Pascal Quignard: Scelsi [«Butes», Cap. XIV]

3 de octubre de 2019





La música nos tienta con una tentación que está por encima de nuestras fuerzas. (Al menos por encima de las fuerzas que podríamos sacar de los ritmos propios de nuestra alma lingüística si pensáramos oponérselos). 

Llorando, arremolinándose de dolor, nos devoramos en lo que nos funda. 

La música atrae el cuerpo como su condición vital primitiva. Igual que los salmones saltan, igual que ascienden durante toda su vida madura a contracorriente de los ritmos y de los cursos de los ríos y del revolcarse de las olas de los mares para alcanzar la fuente en la que nacieron, donde, porque allí nacieron, son llamados a gozar, donde gozan, y este desove (aphros) que dejan escapar allí, al reproducirlos los extravía seguidamente en su muerte. Igualmente un ser humano perecería si debiera volver a acceder a la vida uterina, que es sin embargo el medio en el que su vida comenzó, donde se desarrolló su ser, donde su cuerpo se sexuó, donde la selección de los principales sabores de lo que preferirá en el mundo se hizo para siempre.

*

Butes: volver a la condición originaria es morir. 

*

Por ello la música es una «isla» en medio del océano; una «isla» a la que toda aproximación es imposible salvo perecer ahogado. 

* 

¿Quién era Butes? Se sabe poco de Butes. El nombre muy común de Butes o de Boutas en griego significa el boyero. Su padre se llamaba Teleón. Su castillo estaba situado en Ática. Una vez que fue lanzado por la diosa al cabo Lilibeo, fundó la ciudad de Marsala. Butes tuvo un hijo de ella; fue el día en el que ella le arrancó de las garras de las Sirenas; ella le concibió mientras le cogía de las aguas y lo elevaba por los aires. La diosa llamó a este hijo Erice. Se convirtió en el señor de la montaña siciliana a la que los sicilianos le han dado su nombre. En su cima, el hijo hizo construir para su madre un templo, el templo de Afrodita Erícia. 


Las Sirenas como las Sibilas se multiplicaron. 

Primero sola, Seirén, estrechadora, estrechante, sofocante como la Esfinge, sphigx, esfíntrice. 

En el texto de Homero las sirenas son dos. 

En el pasaje que he citado de Apolonio son tres. A Leukosia, a Ligeia se añade Parténope. Es la sirena de Nápoles. 

Licofrón el Oscuro escribió que Parténope fue el primer nombre de un faro sobre la colina de Pizzofalcone. Después fue Paleópolis debajo del Posillipo. Finalmente, en el emplazamiento del Castel dell’Ovo, se elevó Neapolis. 

Parténope es la sirena del mar Tirreno, de la acrópolis de Poseidonia, del cabo de Sorrento, de Procida, de Isquia, de Capri, de Paestum. 

Tres lugares reivindican aún con su nombre estas sirenas. Surrentum en el fondo de Sorrento. Los arrecifes avanzaban sus agujas entre las dos pequeñas playas de Marina Piccola en Capri, bajo el nombre del Promontorio de las Sirenas. Finalmente los tres promontorios de la costa de las Sirenas bordeando Amalfi. 

En 1968, en Paestum, a un kilómetro de Paestum, en una tumba, se descubrió un «sarcófago» de piedra en el interior del cual había representado un hombre que salta. 

O bien este hombre que salta es un hombre joven que es empujado por la multitud desde la piedra de la acrópolis de Poseidonia, con la cabeza por delante, el sexo colgando bajo el vientre, sin excitación, los brazos extendidos al frente, volando todavía en el aire blanco antes de tocar el agua de la mar hacia la que la multitud le ha proyectado. 

O bien este hombre que salta es no importa qué muerto desde el instante en el que, llegado a los confines del mundo de los vivos, tomando su impulso con los pies colocados sobre las columnas de Hércules, salta en el mundo de los muertos representado por el agua verdosa del Océano y el árbol de las hojas del Olvido. 

* 

Pocos, muy pocos, los humanos que se lanzan al agua para alcanzar la voz del agua, la voz infinitamente lejana, la voz sin ser voz, el canto todavía no articulado que viene de la penumbra. 

Algunos músicos. 

Algunos escritores más silenciosos que los demás, en páginas más mudas todavía. 

Extraña penumbra maternal; extraña porque su oscuridad precede en los hombres a la noche misma. 

Butes encarna la vieja imantación sonora totalmente irrecíproca de los cuerpos que conduce infinitamente, aorísticamente, en ellos, el canto escuchado antes del primer día. 

Como los cuerpos de los fetos en el fondo del líquido sonoro oscuro, así es el cuerpo de Butes el Argonauta pereciendo en la mar. 

* 

La música remite a un antaño que sin respirar —o mejor, respirando con las orejas, respirando con el oído— escuchaba en el fondo del agua. 

Jankélévitch escribió: La música nos envuelve y así nos penetra porque es vasta e infinita como la mar. 

Ahí está la imagen del primer mundo. Es la vieja agua sin porqué, sin límite de piel; vieja agua extraña por el hecho de que, en los hombres, su experiencia precede a la de la mar misma. 

* 

¿Quién no permanece en silencio ante la mar que se repite, que se yergue, que se vuelve y que avanza y que por avanzar regresa? ¿Quién no permanece incluso en estupor antes que en silencio, en enstasis antes que en éxtasis, del lado de las olas tan increíblemente ruidosas, con los pies en los últimos pequeños rompientes, los pies sobre las navajas, en los canales del agua que vuelven enseguida entre los dedos de pie, que los lamen cuando se retiran, entre las conchas muertas, los prados abiertos, las recaídas de la espuma blanquecina (aphros), viejo hueso de jibia rota, granos de arena que se deshacen, huellas húmedas que aspiran, ramas de estrellas de mar muertas, girones de algas negras?

Planteo que la repetición sonora cumple la función de continente en el interior del tiempo. 

De este modo la música es el islote temporal patético en medio del surgimiento del tiempo y de la repetición continua de la Historia. 

* 

En este caso todo sentimiento estético en el alma de las bestias, como en la de los hombres, es simplemente una recaída. 

Es como una re-zambullida. 

Eso explica también este punto: porque no puedo escuchar la música más que solo. 

Solo como en el origen. Ab ovo

La música, en la existencia lingüística, es como la isla de las Sirenas en el mar Tirreno. 

Scelsi decía: Se trata de alcanzar el corazón del sonido en el movimiento de la onda concéntrica.





En Butes (Cap. XIV)
Título original: Butes 
Pascal Quignard, 2011
Traducción: Miguel Morey
Traducción: Carmen Pardo
Editorial: Sexto Piso
Año de la edición: 2012


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Foto: Pascal Quignard por Hannah Assouline París 2002



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