Robert Walser: El elefante
9 de enero de 2016
Teodora se lo pasaba en grande en el elegante comedor. Elli, a la que la primera servía de elefante, escribía cartas en las que aseguraba darse la gran vida.
Las camareras servían sopa.
Isselstein y Hópfner llegaron de un salto, la conversación se fue animando; soy un niño en el no-saber-decir cómo. ¡Bau, bau! ¿Quién hacía así?
Nuestro Höpfner, que dejaba deslizar su mirada por los contornos de Teodora.
Ésta tembló, pero de momento se mantuvo quieta, como un buen elefante. Los elefantes saben enhebrar relaciones. Para sí mismos no buscan nada. Teodora sólo era una especie de apéndice.
Y ahora volvamos a Höpfner, que decía muy gustoso: «¡Cuidado!». En el no-poder-imitar vuelvo a parecerme a un chiquillo.
Los deseos de Isselstein apuntaban cada vez más hacia Elli, que no advertía nada de las intenciones de Höpfner hacia el elefante.
Vista sobre una discreta naturaleza alpina y un renovado «¡Bau, bau!» höpfneriano.
La correspondencia era cada vez más animada.
—¿Por qué no habla? —imploró Höpfner. El hermoso pecho de ella subía y bajaba. La incapacidad de escribir con elegancia pide disculpas.
Él prosiguió:
—¿Le parece impensable que alguien la considere importante? —Primero tengo que acostumbrarme—. Apenas podré resistir sin un «sí» de sus queridos labios. Ella lo miró; él supo a qué atenerse.
Isselstein y Elli también se avinieron; los cuatro regresaron al lugar del que habían venido.
Papá no quiso saber nada de Isselstein, contaba con Höpfner, que le dio a conocer su propio elefantismo.
Wally, la madre, juzgó oportuno precipitarse en la estupefacción. Teodora suscitó estupor. Ver un fenómeno concomitante como objeto de deseo era algo totalmente nuevo.
Los padres manifestaron su acuerdo. Elli se colgó al cuello de su elegido, que siguió llamándose Isselstein.
Höpfner no volvió a dejar oír su «¡Bau, bau!» ni su «¡Cuidado!». Hizo algo más importante.
Dijo a Teodora:
—Eres mía, pero aún no puedo creerlo. —Yo tampoco. Nos parecemos en el «no-poder-por-ahora-creer-todo-esto-posible».
Amor les aconsejó que se besaran.
Al principio Höpfner se dedicó un rato a intentarlo hasta que lo consiguió, y ambos mezclaron su respiración, cargada de tiernas exigencias, y el chiquillo corrió el telón sobre la escena.
Robert Walser, 1925
Traducción: Juan José Del Solar B.
Foto: Robert Walser por Carl Seelig en 1942