Jorge Luis Borges: Metáforas

29 de enero de 2020




Cuando empecé a perder la vista, cuando el mundo comenzó a desvanecerse para mí, en un momento dado mis amigos me hacían bromas sobre el estridente amarillo de mis corbatas. Después pensaron que el color amarillo realmente me gustaba a pesar de que era chillón. Yo les decía: «¡Sí, para ustedes, pero no para mí, porque, prácticamente, es el único color que puedo ver!» Vivo en un mundo gris, o más bien blanco y negro como el de la pantalla. Pero el amarillo se destaca. Esa explicación bastaría. Recuerdo una broma de Oscar Wilde: un amigo de él tenía una corbata amarilla, roja, y de otros colores, además, y Wilde dijo: «¡Mi querido amigo, sólo un sordo puede usar una corbata como ésa!» (...) Recuerdo haber contado esa anécdota a una señora que no entendió que era una broma. Me dijo: «Claro, como era sordo no podía oír lo que la gente decía de su corbata.» A Wilde eso le hubiera divertido (...). No sé de ningún caso de algo tan perfectamente mal entendido. La perfección de la estupidez. Por supuesto, la observación de Wilde es la traducción ingeniosa de un color común; tanto en español como en inglés se habla de un «color chillón». Un «color chillón» es una expresión corriente, pero lo que se dice en literatura siempre es lo mismo. Lo importante es la forma en que se dice. Tratándose de metáforas, por ejemplo. 

Cuando yo era joven siempre estaba buscando metáforas nuevas. Luego comprendí que las metáforas realmente eficaces son siempre las mismas. Es decir, comparar el tiempo con un río, la muerte al sueño, la vida al sueño. Ésas son las grandes metáforas en literatura, porque corresponden a algo esencial. Si usted inventa metáforas, suelen resultar sorprendentes durante una fracción de segundo, pero no despiertan una emoción profunda. Si usted afirma que la vida es un sueño, afirma un pensamiento verdadero, o, en todo caso, verosímil, un pensamiento que han tenido todos los hombres. «What oft was thought but ne’er too well expressed.» Yo creo que es mejor que la idea de asombrar a la gente, de buscar relaciones entre cosas que antes no habían estado relacionadas. Por eso, las novedades literarias son una especie de prestidigitación (...). Solamente con las palabras. Ni siquiera las llamaría metáforas verdaderas porque en una verdadera metáfora ambos términos están realmente unidos. Encontré una sola excepción —una extraña, nueva y bella metáfora de la antigua poesía islandesa—. En la poesía anglosajona, se habla de una batalla como de un «juego de espadas» o «un encuentro de lanzas». Pero en el antiguo islandés, creo también que en la poesía de los celtas, una batalla se llama una «red de hombres». Extraño, ¿no? Porque en una red hay un diseño, un tejido de hombres. Supongo que en una batalla medieval se obtenía una especie de tejido porque las espadas y las lanzas se entrecruzaban. Ahí tiene, creo, una nueva metáfora, por supuesto con algo de pesadilla. La idea de un tejido hecho de hombres vivos, de cosas vivas, y que, sin embargo, no deja de ser un tejido, un diseño. Es una idea extraña.

En Christ, 1970
















En Borges A/Z
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges 
Buenos Aires, 1988
Colección La Biblioteca de Babel n° 33

Foto: Borges en Hotel del Parque 
Mexico ca.1973 
© Rogelio Cuellar





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