Carta de Veza a Georges a un mes de la muerte de la madre de los Canetti

31 de enero de 2012




Agosto 22 y 23 de 1937

Georges,

Algo terrible ha sucedido. Si la genialidad es “la habilidad para soportar sufrimientos interminables”, entonces soy un genio. Ayer Canetti sufrió su mayor episodio psicótico. Yo fui la catalizadora porque perdí control de mí misma. Otra vez tuvo que ver con su tendencia al derroche, especialmente con su forma de desperdiciar el tiempo con las jóvenes más tontas y necias. Traté de abordar ese problema pedagógicamente y quise [ilegible] con Anna, quien siente una gran admiración por él. Fue lo peor que le pude haber hecho, pero te lo dije, ya no estoy en control de mí misma. Ser indulgente significa permitirle que se eche a perder por completo. Y eso implica una desintegración total. Conocerlo es conducirlo a la locura. Eso fue lo que hice ayer.

En casa, comenzó a reírse espantosamente. Yo estaba asustada, pero él nos dijo que así era como tú habías reído cuando murió su madre, y entonces pensé que sólo se trataba de un ataque de nervios pasajero. Pidió té y yo, tranquilamente, le serví una taza. Pero me hizo cambiarla por la que yo había servido para mí, porque la suya estaba envenenada. He estado escuchando esto por doce años y no me hizo ninguna impresión, aunque estaba horrorizada por el gesto de su rostro. Bebí su té envenenado y él se acostó. Su cara estaba muy roja. Y entonces alucinó que estaba en un manicomio: el músico L. era un enfermero que yo había contratado en secreto; la esteticista (una de esas tontas suyas) también hacía parte del servicio médico; yo misma era un ser muy muy malvado y lo había vuelto loco desde hace tres semanas (desplazó nuestra escena tres semanas atrás en el tiempo). Esto se extendió por una hora. Yo estaba tan asustada que empecé a temblar y le pedí que me ayudara a salir de mi angustia. Sollozando desesperadamente dijo entonces que yo me había envenenado con el té que estaba destinado a él. Quedé fría, congelada, y él pensó que yo era su madre muerta. No sé cómo encontré la fuerza para sonrojarme como si tuviera fiebre, y sólo así se calmó. Luego le hablé sobre Hoepffner y de repente todo se esfumó y recuperó su calma. El ataque había pasado. Hoy hablamos sobre lo que ocurrió, pues él no confía en que el ataque no se repita. Vamos a intentar y evaluar si puedo ser su enfermera. Implícitamente eso es lo que he sido por mucho tiempo, pero ser casi obligada diariamente, cada hora, a susurrar en una habitación aislada de ruido (porque todo el mundo puede oír), o a no decir ciertas cosas, o a aceptar todo lo que lo está destruyendo, no sé si vaya a ser capaz de hacer eso. En ese caso él pretende “tratarse a sí mismo”, como dice. Él piensa que yo soy su desgracia, porque no puede vivir sin mí y no puede vivir conmigo. Creo que tiene razón. Ya no soy la persona buena y hermosa que solía ser. Soy dominante, dura, intransigente.

Me prohibió estrictamente escribirte. Le dirías a Nissim -a quien le agradaría pues esto justificaría su mal comportamiento previo-. Creo que no es un miedo infundado, y te exijo que permanezcas callado como una tumba, así como yo lo he hecho por años y años. Estoy pidiéndote ayuda ya que él no irá a un médico y no puedo traerle uno, ¿podrías decirme si hay algún medicamento que pueda darle cuando sienta que se avecina un ataque? Escríbeme a Viena y envía la carta para que llegue el 5 de septiembre. Escribe con prudencia y dime que lo guarde en secreto, él no verá la carta, pero sólo por si acaso: quiero que trates con extremo cuidado y con toda la delicadeza posible lo que respecta a esta nobleza de hombre. Por favor dime si conoces algún libro que describa este tipo de manía, y si es curable. Si lo es (pero tendría que comprobarlo en un libro), entonces estaría lista para afrontar lo que sea; si no, entonces sólo me queda una cosa por hacer.

Porque yo, también, vivo en un delirio. ¿No es delirio cuando por años una halagada y envidiada mujer no encuentra otra salida que el suicidio? Yo, que a pesar de mi edad, a pesar de lucir como una vieja arrugada, a pesar de mi pelo blanco, soy cortejada por los hombres más importantes... Ellos son los que te dirán las mejores cosas sobre mí. La mujeres, por supuesto, que sólo escuchan cómo limito, cómo controlo, cómo mantengo a Canetti como un “prisionero”; las mujeres te dirán que todo es mi culpa. Eso no me preocupa en lo absoluto, o tal vez un poco, pero si tuviera que describirte la vida desdichada que llevo no lo creerías: llorarías como ahora estoy llorando.

Ahora te pido tus consejos como médico. Si vienes, él no se debe enterar que te he contado algo. Quiero que paulatinamente logres que él mismo te lo cuente. Tal vez su extraordinaria inteligencia junto a la tuya ayuden a hallar lo más apropiado para hacer.  Yo no podría sobrevivir a su locura. Estoy lista para una separación inmediata si eso fuera lo indicado para él, pero él me asegura que no podría vivir y que se perdería sin mí, “aunque seas una persona tan mala y perniciosa”. Ahora se encuentra tan decaído y tan bondadoso, tan bondadoso. Me confesó que sólo busca ese estúpido círculo de mujeres y que sólo continúa visitando Salzburgo, porque todo el tiempo tiene visiones de su madre muerta. Apenas puede escribir una línea sin verla inerte en su lecho y sin escuchar tu risa. Por favor, escríbeme a Viena, pero no sé si yo vaya a poder verte de nuevo, porque si él tiene una nueva recaída -indefensa como soy- mi propio sistema empezará a funcionar: eternamente, entregado a la paz. Quizás el martes venga un admirador suyo de Praga a visitarlo (el director de Urania) y Hoepffner vendrá el jueves. Seguramente encontrará esas visitas lo suficientemente absorbentes como para recuperarse. Eso espero. Pretendo guardar todo como un secreto mientras me sea posible. Él nunca deberá ser enviado a una institución mental. Él nunca deberá ser declarado incompetente ni que se le asigne un protector legal. Y sólo deberá ser visto por un médico si está tranquilo y no sabe que se trata de un médico (a menos que lo persuadas a visitar uno voluntariamente).

Perdóname. Pero he confiado mi vida en proteger a Canetti. No soy una genio en el sentido de Carlyle, porque no puedo seguir así. Él carga todo el sufrimiento del mundo dentro de sí. Yo misma creo que sólo estoy haciéndole daño porque he perdido el control. Estoy desbordada, no siempre estoy paciente o mesurada, sino nerviosa, recia, amargada, torturada, y así lo lastimo.

¿Qué debo hacer?
Veza


¡Te imploro que guardes esto en secreto! Él mismo dice que este ataque fue muy serio, porque incluso retrasó el tiempo de nuestra pelea. Teme una repetición. Si no vuelves a escuchar noticias de mi parte es que las cosas se han calmado por ahora. ¡Ya veremos!




En "Dearest Georg": Love, Literature, and Power in Dark Times: The Letters of Elias, Veza, and Georges Canetti, 1933-1948 Editor: Karen Lauer [Kindle Edition]
Versión  de Jorge Caraballo (Colombia) 


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