonizados por galanes de Marte,
y, como ella, merece
morir bajo el tamaño del elefante negro
de Quinto Horacio Flaco.


26/3/1989




En Cólico miserere
Montevideo, Ediciones Trilce, 2009

Foto: Gustavo Espinosa por Iván Franco


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Patricia Damiano - El punto débil



el corredor anuncia
lo que jamás ha de ser
a tierra en cielo, a voz en agua, lo que nunca
ha de fingir
exaltación de la vigilia

cruje ese libro extremo que la lluvia nos roba si hemos volteado
y la noche negra cabalga

y una forma que dijimos no importa
perturba
el pan

y la violencia que dijimos no importa
asciende
el hierro

y el cerro que dijimos no importa
es mujer periplo
cascada
o vos, hombre

y las sirenas ya gritan
y la cabeza tiniebla el interior del templo
y todo silbo vegetal insinúa
un después

y toda barca estalla diluvio
y dijimos no importa
toda
barca
nos lleva
adonde
no

no


En Playa Köchel (2007)




















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Agota Kristof: «Incluso tú»

13 de junio de 2025

 




La luz se apagó
nada tiene sentido
sin forma las figuras se alargan
hasta mi corazón que ahora
pronuncia la palabra
que entre golpes y miedos
no podía pronunciar

En las inmóviles calles sin vida
un hombre caminaba bajo la lluvia
y lloraba, recuerdas.

Dónde has terminado amor mío
no me atrevo a mirarte
así de dura es la distancia
entre los dos
y sin embargo te sigo buscando
Negra y amorfa
camino por la ciudad
de quienes son felices en pueblos
majestuosamente silenciosos
donde nadie me conoce
me detengo en umbrales extraños
y apoyo la frente en puertas cerradas

En las inmóviles calles sin vida
un hombre caminaba bajo la lluvia y lloraba

Recuerdas nuestras dudas

Las tardes blancas y silenciosas
se alejaban volando
y me sentaba en los bancos de siempre
mirando el agua segura
de que incluso tú te habías marchado




En Chiodi. Ed. Casagrande, 2018

Trad. Alejandro Oliveros
Foto: Agota Kristof, 2004, por Olivier Roller


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E. M. Cioran entrevistado por Gabriel Liiceanu

12 de mayo de 2025








Pregunta. A Sartre no quiso conocerle, o no trató de conocerle; con Camus tuvo usted un encuentro fallido. ¿Cuáles son los escritores con los que estableció auténticos lazos?

Respuesta. No he conocido a grandes escritores.

P. ¿Y Beckett? ¿O Michaux? 

R. Es cierto, éramos amigos. 

P. ¿En qué plano se situó su encuentro con Beckett? ¿Se encontraron por casualidad o les acercó una admiración recíproca?

R. Sí, había leído algo mío. Nos conocimos con ocasión de una cena, y después nos hicimos amigos. En un momento dado llegó incluso a ayudarme financieramente. Me resulta muy difícil definir a Beckett. Todo el mundo se equivoca en lo que se refiere a él, en particular los franceses. Todos se creían obligados a ser brillantes delante de él, y Beckett era un hombre muy sencillo, que no esperaba que le lanzasen paradojas sabrosas. Había que ser muy directo; sobre todo, nada pretencioso... Yo adoraba en Beckett ese aire que tenía siempre de haber llegado a París el día antes, aunque vivía en Francia desde hacía 25 años. No había nada de parisiense en él. Los franceses no le contaminaron en absoluto, ni en el buen sentido ni en el malo. Siempre daba la impresión de estar en la luna: Él pensaba que se había afrancesado un poco, pero no era así en absoluto. Ese fenómeno de no contaminación era pasmoso. Seguía siendo íntegramente anglosajón, y aquello me gustaba tremendamente. No frecuentaba mucho los cócteles, se sentía incómodo en sociedad; no tenía conversación, como se suele decir. Sólo le gustaba hablar con uno a solas, y entonces tenía un encanto extraordinario. Le quería muchísimo.

P. ¿Y Michaux?

R. Michaux era muy distinto, era un tipo expansivo e increíblemente directo. Eramos muy buenos amigos: incluso me pidió que fuera el albacea de su obra, lo cual rechacé. Era brillante, lleno de ingenio y...muy malévolo.

P. Creo que eso le gustaba a usted.

R. Sí, sí, me gustaba. Michaux ejecutaba a todo el mundo. Puede que sea el escritor más inteligente que he conocido. Es curioso como ese ser de inteligencia superior podía tener impulsos ingenuos. Por ejemplo, se puso a redactar obras casi científicas sobre las drogas y toda clase de cosas semejantes. Tonterías. Yo le decía: "Es usted escritor, poeta; no está obligado a hacer una obra científica, no la va a leer nadie". No quiso saber nada. Se empeñó en escribir volúmenes enteros de ese estilo, y no los leyó nadie. Hizo una tontería que no tiene nombre. Estaba marcado por una especie de prejuicio científico. "Lo que la gente espera de nosotros no es teoría, sino experiencia", le decía yo.

P. A propósito de lo que la gente espera de un escritor: una de las cosas que más ha intrigado a sus lectores rumanos y creo que a sus lectores en general, se refiere a su relación con la problemática de lo divino.  Cómo explica que de una familia religiosa - su padre era sacerdote; su madre presidenta de las Mujeres Ortodoxas de Sibiusaliera un contestatario de acentos blasfemos? En su juventud, si se atiene uno a lo que escribía en De lágrimas y de santos, soñaba usted con abrazar a una santa, imaginaba al propio Dios en los brazos de una puta... ¿Qué responde a los que se indignan por su vertiente blasfema?

R. Es una cuestión muy delicada, porque yo he intentado creer, y he leído mucho a los grandes místicos, a los que admiraba al mismo tiempo como escritores y como pensadores. Pero, en un momento dado, tomé conciencia de que me estaba engañando, de que no estaba hecho para la fe. Es una fatalidad; no puedo salvarme a pesar mío. Es algo que no funciona,pura y simplemente.

P. ¿Por qué no abandonó ese territorio entonces? ¿Por qué se mantuvo prisionero en él, por qué siguió negando a Dios y enfrentándose a el?

R. Porque no dejé de ser víctima de esa crisis, nacida de mi impotencia para tener fe. Lo intenté en numerosas ocasiones, pero ninguna de mis tentativas tuvo éxito. La de más resonancia se produjo cuando estaba en Brasov, en la época de De lágrimas y de santos.Escribí ese libro trufado de invectivas después de haber leído mucho en el terreno de la historia de las religiones, los místicos, etcétera. El libro debía aparecer en Bucarest, y un buen día el editor me llamó para decirme: "caballero, su libro no se publicará". '¿Cómo que no se publicará? ¡Si he corregido las pruebas! Una cosa así sólo puede pasar en Rumania'."He leído su libro", continuó, "y el tipógrafo me ha enseñado un pasaje. He hecho mi fortuna con la ayuda de Dios y no puedo publicar su libro". 'Pero si es un libro profundamente religioso. ¿Por qué no lo publica?'. "Imposible". Estaba muy triste, porque tenía que marcharme a Francia poco después...

P. ¿De verdad era un libro religioso?

R. En cierto sentido sí, aunque por negación. Así que me marché a Bucarest, muy deprimido,y recuerdo que me instalé en el café Corso. En un momento dado vi a un tipo a quien conocía relativamente bien, que había sido tipógrafo en Rusia. Me vio abatido y me preguntó: "¿Qué te pasa?" Se lo expliqué y me dijo: "Mira, yo tengo una imprenta. Te lo publico. Tráeme las pruebas".Llamé a un taxi para transportar todo. El libro salió cuando yo estaba en Francia, y apenas se distribuyó. En París recibí una carta de mi madre: "No tienes idea de la tristezacon la que he leído tu libro. Al escribirlo debías haber pensado en tu padre". La contesté que se trataba del único libro de inspiración mística que había visto la luz en los Balcanes. No conseguí convencer a nadie; a mis padres todavía menos que a los demás. Una mujer dijo a mi madre, que era la presidenta de las Mujeres Ortodoxas de la ciudad: "Cuando se tiene un hijo que escribe cosas semejantes del buen Dios, se abstiene una de dar lecciones".

P. ¿Cómo reaccionaron sus amigos? ¿Y la prensa? Sé que Arsavir Actérian escribió entonces un artículo muy duro en Vremea


R. Fue Eliade quien escribió las cosas más duras, pero entonces no supe nada. No descubrí su artículo hasta hace muy poco. Ignoro en qué periódico lo publicó. Muy violento. Se preguntaba cómo podríamos seguir siendo amigos después de aquello. También recibí toda clase de cartas indignadas.

P. La única persona que captó el sentido de los tormentos en que usted se debatía en ese libro fue Jeny Acterian, la hermana de Arsavir.


R. Sí, efectivamente. Me escribió una carta admirable. Es cierto que nos entendíamos muy bien. De todos mis amigos fue la única, realmente la única, que reaccionó así. Todos se pusieron unánimemente en contra del libro. Eso me llevó luego a hacer una tontería, porque, recordando aquel episodio, suprimí en la versión francesa todas las insolencias que suponía el texto inicial. Al proceder así lo vacié de sustancia.

P. Pero, ¿cómo es que la tentación de la fe se mantuvo intacta a pesar de todo, a pesar del desgraciado esfuerzo emprendido en De lágrimas y de santos.

R. La tentación siguió siendo constante, pero yo ya estaba demasiado profundamente contaminado por el escepticismo: desde el punto de vista teórico, pero también por temperamento. No hay nada que hacer: la tentación existe, pero nada más. Siempre hubo en mí una vocación religiosa, en realidad más mística que religiosa. Me es imposible tener fe, igual que me es imposible no pensar en la fe. Pero la negación siempre triunfa. Hay en mí una especie de placer negativo y perverso del rechazo. Me he movido toda la vida entre la necesidad de creer y la imposibilidad de creer. Esa es la razón de que me interesen tanto los seres religiosos, los santos, los que llegaron hasta el final de su tentación. Por mi parte, tuve que resignarme, porque decididamente no estoy hecho para creer. Mi temperamento es tal que en él la negación siempre ha sido más fuerte que la afirmación. Es mi lado demoníaco, si quiere. Y por eso tampoco conseguí nunca creer profundamente en nada. Me habría gustado, pero no pude. Sin embargo... Mire, le hablaba de la reacción indignada de Mircea Eliade tras la publicación de De lágrimas y de santos. Pues nunca dejé de pensar que yo era, religiosamente hablando, mucho más ponderado que él. Y desde el principio. Porque para él, la religión era un objeto, y no una lucha...digamos con Dios. En mi opinión, Eliade nunca fue un ser religioso. Si lo hubiera sido, no se habría ocupado de todos esos dioses. Quien posee una sensibilidad religiosa no se pasa la vida enumerando los dioses, haciendo inventario. No se imagina uno a un erudito arrodillándose. Siempre he visto en la historia de las religiones la negación misma de la religión. Es algo seguro, no creo equivocarme en ello.

P. ¿Sigue usted manteniendo este diálogo con las lágrimas y los santos?

R. Ahora, mucho menos.

P. ¿Qué balance haría? Su amigo de juventud Petre Tutea, con quien conversé recientemente, me confió que ahora le veía reconciliado con lo absoluto y con San Pablo.

R. No es seguro. A San Pablo le ataqué y le denuncié todo lo que pude, y no creo que en la actualidad esté en condiciones de cambiar de opinión sobre él; salvo, en todo caso, para satisfacer a Tutea. De San Pablo detesto la dimensión política que imprimió al cristianismo; lo convirtió en un fenómeno histórico, quitándole así todo carácter místico. Toda mi vida le he atacado, y no voy a cambiar ahora. Sólo lamento no haber sido un poco más eficaz.

P. Pero, de todas formas, ¿cómo pudo germinar en usted, educado en una familia religiosa, un encarnizamiento así?

R. Creo que era una cuestión de orgullo.

P. ¿De orgullo? ¿Ligado a la relación con su padre?

R. No...Bueno, desde luego no me agradaba que mi padre fuera sacerdote. Era una cuestión de orgullo en el sentido de que creer en Dios significaba para mí humillarse. Aquí hay un aspecto demoníaco, muy grave, ya lo sé...

P. Pero, ¿en qué momento tomó conciencia de ello, y empezó a poder hablar del tema como lo está haciendo ahora?

R. En el mismo momento en que empecé a interesarme por las cuestiones místicas, tal vez por influencia de Nae Ionescu, que daba un curso sobre misticismo. Fue entonces cuando me di cuenta de que era la mística, no la religión, lo que me interesaba; la mística, es decir, la religión en sus momentos de exceso, su lado extraño. La religión como tal no me interesaba, y me di cuenta de que nunca me podría convertir a ella. En mi caso, estaba garantizado el fracaso. En cambio, lamento enormemente haber apartado a mi hermano de
ese camino. Habría valido más que hubiese ido a un monasterio en vez de estar siete años en la cárcel y pasar por lo que pasó. ¿Sabe a qué me refiero?

P. Más o menos. Relu [Aurel Cioran] me contó...

R. Ocurrió en Santa, en la montaña cerca de Paltinis. Uno de nuestros tíos tenía allí una casa. Toda la familia estaba reunida y Relu nos anunció que quería entrar en un convento. Mi madre estaba un poco inquieta. Habíamos cenado todos juntos y después Relu y yo salimos a dar un paseo. Hablé con él hasta las seis de la mañana para convencerle de que cambiara su decisión. Le expuse una increíble teoría antirreligiosa, sacando todo lo que podía, recurrí a argumentos cínicos, filosóficos, éticos...todo lo que pude encontrar contra la religión contra la fe, todo mi nietzscheanismo imbécil de la época, todo, ¿comprende? Verdaderamente todo lo que podía exponer en contra de esa inmensa ilusión, lo dije todo. Y acabé con estas palabras: "si, después de haber escuchado mis argumentos, persistes en la idea de ser monje, no te volveré a dirigir jamás la palabra".

P. Pero, ¿por qué tal saña y, en el fondo, tal chantaje?

R. Era una cuestión de orgullo: yo que me ocupaba de la mística, yo que había comprendido, ¿no estaba en posición de hacerle ceder? "Si he fracasado en convencerte", le dije, "eso significa que no tenemos nada en común". Le manifesté todo lo que había en mi de impuro.

P. Fue verdaderamente diabólico. ¿Tenía usted el derecho de obligarle moralmente de esa manera?

R. No, por supuesto que no. Por ejemplo me habría podido contentar con decirle que no tenía sentido...pero el encarnizamiento con el que quise persuadirle fue verdaderamente diabólico. En aquella noche espléndida, tenía la impresión de que se libraba un combate entre Dios y yo mismo. Por supuesto, también expuse que querer llevar una vida monástica en Rumania era de entrada, un compromiso, que no podía ser una estafa. Pero mis principales argumentos eran serios y de orden filosófico. Lo que hice entonces me ha parecido más tarde de una extraordinaria crueldad. Por lo tanto, me he sentido en cierto
modo responsable del destino de mi hermano, que fue trágico.

P. Ha hablado de crueldad. De hecho, la crueldad se encuentra en usted estrechamente asociada a la sinceridad. ¿Cuántos hombres pueden permitirse este grado de sinceridad, tan duro de soportar para los demás? ¿A dónde llegaríamos si todo el mundo cultivase esta enorme sinceridad que le caracteriza?

R. Creo que la sociedad se disgregaría. Es difícil de decir, sin duda las sociedades decadentes practican la sinceridad hasta el exceso.


P. ¿Qué es lo que le empuja a decir las cosas que la gente sabe a ciencia cierta, pero que se niegan, puede que por pudor, a expresar? Todos sabemos que el rey está desnudo, que vamos a morir, que el horror, la enfermedad, la miseria mortal existen. ¿Por qué transformar lo negativo, lo macabro, en resultado de su sinceridad?

R. No es macabro, es nuestra cotidianeidad misma. Todo depende, sin embargo, de la manera en que se experimenta, de dónde se pone el acento. El lado trágico de la vida es a la vez cómico y si se tienen en cuenta sobre todo este lado cómico...Mire los borrachos, que son totalmente sinceros: su comportamiento no hace más que ejemplificar esta cuestión. Reacciono ante la vida como un borracho sin alcohol. Lo que me ha salvado, para decirlo vulgarmente, ha sido mi sed de vivir, una sed que me ha mantenido y me ha permitido vencer a pesar de todo mi pesimismo...

P. El hastío.

R. Sí, el hastío, la experiencia que me es más familiar. Mi lado mórbido. Esta experiencia casi romántica del hastío me ha acompañado toda mi vida. He viajado mucho, lo he visto todo en Europa. Por todas partes por donde he ido me ha embargado un inmenso entusiasmo; y al día siguiente, el hastío. Cada vez que visitaba un lugar me decía que era allí donde habría querido vivir. Y después, el día siguiente...Ese mal que me posee y acaba por obsesionarme.



Entrevista publicada en Babelia, suplemento literario de El País, el 24 de Junio de 1995.
Originalmente apareció en Entretiens, Gallimard. Tusquets la publicó en castellano en un volumen de entrevistas en 1996




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Adolfo Bioy Casares: «Borges», Martes 7 de diciembre de 1954

7 de diciembre de 2024



Martes, 7 de diciembre. Llama Borges y me felicita por El sueño de los héroes, al parecer sinceramente. Me cuenta la lectura de Manucho de unos apuntes para una novela en preparación: «No parte de una situación o de unos personajes. Parte de una situación que no es nada. Por ejemplo, una vieja que vive sola en una quinta. Después agrega episodios que le divierten, homosexualidad, porque es moderna (?), algunos muchachos que él conoce, la historia de ese príncipe portugués que fue al baile y que nadie se le acercaba porque no sabían cómo tratarlo, si de Alteza, Monseñor o Señor y que al final se quebró ese hielo y conoció le tout Buenos Aires. Yo creo que escribe novelas porque es chismoso. Después el lector se pregunta lo que quiso decir el autor, y es precisamente lo que el autor nunca supo».


Comenta también: «La gente dice que la Historia de la filosofía (¡o el Diccionario!) de Ferrater Mora es buena porque en ella figuran las filosofías de España y de la América Latina. Es una idea muy casera: buscan a Francisco Romero y lo encuentran. Es como si se alegraran de encontrar en una enciclopedia de medicina a la Madre María... La gente que elogia a ciertas Historias de la literatura en diez tomos, diciendo: "todo está" y "el autor lo sabe todo", suelen señalar, en la misma frase, que hay un volumen suplementario sobre la literatura nacional, escrito por Giusti u otra autoridad indígena. Es como una fotografía a la que le pegaran un pedazo para añadir personas que no salieron, o un cuadro alegórico al que se le agregaran, para exponerlo en Buenos Aires, las figuras de San Martín y de Belgrano. Ha de haber una edición bantú, con un tomo sobre la literatura bantú, firmado por una autoridad caníbal, desnuda y retinta».







En Bioy Casares, Adolfo: Borges

Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona, Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006

Imagen: Bioy Casares y Borges en la Librería de la Ciudad, Galería del Este
Buenos Aires, 1979


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Nasser Rabach: «Piedra angular»

28 de noviembre de 2024




Nada me mata a mí, nada.
De a poco voy muriendo, oh Nâzım Hikmet,
más despacio, oh Ritsos.
Pasan ante mí presos ancianos, dicen: “¿me recuerdas?”
Entonces sé quién soy.
Una cárcel vacía. Muertos de paso me saludan agitando la mano,
yo los invito a cenar recuerdos.

Pero
a mí nada me mata, nada.

De a poco voy muriendo, oh Lorca,
leños se contemplan junto a un hogar apagado,
un viejo sin dientes quiere cantar, pero se le confunden los significados.
Calle pierde puerta y ventana cada día.
Aviones cruzan el cielo.

Pero
a mí nada me mata, nada.

De a poco voy muriendo, oh Darwish,
dos millones de mártires ascienden hacia Allah, descalzos y desnudos.
Con ollas vacías perturban el sueño de la vieja Roma,
echan al aire los nombres de sus hijos
y de los cielos llueven cánticos.

Pero
a mí nada me mata, nada.

De a poco voy muriendo, oh Al-Nawab,
más despacio, oh Neruda.
La guerra estira sus piernas hasta florecer la gangrena
como ave exhausta que cepilla de sus plumas las esquirlas de llanto.
Con tiempo médicos compran tiempo para salvar las lágrimas de las madres.
Y a mí nada me mata, nada.

Pero yo, amigos míos,
con muerte grabé mi nombre sobre una piedra invisible,
me convertí en la piedra angular del sitio.





















Gaza, 26 de noviembre de 2024

Nasser Rabah nació en Gaza en 1963 y vive allí hasta hoy. Obtuvo su ‎licenciatura ‎en ‎Ciencias Agrícolas en 1985, antes de trabajar como Director del ‎Departamento de ‎‎Comunicación en el Ministerio de Agricultura gazatí. Es miembro ‎de la Unión de ‎‎Escritores y Autores Palestinos y ha publicado cinco colecciones de ‎poesía en lengua ‎‎árabe. Una colección de sus poemas en inglés, traducidos del árabe por Emna Zghal, ‎Khaled al-Hilli y Ammiel Alcalay, se publicará el año próximo.‎

Trad. del árabe al hebreo: Hani Saloum
Trad. del hebreo al español: Yonah Kranz a quien agradezco este texto y la información sobre su autor.



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Esteban Peicovich: Curriculum

9 de noviembre de 2024

 






Nací (es un decir).
Guardo entre gasas mi único cadáver,
aquel cordón umbilical que ella mantuvo
en escondite de múltiple avaricia
hasta dármelo a la edad de mis sesenta.


Tozudo soy como una rosa.
Y sucesivo como las hormigas.
Lento, hasta ser todo invierno.
Y dulce hasta mis huesos.


Fui una sólida monja hasta ser padre.


A mi primera hija se la robé a su madre
un día en que el amor andaba
de animal aturdido dando tumbos
casi de farra loca por la casa
y lo atrapamos.


Tengo otra hija con la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro lado del océano,
dos nietos que por dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que resiste riendo
la inundación y el tiempo.


De mis cuatro esposas,
la primera se ahogó en sus propios ojos,
la segunda fundó una maternidad,
la tercera regresó a su sitio natural
de un cuadro de Filippo Lippi
y la cuarta me arropa y alimenta
y con cuchillo de azúcar
hace de mi dos hombres que la aman.


Por mi árbol genealógico ha descendido
tanta gente que me hace ruido dentro.
Desde el minero empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el licenciado
(a pleno día se me ve la noche.)


Por la palabra, al artefacto que soy
le fue dada la rosa en consideración,
el cordero en cuidado
y el silencio de Dios en cautiverio.


Sílaba a sílaba, comparto el gineceo
de las palabras que me aman.
Un mujerío que teje/desteje como Safo
mi inconcluso diccionario perplejo.


Se presentan, ahora, asuntos nuevos:
del girasol se fuga el amarillo.


Llaman a la puerta. Es la humedad.


Ni el licor de lo eterno, ni Sherezade,
ni la picadura súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que reviva lo que olvido.


Veré de poner música esta noche.
No vaya a ser que tope con un golpe
de dados y mi azar no lo sepa.




Fuente: Esteban Peicovich, La bañera azul
Madrid, Libertarias / Prodhufi, 1994


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Han Kang, Premio Nobel de Literatura 2024, cuatro poemas

12 de octubre de 2024

 






La escritora surcoreana Han Kang, de 53 años, ha ganado el Premio Nobel de Literatura 2024 por su «prosa intensamente poética que afronta traumas históricos y revela la fragilidad de la vida humana», en palabras del jurado. Entre sus libros publicados en español destacan las novelas La vegetariana —con la que logró fama internacional—, La clase de griego y Actos humanos.

Kang comenzó su carrera literaria en 1993 con la publicación de cinco poemas en la revista Literature and Society. Dos décadas después recopilaría parte de su obra poética en el poemario Dejo el atardecer en el cajón, inédito en español. Ofrecemos aquí cuatro de sus poemas.




Mark Rothko y yo — Muerte en febrero

Sin nada que declarar por adelantado,
no existe relación alguna entre Mark Rothko y yo.

Él nació el 25 de septiembre de 1903,
murió el 25 de febrero de 1970.
Yo nací el 27 de noviembre de 1970
y sigo viva.
Es sólo que
a veces pienso en el espacio de nueve meses
que separa mi nacimiento de su muerte.

Sólo unos pocos días
después de aquella mañana temprano en que se cortó las venas
en la cocina aneja a su estudio,
mis padres unieron sus cuerpos
y poco después una mota de vida
se debió quedar alojada en el tibio útero.
Mientras en el invierno tardío de Nueva York
su cuerpo aún no se habría descompuesto.

Eso no es algo maravilloso,
es algo solitario.

Me debí quedar alojada como una mota
cuyo corazón aún no había empezado a latir,
sin saber nada del lenguaje,
sin saber nada de la luz,
sin saber nada de las lágrimas,
dentro de un útero rosado.

Entre la vida y la muerte,
febrero como una brecha
que perdura,
perdura y finalmente sana.

En la tierra a medio derretir, todavía más fría,
su mano aún no se habría descompuesto.

(Traducción de Ángel Salguero a partir de la versión en inglés de Brother Anthony y Eun-Gwi Chung)




Negra casa de luz

Aquel día en Ui-dong
caía el aguanieve
y mi cuerpo, compañero de mi alma,
temblaba con cada lágrima derramada.

Sigue tu camino.

¿Dudas?
¿Qué sueñas, flotando así?

Casas de dos pisos encendidas como flores,
a su abrigo aprendí la agonía
y hacia una tierra de alegría aún inexplorada
extendí la mano como una tonta.

Sigue tu camino.

¿Qué sueñas? Sigue caminando.

Hacia recuerdos que se formaban sobre una farola, caminé.
Allí miré hacia arriba y dentro de la pantalla de luz
había una casa negra. Una negra
casa de luz.

El cielo estaba oscuro y en aquella oscuridad
aves residentes
volaron librándose del peso de sus cuerpos.
¿Cuántas veces habría de morir para volar así?
Nadie podría sostener mi mano.

¿Qué sueño es tan hermoso?
¿Qué recuerdo
brilla con tal fulgor?

El aguanieve, como las yemas de los dedos de mi madre,
recorre mis cejas despeinadas
golpea mejillas heladas y de nuevo
acaricia ese mismo lugar.

Date prisa y sigue tu camino.




El invierno a través de un espejo

1

Mira la pupila de una llama.
Azulado
ojo
con forma de corazón
lo más caliente y brillante
aquello que la rodea
la llama interior naranja
lo que más parpadea
lo que rodea de nuevo
la llama externa semitransparente
mañana por la mañana, la mañana
que parto a la ciudad más alejada
esta mañana
el ojo azulado de una llama
mira más allá de mis ojos.

2

Ahora mi ciudad es mañana de primavera, si traspasas el centro de la tierra, taladras recto hasta el centro sin vacilar, aquella ciudad aparece, la diferencia horaria allí exactamente doce horas menos, la estación exactamente medio año atrás, de modo que aquella ciudad es ahora una tarde de otoño, como si siguiera en silencio a alguien aquella ciudad sigue tras la mía, para cruzar la noche para cruzar el invierno espero en silencio, mientras mi ciudad deja atrás a aquella como alguien que te adelantara en silencio

3

Dentro del espejo espera el invierno
Un lugar frío
Un lugar totalmente frío
tan frío
que los objetos no pueden temblar
tu cara (congelada una vez)
no puede hacerse añicos
No extiendo mi mano
tú tampoco
quieres extender tu mano
Un lugar frío
Un lugar que se mantiene frío
tan frío
que las pupilas no pueden vacilar
los párpados
no saben cómo cerrarse (juntos)
Dentro del espejo
espera el invierno y
dentro del espejo
no puedo evitar tus ojos y
tú no quieres extender la mano

4

Dijeron que volaríamos durante todo un día.
Dobla bien veinticuatro horas métetelas en la boca y
entra en el espejo dijeron.
Cuando haya deshecho la maleta en una habitación de esa ciudad
debería aprovechar para lavarme la cara.
Si el sufrimiento de esta ciudad en silencio se me apodera
me quedaré rezagada en silencio y
cuando no estés mirándolo me apoyaré
un momento en la espalda escarchada del espejo
y canturrearé despreocupada.
Hasta que, habiendo doblado bien veinticuatro horas
y habiéndolas escupido empujadas por tu lengua caliente,
vuelvas y me observes

5

Mis ojos son dos cabos de vela que gotean cera mientras agotan la mecha, no es abrasador ni doloroso, dicen que el temblor del núcleo de la llama azulada es el advenimiento de las almas, las almas se sientan en mis ojos y tiemblan, canturrean, la llama externa que se balancea en la distancia oscila para llegar más lejos, mañana partes hacia la ciudad más lejana, aquí estoy yo ardiendo, ahora pones las manos en la tumba del vacío y esperas, la memoria te muerde los dedos como una serpiente, no te abrasas ni te duele, tu inquebrantable rostro no se quema ni se hace añicos.

(A partir de una traducción de Eva Gallud basada en las versiones inglesas de Sophie Bowman




Baile en silla de ruedas


Las lágrimas
se han convertido ya en costumbre,
Pero eso
no me ha devorado.

Las pesadillas también
se han convertido ya en costumbre.
Ni siquiera una noche de insomnio que incendie
todos los vasos sanguíneos de mi cuerpo
puede tragarme por completo.

Mira. Estoy bailando.
En una silla de ruedas en llamas
sacudo los hombros.
Oh, intensamente.
No tengo magia,
ni métodos secretos.
Es sólo que no hay nada
que pueda destruirme por completo.

Ni un infierno,
ni una maldición
o tumba,
tampoco ese sucio y helado
granizo ni el pedrisco
como hojas de cuchillo
pueden aplastarme.

Mira,
estoy cantando.
Oh, silla de ruedas
que escupes intensamente llamas,
baila silla de ruedas.

(Traducción de Ángel Salguero a partir de la versión en inglés de Brother Anthony y Eun-Gwi Chung)

Fuente textos y foto (sin atribución)

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