Macedonio Fernández - La metafísica, crítica del conocimiento. La mística, crítica del ser

20 de agosto de 2010




En esta sucinta introducción a la Mística usaré asertos y términos provisionales, infieles; sin ello no tendría idioma con el lector.

El Hombre es la unidad místico-práctica; lo humano del hombre es esta adunación. Es tan práctico como el cordero que se ampara del cierzo, tras el tronco amplio. Y tan místico que a veces por enfatizar el ser, porque algo sea siempre y sea más -el ser es el credo de la mística- concibe; para contrastarlo, la muerte. ¿Cuál? La suya propia, pues si es requerido que algo muera, quien precisará morir es él, cuyo vivir es el del Mundo, pues en esta perplejidad o defecto de su vocación mística confunde vivir y percibir. ¿Dónde su muerte? En el pasado y porvenir, palabras de dos muertes, de los que hace vivos para que contengan su muerte propia imposible. La palabra del ser es el presente. Cree figurarse a veces que su individuo psíquico comenzó en dado tiempo y que será otra vez nada en tiempo que vendrá; que es preexistido y postexistido por el mundo.

Esta frustración es, creo yo, una obtención momentánea de la Estética o costa de la Mística. Sólo Tragedia es Beldad y sólo Muerte es Tragedia. Todas las bellezas son la actuación de la muerte; son el vivir de la muerte, su alusión. Lo bonito, ha dicho Schopenhauer, es lo opuesto de lo bello. ¿Por qué? No lo dice, y creo poder decirlo: porque no nos conversa de la muerte. Unas veces la practicidad, otras la estética, confunden o interrumpen la vocación mística.

Las únicas muertes que el hombre conoce son aquellas a que se sobrevive: el sueño profundo, el desmayo y los múltiples mínimos instantes de cada día en que nada se siente o piensa. Esto no lo detiene de creer a veces que concibe una muerte que dure tanto como el porvenir. Tampoco lo lleva a advertir cuán poco se dependen el cuerpo y el alma, el espectáculo cotidiano suyo de que el cuerpo exista sin alma, sin pensamiento, sin sentimiento, lo que toma mitad de su tiempo de vida individual. Porque algo se rompe cree, a veces, el hombre, que muere, y sus despertares cotidianos, el nacimiento suyo de cada mañana, sin escándalos de la Materia, no alcanzan, a veces a retenerlo en su sentido místico; cuando bien significa ese fácil desentenderse del alma y cuerpo que el vínculo de causa les es extraño. Toda la mística está en este aserto: Ser y Presente son una sola noción. Unidas en el hombre la facultad mística y práctica, ocurren rebases de ésta en aquella. La practicidad, como la estética, desordenan a veces la actitud mística de distinto modo. Meras practicidades como son la causalidad, el tiempo, el espacio, el yo, la materia, echan fantasmas en el alma mística y engendran perplejidades como la envuelta en esta pregunta o seudopregunta: ¿Cómo fue causada la realidad? ¿Cómo empezó? El asombro de ser, de que algo sea, es obra de esta confluxión, y la crítica del conocimiento o metafísica la remueve, con su aserto único: tiempo, espacio, causalidad, materia y yo nada son, ni formas de juicio, ni intuiciones. El mundo, el ser, la realidad, todo, es un sueño sin soñador; un solo sueño, sólo un sueño y el sueño de uno solo, por tanto, el sueño de nadie, tanto más real cuanto más es enteramente un sueño. Lo irreal, la inexistencia, es la Materia, supuesto excitante de aquel sueño; la materia, lo que nunca pudo ser, pues, no es soñable.

El ser, o todo lo que es, es un almismo o psiquismo; de otro modo, el mundo externo-interno de lo dualistas (que no son tales sino monistas de lo externo pues sólo conciben la acción directa de lo externo sobre lo interno, lo que es inconcebible), es cualquier acción entre dos sueños o mundos, es todo almático.

Llamarle almático, psiquismo, sueño, es todavía dualismo, es lenguaje infiel. El ser es único, específica y causalmente, y, por lo tanto, inclasificable.

La externalidad, la materia, "nuestro cuerpo", y el cuerpo de nadie, no poseído psíquicamente, o cosmos, nada son, no son, son inexistencias. Los estados que llamamos de percepción existen como estados, pero sin objeto; el ser, el mundo, no es de percepción. No hay Objeto; somos lo percibido; y lo que "somos" cuando percibimos nada es sino el estado de percepción sin sujeto. La percepción, la copresencia sujeto-objeto, es irreal. Todo "lo somos", no "lo percibimos". Todo lo es el sueño; lo que no es sueño, no es. La materia, lo que nos pre-existe y nos post-existe, nada es, ni sustancia ni apariencia. Sólo el ensueño, el estado, lo sentido, es, y es todo sustancia, y los otros "mi cuerpo" o cuerpos poseídos o cuerpos supuestos, causa inmediata de sensibilidad, como materia, nada son.

El solo pensamiento místico: la identidad Ser-Presente, comporta que ser y no ser es imposible, lo mismo en distinto tiempo. Esta concepción es la única que tomo de otro pensador: es una magnificencia de Schopenhauer, una posesión que mi propio pensamiento creo nunca me hubiera traído.

Mis tesis propias, o, por lo menos, de propia investigación, son: La Intensidad es la categoría mística. Es desconcertante que los metafísicos tan abundosos de explicaciones y asombros ante la Extensión, no hayan dado admisión y confesado al interrogante de la Intensidad, que quizás abarca toda la Especificidad o Variedad. Sea especificidad, variedad o intensidad, éste es todo el problema de la mística.

Dos sueños, Espíritu y Materia, o un sueño y una realidad, no podría entreactuarse, y sobre todo sólo uno podría conocerse. Uno de ellos sería una mera palabra, como lo es la Materia; jamás conoceríamos uno de ellos y, entonces, ¿qué sería de él?

Es contradictorio y vacío creer representarse que un mundo impresiona a otro. Si la materia impresionara a la sensibilidad, la impresión misma ¿qué sería? Tendría que ser un estado psíquico; no sería un estado no sentido, material. Y siendo así, ¿qué habríamos conocido de la materia?

Si en lugar de impresionar se habla de causar y se dice que todo estado de sensación o idea o sentimineto tiene por causa inmediata una modificación material, ello equivale a afirmar a capricho una causa inagotable, innecesaria e irrepresentable de todo estado psíquico. Si las sensaciones que llamamos táctiles, visuales, etc., no son ellas mismas materia, sino su efecto, ¿qué es la materia? Nada, sino una "causa", lo que no tiene sentido alguno.

Sostengo que nada hay vacío y ocupable; la extensión y el tiempo nada son; todo lo que es, es algo, y, si tal, nada puede ocuparlo. El ser nada contiene ocupable. Y tampoco se presta a las llamadas representaciones; todo lo que es estado sustancial, pleno, presente. Un estado que sea representación de otro es mero verbalismo.

Considero concepto personal el paralelismo que propongo de la Materia y el Yo, dos irrealidades; la una, supuesta sustancia de lo que cambia en externalidad, el otro, supuesta sustancia continua de los cambios interiores o estados.

Rechazo por enteramente hueros lo juegos de Berkeley y Descartes. Enfilan las sensaciones "causadas" por un solo grupo material: una flor, por ejemplo, para decidir que su aroma, su color, su dibujo, su movimiento, su tactilidad, su impresión térmica, no son la flor, pero como en cambio existe un Dios (más fácil de dehojar que la flor) sustancia de todo... El mal gusto es uno de los poderes del mundo: casi toda la literatura celebrada en su reino. De igual modo en metafísica, es irritante que se crea o se crea que se cree (Spencer) que el grato perfume de una flor, su colorido, su tacto plegable y acariciador no sean bastante sustancia. Esto es el mal gusto, el falsete en metafísica.

La idea del "noúmeno" (Kant) es un verbalismo. El número y lo incognocible define negativamente la metafísica. Aun hay otro ingrediente de la metafísica: el deber categórico; y quizá otro más: la libertad. Pero Kant no sólo era una mente extraordinaria, sino de vocación metafísica. Sus dos tesis del noúmeno y del imperativo categórico no tenían su asentimiento: eran actitudes de su caridad hacia los hombres: las creía bienhechoras.

Hay en la literatura metafísica antigua y moderna, pues, profusión, superabundancia de enunciaciones sin imágenes, sin representaciones, sin concepción, en suma, sin pensamiento enunciado. Hay todo el juego triple: del creer pensar y el creer decir, favorecidos por el más curioso de todos: el creer entender, que entretienen y fingen una vasta ilusión del "creído-pensamiento-entendido". Múltiples ejemplos una investigación minuciosa daría oportunidad de señalar, pero ahora indico el caso máximo y generador, casi: tres mil años de silogismo muestran cómo se produce la sustitución de un pensamiento ausente por una figuración, oculta en palabras, de un juego de áreas o contenidos planos, en una complacencia distraída en figurar las "extensiones"de la acepción verbal, comparándolas cuantitativamente; el silogismo es probablemente el más auténtico Vacío que se ha dado, aun cuando la "demostración", la "aplicación", etcétera, todo lo que no es meramente una humilde mostración, también es vacío.

En fin, quiero decir que todo es lo que parece y esto ya es bastante y hasta total; y que es un antojo irresponsable que haya algo más que aparecerse a la conciencia, como si los estados de la conciencia fueran una mera burla o falsificación, cuando son el todo y un todo que ninguna imaginación puede superar en su intensidad de afectividad, hasta el punto de abrumarnos y desesperarnos frecuentemente.




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