Fernando Quiñones - Arte poética
29 de septiembre de 2007
Una noche, el viejo Caedmón,
aquél que siempre se avergonzaba y rechazaba el arpa
al llegarle su turno de cantar, dejó la mesa,
se fue a dormir a los establos para cuidar de las caballerías
y en su sueño le dijo un hombre:
«Cántame alguna cosa».
«No sé cantar, por eso vine aquí».
«Cantarás —le instó el otro— voy a decirte qué:
el origen del mundo».
Caedmón cantó y no sabía
qué iba diciendo, nunca
oyera hablar de aquello que nombraba,
pero cantó y cantó entre el áspero
olor de los caballos y el vaho acuchillado por el frío,
y al despertar recordó el tema:
la creación del mundo.
Nunca llegó a leer. Los monjes
de Hild le referían pasajes
de los libros antiguos y Caedmón los rumiaba
como un limpio animal y los hacía
verso. Cantó así la venida del hombre,
miles de nacimientos, de agonías,
las migraciones, el Mar Rojo,
hasta Cristo y sus enseñanzas
antes de que la Iglesia las ajase.
Así de sabio y de inocente el canto que quisieras para ti.
Caedmón (siglo VI o VII) es el primer poeta inglés cuyo nombre se ha conservado.
Beda refiere la onírica historia de su obra.
En http://www.lucernario.org