Luis Buñuel: Alucinaciones en torno a una mano muerta

15 de abril de 2013



Un hombre está leyendo tranquilamente en su escritorio. Son alrededor de las once de la noche. Ante él, un grueso libro abierto.
En ese momento comienza a oírse de fondo una música sobrenatural.
Oímos, lejano, el canto de un gallo. Como un eco, se oye el mismo canto más cerca, pero con la banda sonora pasada al revés. Arde el fuego en la chimenea. Se oyen extraños ruidos. Uno de ellos despierta la atención y las temerosas sospechas del hombre: es como si una mano hubiera roto brutalmente las cuerdas de algún instrumento musical.
Son las once de la noche. Oímos el carillón de la torre de la iglesia desgranando las horas y, como reverberación de un eco, el mismo carillón, pero con el sonido al revés.
El hombre mira a su derecha. Ve el cordón del timbre de su habitación oscilar como movido por una mano. Decididamente alarmado, mira con miedo a su alrededor.
"Click, click, click". (Sonido que recuerda el producido por el dedo medio al chasquear contra la base del pulgar).
"Click, click, click".
Un libro cae del anaquel. Se desmoronan los troncos en la chimenea.
El hombre seca el sudor de su frente con un gran pañuelo, que coloca ante él, en la mesa, nerviosamente.
"Click, click, click".
Esta vez el ruido llega desde la mesa, cerca del pañuelo. El hombre está muy asustado.
Ve como el pañuelo se mueve lentamente. Sus pliegues se mueven como los pétalos de una flor carnívora. (Esta toma y las siguientes con el pañuelo y la mano, al ralentí).
Súbitamente, la más inesperada y horrible cara aparece entre los pliegues del pañuelo, que envuelve el extraño rostro como un sudario.
El rostro no tiene frente, y entre los dos minúsculos e inhumanos ojos negros una nariz afilada y fofa sobresale encima de una boca sin dientes y solamente dotada de mandíbula inferior. Este rostro se convierte lenta e inesperadamente en una mano que empieza a deslizarse hacia el aterrorizado personaje. (Esta cara está formada por una mano cuyo dedo medio corazón hace de nariz, formando el pulgar la mandíbula inferior. Los ojos son dos puntos negros como dos perdigones.)
El hombre se levanta y retrocede, mientras la mano continúa deslizándose. (En todo momento ha de verse la mano deslizarse y no caminar, porque entonces podría ser asociada de inmediato con la representación de una rata común).
Cuando la mano alcanza el borde de la mesa, cae al suelo de plano, produciendo un ruido similar al de una palma abierta al golpear un montón de masa.
La mano permanece un momento inerte, atontada sobre el suelo.
El hombre empieza a reaccionar. Su miedo va trocándose en rabia, pero aún retrocede cuando la mano inicia de nuevo su avance. El hombre se rehace y rebusca en sus bolsillos como si intentase encontrar un arma. No tiene nada. Mira en torno suyo buscando algo con que aniquilar a su obstinado enemigo.
Cerca de él ve una pequeña estatua de bronce sobre un pesado podio de mármol. Rápidamente, aparta la estatua, levanta el podio en sus brazos con fuerza y lo deja caer con furiosa decisión sobre la atosigante mano. Queda casi destrozada. Dos o tres dedos sobresalen de la base del podio. Los ojos del hombre se abren sorprendidos.
El podio se desliza en dirección suya. La mano carga con él como un caracol su concha.
Aparta el podio a puntapiés a toda prisa e inclinándose coge la mano por el dedo corazón. Los otros dedos cuelgan lastimosamente, fofos e inarticulados como un guante.
El hombre se dirige a la ventana, la abre y arroja fuera la mano, pero apenas ha conseguido desembarazarse de ella cuando la mano regresa como empujada por un viento imaginario y se estrella contra su cara con la palma abierta, repitiendo el característico ruido de una mano que golpea la masa.
El hombre agarra otra vez la mano y la tira por la ventana, cerrándola de inmediato. Esta vez está seguro de haberse librado de ella.
Aún jadeante regresa hacia su escritorio, cuando de pronto su rostro se contrae con repulsión y horror. Con las manos en su pecho y los ojos desorbitados ve cómo los dedos de la mano salen lentamente de su camisa medio abierta y la mano emerge de su propio pecho.
Loco de rabia, coge con decisión el órgano mutilado y lo sujeta furiosamente con su mano izquierda mientras empuña una daga con la derecha.
Se dirige a la mesa y coloca la mano muerta sobre ella.
Las dos manos izquierdas, la viva y la muerta. El espectador desconoce cuál de las dos manos es la muerta.
Primer plano del hombre con el rostro enfurecido y alzando la mano derecha, en la que empuña la daga, mientras dirige una mirada de odio a las manos situadas sobre la mesa. Baja la daga. Hace descender el puñal.
Primer plano de las dos manos izquierdas. El puñal atraviesa una de ellas. Alarido de dolor. Una de las manos ha quedado clavada contra la mesa por la daga. La otra comienza a deslizarse. El hombre ha atravesado su propia mano.
Con decisión, extrae la daga y detiene la mano deslizante con un simple golpe de puñal, clavando por fin la mano muerta sobre la mesa.


Luis Buñuel 
5642 Fountain Avenue, 
Hollywood (28), California 



Inédito. Aunque lo ofrezco traducido, el original está en inglés. Buñuel me lo proporcionó al darle a leer un esbozo del prólogo de este libro y estimar que venía a abundar en la temática de la mutilación y de lo muerto inanimado-animado. Realmente, encaja como anillo al dedo.

Esta secuencia fue escrita en mayo de 1944 y registrada en la Screen Writers Guild el 14 de noviembre de 1945 con el número 30.454. Buñuel la presentó a Roben Florey y Peter Lorre, a quienes gustó la idea. No así a Wüliam Jacobs, el productor, por lo que todo quedó en agua de borrajas. Por eso fue grande la sorpresa de Buñuel cuando el 13 de junio de 1947 vio en México la película The beast with five fingers, dirigida por Florey e interpretada por Lorre, y comprobar que había utilizado su proyecto adaptándolo al gusto del director. Ya aparecía un embrión de la idea en Un perro andaluz y la reivindicó de nuevo introduciéndola en El ángel exterminador. La confusión de lo vivo y lo muerto (la mano del hombre y la mutilada) reproduce el problema del doble, aún planteado con mayor claridad en Un perro andaluz, y que aquí se refuerza con la banda sonora al reproducir a la inversa, como en un espejo, y emplear un método de desdoblamiento de imagen por el estilo de la Gestaltheorie o de la paranoia critica de Dalí un objeto que resulta ser otro: el rostro deforme y mutilado que se convierte en una mano amenazante.



En Luis Buñuel, Obra Literaria
Introducción y notas Agustín Sánchez Vidal
Zaragoza, Edición Heraldo de Aragón, 1982
Fuente foto


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