Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari: El eterno viajero ("En diálogo", I, 3)
4 de junio de 2019
Osvaldo Ferrari: Me gustaría que usted me explicara, Borges, y creo que lo mismo les ocurre a nuestros oyentes, ante este segundo viaje suyo al Japón, que incluye además, a Italia y Grecia, qué es lo que determina esa excelente predisposición suya a los viajes, que, por lo demás, parece haber crecido en los últimos años.
Jorge Luis Borges: Una razón sería la ceguera, el hecho de sentir los países aunque no los vea. Y, además, si me quedo en Buenos Aires, bueno, mi vida es... pobre, debo estar continuamente fabulando, dictando. En cambio, si viajo estoy recibiendo nuevas impresiones, y todo eso, a la larga, se convierte en literatura —lo cual no sé si es una ventaja—; en fin, pero yo trato de seguir... aceptando y agradeciendo las cosas. Creo que si yo fuera realmente un poeta —evidentemente, no lo soy—, sentiría cada instante de la vida como poético. Es decir, es un error suponer que hay, por ejemplo, temas poéticos o momentos poéticos: todos los temas pueden serlo. Ya lo demostró Walt Whitman eso, y Gómez de la Serna a su modo también; el hecho de ver lo cotidiano como poético. Hay una frase que dice... sí: "reality stranger than fiction": la realidad es más rara que la ficción, Y Chesterton lo comenta aguda y justamente, yo creo; él dice: "porque la ficción la hacemos nosotros, en cambio la realidad es mucho más rara porque la hace otro, el Otro: Dios". De modo que tiene que ser más rara la realidad. Y ahora que digo aquello de otro, recuerdo que en la primera parte de La Divina Comedia... claro, la primera parte es el "Infierno", ahí no está permitido el nombre de Dios, y entonces lo llaman el Otro. "Como quiso el Otro", dice Ulises, por ejemplo, porque el nombre de Dios no puede ser pronunciado en el Infierno. Y entonces Dante inventó ese hermoso sinónimo: el Otro. Que es terrible además, ¿no?, porque significa, bueno, que uno está muy lejos del otro, que uno no es el Otro. Por eso, en La Divina Comedia el nombre de Dios ocurre, bueno, ya ha podido ocurrir en el Purgatorio, porque ahí están en el fuego que los... purifica, y en el Cielo, desde luego, pero en el Infierno no —se dice Otro— y suele imprimirse con una "o" mayúscula para que no haya ninguna duda.
—Cierto, ahora, volviendo a este viaje en particular, qué finalidades, o qué buenos pretextos tiene para realizarse.
—Bueno... uno de los buenos pretextos es ese generoso, inmerecido doctorado honoris causa que recibiré en la Universidad de Palermo, en Sicilia. Es decir, voy a conocer el sur de Italia. Yo conozco el admirable norte, conozco Roma... claro que puedo decir, como todos los occidentales, "civis romanus sum”: soy un ciudadano romano. Ya que todos lo somos; hemos nacido en el destierro, un poco a trasmano. Pero ahora conoceré el sur, la Magna Grecia. Puede decirse que el Occidente comenzó a pensar en la Magna Grecia. Es decir, parte en Asia Menor, y en el sur de Italia. Qué raro que la filosofía empezara, digamos, en los arrabales de Grecia, ¿no? Bueno, ahí empezaron a pensar los hombres, y hemos tratado de seguir pensando después. En fin, esa excelente costumbre empezó en la Magna Grecia. Y luego, bueno, el sur de Italia significa otros grandes nombres. Significa Vico, por ejemplo, tan citado por Joyce por su teoría de los ciclos de la historia. Y quizá, quien ha escrito mejor sobre estética: Croce, del sur de Italia también. Y el Marino, además, el máximo poeta barroco; que fue maestro de Góngora. Bueno, en fin, hay tantos recuerdos del sur de Italia. Pero yo querría conocer el sur de Italia, y eso me falta hasta ahora, como tantas otras cosas, ya que si uno considera, no diré lo vasto del universo, pero sí lo vasto del planeta, lo que un hombre puede ver es muy poco. Yo he pensado a veces, cuando la gente me dice que he leído mucho, que no. Si uno se imagina, bueno, todas las bibliotecas del mundo o una sola biblioteca; digamos... la Biblioteca Nacional de la calle México. ¿Y qué ha leído uno?, unas páginas. De lo escrito, uno ha leído unas páginas nada más, y del mundo, uno ha visto unas cuantas visiones. Pero, cabría pensar que en ésas están las otras, es decir, que platónicamente uno ha visto todas las cosas, y que ha leído todos los libros. Aun los libros escritos en idiomas desconocidos. Por eso se dice que todos los libros son un solo libro. Yo he pensado, tantas veces, que los temas de la literatura, bueno, son escasos, y que cada generación busca ligeras variantes, cada generación reescribe en el dialecto de su época, lo que ha sido escrito ya. Y que hay pequeñas diferencias, pero esas pequeñas diferencias son muy, muy importantes, como es natural, por lo menos para nosotros. Bueno, yo vaya recibir ese muy honroso doctorado en Palermo, en Italia, y después otro no menos honroso pero más raro por una reciente universidad griega: la Universidad de Creta. Yo conozco Creta ya, pero jamás pensé recibir un doctorado cretense, lo cual me acerca de algún modo... bueno, no preciso que me acerque, y... al laberinto (ríe). Además, creo que Doménico Theotocopulos, el Greco, era cretense también, ¿no?
Bueno, y luego tengo que asistir a un congreso en el Japón, y en junio creo que vaya recibir un doctorado... desde luego de una de las más antiguas universidades del mundo, una de las más famosas: la Universidad de Cambridge. y ya soy doctor honoris causa de Oxford, la otra universidad rival. De modo que voy a ser doctorado en esas dos famosas universidades.
Si recordamos, veremos que en Europa las primeras universidades fueron las italianas. La primera la de Bolonia, creo, después vinieron las de Inglaterra, después las de Francia, y creo que, en último término, las de Alemania, Heidelberg.
—Ahora, en Italia parecen estar particularmente compenetrados con su obra, desde hace tiempo.
—Y... sí, aunque eso de que les guste mucho podría indicar que no la han leído (ríe), pero yo creo que a pesar de haberla leído me aprecian, ¿no?, lo cual no deja de asombrarme un poco. Sí, Italia ha sido muy generosa conmigo. Bueno, el mundo ha sido muy generoso conmigo. Yo no creo tener enemigos personales, por ejemplo, y además, quizá cuando uno llega a los ochenta y cuatro años, uno ya es, de algún modo, póstumo y puede ser querido sin mayor riesgo, ¿no?, sin mayor incomodidad, posiblemente sea una de las formas de la vejez.
—Los japoneses también parecen sentir cierta curiosa predilección por expresiones típicas de nuestro país, como la música, por ejemplo.
—Sí, por el tango. Cuando yo les dije que el tango era casi olvidado en Buenos Aires, que se oía mucho más rock, se sintieron un poco escandalizados, aunque les gusta el rock también, desde luego. La mente japonesa es muy hospitalaria, usted ve cómo ellos, sin renunciar a su cultura oriental, ejercen admirablemente la cultura occidental. Y creo que, por ejemplo, en Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania, están alarmados por los progresos de la industria del Japón. Todo lo hacen mejor, y además con un sentido estético. Por ejemplo, un grabador japonés, un telescopio japonés, una afeitadora japonesa, bueno, son más livianos y más elegantes, para no decir nada de las máquinas fotográficas y de los coches también. Y las computadoras también parece que las hacen mejor.
—Pero también hay otros rubros. Por ejemplo, Adolfo Bioy Casares me regaló un libro japonés, una hermosa edición. Se trata de los Cuentos breves y extraordinarios escritos por usted y él en el sesenta y siete, que se publicaron en el Japón en el setenta y seis.
—Yo no sabía eso, yo no tenía ninguna noticia. Sí, nosotros compilamos ese libro más o menos para aquella fecha, pero mis fechas son muy vagas. La verdad es que estoy perdiendo la memoria, pero guardo lo mejor, que son, no mis experiencias personales sino los libros que he leído. Mi memoria está llena de versos en muchos idiomas, yo jamás he tratado de aprender un poema de memoria, pero los que me gustaban se han quedado, y ahí están. De modo que yo podría decirle versos en muchos idiomas, sin excluir el inglés antiguo; el anglosajón, por ejemplo.
Y yo creo que muchos versos latinos también, pero no sé si sé escandirlos bien, quizá me equivoque en la cantidad de sílabas, pero, en fin, yo recuerdo más lo que he leído que lo que me ha pasado. Pero claro que una de las cosas más importantes que pueden pasarle a un hombre, es el haber leído tal o cual página que lo ha conmovido, una experiencia muy intensa, no menos intensa que otras. Aunque Montaigne dijo que la lectura es un placer lánguido. Pero yo creo que se equivocaba, en mi caso la lectura no es lánguida, es intensa. Supongo que en el caso de él también, ya que si usted lee los ensayos de Montaigne, las páginas están llenas de citas latinas, a las cuales han tenido que agregarles la traducción ahora, porque el latín, desgraciadamente, es una lengua muerta. En cambio, antes era el idioma común de toda Europa culta. Un bisabuelo mío, el doctor Haslam, bueno, no podía costearse Oxford o Cambridge, entonces fue a la universidad de Heidelberg, en Alemania. Y volvió, al cabo de cinco años, con su título de doctor en Filosofía y Letras, sin una palabra de alemán. Había dado todos los exámenes en latín. Un latín muy británico sin duda, ¿no?, pero suficiente para, bueno, para esos exámenes. Actualmente, no creo que se encuentre a un profesor capaz de tomar esos exámenes; en aquel tiempo, sí. Bueno, un amigo mío, Néstor Ibarra, me dijo que en su casa los obligaban a usar el latín durante el almuerzo y la comida. Toda la conversación tenía que ser en latín, me parece que está bien.
—Eso, en Buenos Aires.
—En Buenos Aires, sí. Y Montaigne, creo que él tenía un tutor alemán que le enseñó, no el alemán —era una lengua bárbara entonces— pero sí el latín y el griego. Se acostumbró al manejo familiar de esos idiomas.
—Ahora, quiero preguntarle: usted sabe que hay escritores que dicen que los viajes les producen una gran distorsión, algo así como un desconcentrarse, como una violenta irrupción en sus vidas y en su escritura, que después les cuesta recomponer.
—A mí no me pasa eso. Yo vuelvo, digamos, enriquecido con mis viajes, no empobrecido, y menos distorsionado.
—Inciden positivamente.
—Usted dirá que soy tan caótico que no puedo desordenarme mucho (ríen ambos). Empiezo siendo un desorden, es decir, un caos. Qué cosa, esa palabra "cosmética" tiene su origen en cosmos. El cosmos es el gran orden del mundo, y la cosmética el pequeño orden que una persona impone a su cara. Es la misma raíz, cosmos: orden.
—Entonces, habría una posibilidad cósmica u ordenada en estos viajes suyos.
—Esperemos que sí, sería muy triste viajar en vano. En todo caso, es tan lindo... sobre todo despertarse. Uno tiene... cuando uno se despierta no sabe muy bien donde está, pero si al despertarse piensa: estoy en Nara, la antigua capital del Japón, muy cerca está la gran imagen del Buda... es muy grato eso, aunque yo no pueda ver la imagen, por razones obvias. Sin embargo, el hecho es el poder decirse esto en un lugar así, bueno, que para uno es un lugar romántico, lleno de sugestiones; bueno, como es el Japón para mí. Yo conozco los dos extremos del Oriente: conozco el Egipto y conozco el Japón, pero querría conocer, y espero poder hacerlo algún día, querría conocer sobre todo la China y la India, y me gustaría conocer Persia también, pero, es más difícil eso... el Irán ahora... pero yo quisiera conocer el mundo entero.
—Pero debe hacerlo. Bueno, vamos a seguir conversando sobre este viaje suyo, aunque por hoy debemos despedirnos, pero seguiremos conversando sobre esto.
—Espero que sí, dentro de una semana conversaremos.
Título original: En diálogo (edición definitiva 1998)
Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari, 1985
Prefacio: Jaime Labastida
Prólogos: Jorge Luis Borges (1985) & Osvaldo Ferrari (1998)
Foto: 1970. Blind Argentinian writer Jorge Luis Borges after receiving his Doctorate of Letters from Oxford University
(Photo by Keystone/Getty Images)
(Photo by Keystone/Getty Images)