Patricia Damiano - Chacal de noche

19 de abril de 2007



Chacal de noche


Sabes qué significa salir al balcón bajo un cielo que me abandona. Nos abandona a todos: hemos perdido. Un azul tan perverso, tan víscera solidez pesadumbre cárcel, tan desequilibrado pesa sobre mi torre. Cuelgan del insomnio la innúmera farsa y la embestida que sabía cruel. No es la noche la que me abriga, es el lápiz que me escribe, las calles polvorientas que la soledad dicta en Chiapas, en Sevilla, en Constantinopla. Es un alfil que ignora su destino y salva la partida, oscuro. Dame la clave, sé la clave. La clave pronuncio y me devuelve los nombres, los que he olvidado y el tablero de mármol que mi pie ha marcado para siempre.

Llueve mi árbol. No tiene fruto.

Desisto.

Me renuevo.

Muero, espada de bronce.
Renazco, Puebla de los Ángeles. San Cristóbal en la infancia. Color de nuez.

Un cuarto con una ventana pequeña donde el águila insiste; las huellas de la sangre en la pared del no-olvido. Hay una herida roja en cada ladrillo, y yo soy ese muro.

Sabes qué significa una lágrima en mi yema. Un ardid, una trampa. El solsticio de verano cuando ya no amamos el verano. Muere, estaré viéndote. Es mi modo de pactar.




El reino


En verdad ella no ha gritado, cree que nunca. Cree que nunca llora y que los pájaros se adueñaron de su garganta pero él busca un olor a sal anticipada, huye las yemas, los dientes, huye por el cuello, trata de soltarse de ese cinturón de noche cárcel piernas que no huyen. Cómo saber si golpearla es el único placer cuando se piensa repulsivo. Tal vez dibujar la espalda de esa mujer cruel con alas de niebla, a cuchillo, con el mismo cuchillo. Su mano tensa detiene una rodilla en el abrazo justo. No tiembla, debe sofocar el grito que lo ensordece de tan esperado pero el sol se le va de la boca. Ya huele a mar su pelo silencioso. Ya los dedos. Teme que no esté gritando, que diga quererle; eso sería inadmisible. Por la ventana pequeña entra la última tarde en pedazos pero el hombre espera su reino, el reino de mármol donde una túnica blanca cuando las ojivas se diluían en la noche. Sus manos le parecen ajenas, acarician a la mujer adagio, la buscan lluvia, no responden.

Sabe que nada le complace. Todo no es y es en el vacío. Sabe que no hay retorno, que no puede destrenzar las horas y quedarse en el pentagrama de los sueños con aquella otra mujer furiosa y furtiva que tantas veces había amado.

Otro pájaro anuncia su canto vehemente y entonces ella gira y le tiende los ojos, más oscuros que cuando los inventaba, más abismo, más caldero, más nombre estallando silencio, los primeros acordes de un arco listo. Los cuerpos están allí. Ella no gritará que lo quiere. El hombre lo sabe y tiene miedo. Toma la daga, piensa en la pared de su cuarto. Piensa en la palabra que ella está susurrando por vez primera, la que siempre escribían.

Ha cerrado los ojos para concederle el deseo.

Un búho se acerca a la ventana. La luna ha entrado altiva y pisa roja los cuerpos quietos.




Phaeton


Clementes hospedaron
A duras Salamandras llamas vivas;
Su vida perdonaron,
Y fueron rigurosas, como esquivas,
Con el galán idólatra que quiso
Morir como Faetón, siendo Narciso.

Francisco de Quevedo
Túmulo de la mariposa



Detendrás el carro del hijo del sol, todo ha atardecido, el desierto alberga ese carro mi precipicio tu bosque; otro salmo parece la piedad y el rito, la inicial de tu nombre, la inquieta calma.

Las serpientes.
La alianza, cuando el muerto dice.

Dice el muerto que soy. Que eras y seré jamás.

Cuando la sonrisa se adelanta, sabrás sabremos sepan, mortales, que no hay mensaje.

Sólo una cintura fría justifica el sueño. El sol y este universo. Y aquél
y la sed del río.

Resiste el calor sobre la espalda del hierro. Luego, un golpe. Luego, el río.

Leteo. Luego, los mares luego. Luego después a medianoche
esa luna, inocente, perenne virgen.
Inacabado árbol esta mañana. Has respirado la pesadilla, fuimos.


Luego otra página, una deuda.





Lady Macbeth

Llevad la bienvenida en los ojos, en la lengua,
en las manos, y presentaos como una flor de inocencia;
pero sed la serpiente que se esconde bajo esa flor.

Shakespeare - Macbeth, Acto I, Escena 5 (Lady Macbeth)



No seas mi dios. Acercame ese anillo que sibila como un cuervo en la noche de Escocia, cuando el hechizo si culpa si la sangre lavando el agua lavando el hueso herido hiriendo la lanza en mi costilla. Un inquisidor llamará a la puerta, invento un cerrojo. La torre. Lady M. dice dominio dice derrota. Has visto mi espejo en mi cabello rojo. Has visto mi cuerpo blanco en el castillo, cuando brillábamos y ya no. Corría el surco en la espalda del rey, como aceite sobre mi estatua, Macbeth. Macbeth, te amo. Te perdono porque te he parido, letal, hades. Me inmolo si salvarte pudiere y sabemos que no puedo ¿ves mis dedos, roja ciénaga piel de oso bajo nuestro desamor mi cabello húmedo?

Alabame, soy mortal y conozco al impío. No hay partida que concluya de una vez. Las serpientes no han podido. Lady Macbeth cerró tu puerta, abrió el eterno río. Dijo el permanente barro. Lavó sus manos púrpura. Dejó las caricias en el agua sucia, esa que nos atormentaba cuando nos abrazábamos si trébol frío, trébol y calma, trébol robado cuando no

toda noche.

Esta mañana es la tragedia.
Alguien está muriendo y sabemos que son todos.
Sos
Macbeth
mi rey
idiota.




Ajedrez



Mueven blancas: me saco el anillo, voy de andén en andén, la higuera ya no florecerá, torre avanza hacia el rey inmóvil, una gota se cuela y es sal perpetua en los labios. Volvamos sobre el silencio de los labios. Un pájaro ha cosido su sonrisa a la estaca. Mueven negras: el frío entra bisturí cadalso entraña pertenencia. Qué soy. Una mirada en la guerra, un ojo que la revolución construye cuando el hambre. Artificio o transmigración, la rosa estruja sus espinas en la garganta de la madrugada. Mueven blancas: la inicial del vacío. ¿Has leído la música griega? Se suelta de su carnadura, Pat, para resistir. Un caballo corcovea su imperioso don. Avanzan negras: alfil desde el fondo de la noche; lleva máscara. El chacal atisba, bajo las nubes. Hay dioses observando. El chacal espera una víscera, una, sobre la arena.

En el tablero ha quedado sólo un corazón.

Mueven blancas.

Una pieza ha caído sobre el tablero de mármol blanco y negro, bajo las ojivas. Es frío bajo los pies que no vacilan. Burzum, desde el precipicio. Es tiempo de las negras, sangre en las paredes y en mi túnica. La música reúne los despojos. Mi pie se adelanta, descalzo. Es tan pálido, lleva un hilo de oro en el tobillo. Deja la huella murmullo herida en el desierto.

Grito.

El estertor silba. Un águila se posa en la ventana pequeña y mira hacia dentro. La habitación resbala. No hay jardín. Mueven blancas. Sobre la pared, apenas yo, desleída en el pasado, construida, potente. Detestada como se detesta en estos casos.




Gothic


Esta noche el viento ha de aterir nuestra ventana. Diles que escriban el viento en la mansión oscura. Que convoquen la palabrasilenciotajo. Diles que beberán en exceso de la copa de jengibre. Se batirán con dios si dios accede.
Y luego el sueño y el cuchillo y el borde de las historias.

Cede a mi deseo; sobre la mesa habrá papel blanco y tinta y un cuenco vacío. Los que escriben están escuchando el miedo vegetal, esta muda criatura por nacer, esta medianoche.

Y serás agonía, y el cántaro.

Ellos permitirán que el amanecer se demore.

Ve, convócalos para mí.

Pactaremos.


Byron herirá la calma con sus ojos de hermano solo. Te tenderá la pluma y le dirás que sí. No serás Shelley esta noche ni el ángel ni la clave que todos buscan. Vendrás y te irás como la espuma. En las escaleras, el mármol guardará tu sombría pena descendiendo. El monstruo se está gestando con otro nombre.

Acaso pide a gritos lo nombremos.

Diles que esta noche el viento es más que una espada.




La especie



Bajo apercibimiento de morir decapitado, convócame. Todo es atroz en el mundo de los insectos.

Vuelve al criterio único: salvar la especie.

El poema es eso, sobrevivir a toda costa. Somos el peor de los infiernos y decimos ser dichosos si el sol se alza, ineludible. Mira la lapicera deslizándose sobre el papel, ella es sierpe y perjura en la nieve.

Una noche barroca, las rodillas sobre el suelo, la inquietud de algunas danzas.

Ve por el borde hasta reconocerme. Allí me tuerzo, como una alimaña, en el estupor.

Sólo el candor te destruye al nacer, larva y placenta y túnica. Un secreto en ciernes.

Todo podría ser mentira.




El agua



Dentro de mí, herido. Ella dijo la primera palabra y fue partera e incinerante, las cenizas que espero. Vuelve al recuerdo con ojos ulcerados: vuelve. Cada vez.

Ay de mí, se apiada Segismundo. Oh, pérfido, serás clausura. Los cerrojos temblarán en tu lengua. Cadenas de oro en el tobillo y una túnica como mortaja. Levanta el duelo, pronuncia el árbol que adivinamos y la rosa en el agua. El agua.

El agua

El agua sólo la mano sólo la pérdida sólo el lienzo. El cuarto a oscuras, la sílaba de una sinfonía perfecta. Escondíamos la daga como una clave siniestra y entonces el agua otra vez.

El guijarro.

Abre la mano, un guijarro he dejado por la noche y uno por el precipicio. La mano se abre a esos dones y amanece. Regrésame la vía láctea antes de que todo sea resurrección migaja.

El río o Parménides, decías aquella madrugada, y no, no hubo error.





Brindis gótico



Giro la copa contra el sol. Un corazón se licua y no lo reconozco. Pasa la noche como una estación de tren, sobre el cuerpo, una y otra vez. Una guitarra se desliza por mis puertas. Giro la copa, el dedo infinito sobre su borde. Gimen oboes mientras el universo se expande y todo contempla.


No hay prisa, la carcoma aguarda y todos saben de qué hablo. Horas exequiales se aproximan a la barca. Me busco en el libro no escrito, en la palabra que no fue, en el lapso de otra burla.

Me llamo a tregua.

Escucho, lejanamente, un llanto en el cerrojo.




Bajorrelieve



Toqué la tinta antigua; no es la cereza rescatada del caos, dije. Dijo. Inútilmente al margen, arrió las velas y Ulises, el grande, fue vapor indómito. Una parcela del espejo me anticipó vagabunda, floración herida. Pájaro en el tablero que un alfil somete. Odió al amo por un trozo de pan adúltero, el carozo del mármol.

Soy la noche en su lámpara y en sus aguas. Una maquinaria de la mañana con el corazón en parto.
Las ciudades me nombraron Lot pero fui la lengua del mar en la ventana, una sílaba.

Dijo la comunión, esta tarde. Así es él: salta, animal, a nuestros ojos. Convertiremos este arbolillo en selva sobre el borde helado, en la línea roja de tu casa.




La cacería


Escribes la cacería como puedo dibujar la marcha de los alfiles, sobre el muro blanco y negro la oblicua sombra. La cacería de la noche me anunciaron. No era Uriel, luminoso. Ni Oscuro, en las batallas celtas. Era el pozo en el espejo, la luna en los aljibes de la historia nueva, el acaso intolerable universo de Borges en El suicida.

El mar no vacila. Vacila la presa y se despide. Abre tus brazos para mi cuchillo: te daré el sueño, no el olvido.

Escucho el rumor de un chacal en el viento de la espada: es el arco del silencio herido. La vereda de esta calle repite los gritos. Un tigre, echado contra el sol, todo volcán amarillo y eterno, acecha a su víctima. Tiene ojos de fuego. Tiene hambre.

Las cosechas se han perdido.

El hambre.

Un absoluto. La cacería.

Escribes mi sombra y la última frontera. Has escapado a las antiguas cicatrices. Dices que te has rasgado, otra vez, la piel para ofrecerme las heridas de hoy las ballestas de hoy ofrecerme la orilla donde dibujarte cuando ya no hay tiempo y la sangre y todo se reúne y todo es la cacería y entonces hiede y seduce y entonces vuelves, vuela la palabra violenta y es este castillo de piedras una solemne injuria dime si la cacería ha sido un sueño, otro sueño sucumbir ganarle a la garganta ser este fragmento.




Casta diva



María canta, adolecida; esperaba resguardarse en el sueño. Llegó sin coraza, por primera vez, hasta la pesadilla.

Encontró unas manos demoníacas, traviesa clepsidra sobre su espalda, que querían dibujar la forma de un sueño. Una burla.

El pecho obtura y las sábanas son un alba sucedánea que no consuela.

- Me vestiré con una rosa bermeja y un aroma vegetal.

Las pezuñas sucias del fauno hirieron pechos tan blancos, y al despertar, una coraza interrumpía el orden, junto al lecho.




Coutelle


Anduvieron la calle en declive. Todo era declive azul. Todo ascendía.

El arbolillo boqueaba verde entre los pedazos de cerámica. Se hubiera dicho una estatua en abandono. Ella se había puesto en pie para restaurar la traza de su túnica. Ella no sabía restaurar la traza de su túnica. Vio su costado y las heridas. La túnica en el suelo y aún el suelo bajo de sí. Hubiera entonado algo que no fuera un gemido, como para honrar los azares de dios. Erguida, sabía que estaba cayendo y el piso se le antojó un pantano. Los dedos buscaron las paredes pero era un pozo huidizo, y ese dolor como única constancia.

No había sombras sobre el muro ni pudo escribir su nombre. Sólo el lado azul le dio una clave, una risa de chacal o de Sísifo, el llamado salvador que no entendía. Una mancha.

Había un espejo. Hay un espejo, Coutelle.




Don’t disturb


Ella absorta, hijo. Y vos, absorto. Y vos, en deuda. Y ella, en aventura ininteligible. Y las noches áridas, y el espejo que ni has sospechado cuando anunció que alumbraría a un monstruo. Y las calcinadas tardes del octavo mes, no has pensado en eso, hijo, hijo, padre. Has sabido de esa palabra, si padre. Sabemos de esa palabra, si también Pandora. Una sola vez mirame, antes de la barca y antes de la horca. Antes del cartel don't disturb.




Lucifer caído



A la luz de una vela redonda la madrugada enrojece. Dos velas desiguales. Vino oscuro. Las baldosas están frías. A través de las puertas del balcón la noche tiene volumen. Sin querer tomamos café.

Música que yo no puse. Voz que no es la mía. Digo con menos palabras. Música que llega como un sacrificio ritual y que es la inflexión de algún camino.

La piel estalla a salvo. Fuera y dentro, azul, está.

Te pienso como la mano que me ayudó a sostener la noche. Sé que sos tan nocturnal como tu única puerta; es el crepúsculo, aunque sonrías cuando el sol sucede y sonrías más cuando el día alto. Pero el búho de Palas Atenea sólo levanta vuelo al anochecer; no hay otra sabiduría que la crepuscular.

Había olvidado qué es el encuentro.

Yo también humo, ni columnas ni refugio.



Sed


La partida he ganado: soy este cuarto y la voz, esta voz del alarido cuenco diatriba. Casta diva y Fassade en la calma incierta. El bosque debe su misterio a la mariposa, al gusano. Diles que somos uno y lo mismo. Hubo un disparo y esta espada que entona su aire en el espacio, y hay la sangre que no duele. Los caballos se desbocan; tiéndeme a Mishima muriendo, él sabe que el honor es un placer cautivo y que lo has perseguido en el rumor de una hoguera. Juega conmigo en el revés del océano. Estaré porque has sabido que el error te apuñalaría a las cuatro.

Y fue adiós un oboe, su canto de sierpe.

De nuez la sílaba, sin traiciones.

Cree el sable poblar la saliva y el cabello que te desmiente. Somos este cálculo del mar y de las torres. Tú, la torre. Tú la altura. Tú un animal herido que gemirá cuando también hiera este durazno.

Haz secreto, pide un oasis: olvida la sed.




En la corte


Petronio se reclina sobre el mármol, junto a la fuente y las uvas. A su lado, la esclava.

Es otro el César.

Es otra Roma. Y hasta el fuego es otro.

Séneca escribe para nosotros mientras delibera el futuro del imperio con los generales y los jefes de tropa. Petronio sólo piensa en la libertad. Un filo a su lado lo tranquiliza.

Ella es morena. Juega con sus dedos mate sobre el peplo y en las trenzas. Petronio la está abandonando con el rigor de los principios. Toma la daga y no quiere escuchar ya.

Ya Roma arde y Nerón cae, sin más.

La esclava liberada suelta las palomas de su sangre. Su muñeca herida busca las venas abiertas de Petronio, sobre el mármol, junto a las uvas. Fuera del palacio, la historia truena.




Caer sidin


Has visto despedazar la pequeñita alquimia. Has visto que es posible rehabilitarla. Belgranotown, criptoprimavera, este barrio bajo. Has escuchado la risa del mono en rosa madreselva; has visto doce ídolos de piedra para encantar cruelmente al insomne, has visto la luna con mi imagen de plástico. Has visto dos edificios y una sombra. La colina blanca y todas las cortes.
He estado en el país de la Trinidad, donde esperabas.
Una noche dije vuélame los sesos y no obedeciste.

El disparo fue a media tarde.
Eso supe, y te ofrecí los tumultos del mundo.
Instrucción muy enrarecida el día del fallo.




Séptimo sello


No seas mi dios, alábame. Sostiene este anillo que sibila como un verso en la noche de Escocia, cuando el hechizo. Un inquisidor llamará a la puerta; invento un cerrojo. La torre, donde una pared es el atavío caníbal.

Alábame, conozco al condenado. No hay partida que concluya en una orilla. Las serpientes no han podido y la tragedia es una culpa mordiéndonos, la sonrisa de un mortal.

Esta mañana es la tragedia. Deshora. Templo.

Debo nadar sin mares, perpetua, como exigen la ley y la bruma.




Melodrama S. XIX


No te vayas, David, ni a la France. Una década ha pasado. Rommel sobrevivió. Simón sólo el instante, el mío. Todos estamos tristes y la montaña cae. Tuve un encuentro con el conde, dijo algo de Guillermina. Mientras bebía tu café traté de recordar la turquesa mar, pero hubo una vacilación del agua, eso que se siente al abrir los ojos después del insomnio, esa zanja espesa de herida pútrida
y entonces
cómo discernir.

Me obligo a la teoría.
Me desentiendo así del suicidio. Y entonces, Gea, la que todo preside, habla de un orden.
De algo, fuera de tiempo.

Oye, la arena silba. Silba. Oye. La arena.










2 comentarios:
Sergio 18 de agosto de 2007, 1:26 a.m.  

Me gustaría saber si donde dice (en La Especie): Sólo el candor te destruye al nacer, lava y placenta y túnica. Un secreto en ciernes.

Debería decir: Sólo el candor te destruye al nacer, larva y placenta y túnica. Un secreto en ciernes.

Son bellos, lateralmente creativos. Me gusta como has jugado con la gramática y la sintaxis, así dan ganas de seguir leyendo.

Un abrazo y suerte. Seguiré por aquí hasta que me cierren las puertas.

Patricia Damiano 18 de agosto de 2007, 11:28 a.m.  

Efectivamente, es laRva. Ya lo corrijo y agradezco tu lectura atenta.

Espero sigas aquí con ese ánimo.
Ya lo corrijo.

Gracias otra vez.

Pat

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