Arthur Rimbaud: La orgía parisina o París vuelve a poblarse*
14 de noviembre de 2015
¡Cobardes, aquí está! ¡La estación os vomita!
El sol ha enjugado con su ardiente pulmón
los paseos que un día ocuparon los Bárbaros[283].
Ésta es la Ciudad santa, sentada al occidente[284].
¡Vamos! se han prevenido los reflujos de incendios[285].
Ved los muelles aquí, allá los bulevares,
las casas sobre el cielo azul, brillante, ingrávido,
antaño constelado por un rubor de bombas.
¡Esconded los palacios muertos en cajoneras!
El viejo día loco refresca los recuerdos.
Ved el rebaño rojo de impúdicas nalgueras[286]:
locos, podréis ser raros, pues vais despavoridos.
Perras que vais en celo comiendo cataplasmas,
las casas de oro os llaman a gritos. ¡Id, volad!
¡Comed! La noche alegre con sus hondos espasmos
ha bajado a la calle. ¡Bebedores aciagos
bebed! Cuando amanece, con luz intensa y loca
que a vuestro lado husmea los lujos desbordados,
¿no os volvéis, frente al vaso, impávidos babosos,
con los ojos perdidos en blancas lejanías?
¡Tragad, para la Reina de nalgas en cascada[287]!.
Escuchad cómo suenan los eructos estúpidos,
¡desgarrados! ¡Oíd, cómo en noches ardientes
saltan con estertores, viejos, peleles, siervos!
Corazones mugrientos, bocas horripilantes,
más fuerte, ¡masticad! ¡hediondos gaznates!
Que les traigan más vino a estos lerdos innobles:
la andorga se os derrite de infamia, ¡Vencedores!
¡Desplegad vuestro olfato a las náuseas grandiosas!
¡Emponzoñad las cuerdas que esperan vuestros cuellos!
Posando, en vuestras nucas, sus manos enlazadas
el Poeta os impele, «¡cobardes!, a ser locos».
Como andáis escarbando el vientre de la Hembra
teméis que tenga aún un estremecimiento,
y grite, sofocando vuestra infame camada[288]
contra su duro pecho, con horrible apretón.
Peleles, sifilíticos, locos, reyes, ventrílocuos,
¿qué le puede importar al putón de París[289]
vuestras almas y cuerpos, harapos y ponzoñas?
¡Os zarandeará, hurañas podredumbres!
Y cuando hayáis caído, gimiendo contra el pecho,
derrumbados, pidiendo, locos, vuestro dinero,
la roja cortesana, la de las tetas bélicas
lejos de vuestros miedos, apretará los puños.
Después de haber bailado con furia en las tormentas,
París, tras recibir tan numerosos tajos,
cuando yaces, ahora, guardando en tus pupilas
luminosas, la dicha de un renacer salvaje[290].
¡Oh ciudad dolorida, oh ciudad casi muerta,
con tu rostro y tus pechos de cara al Porvenir,
ofrecida a la noche de mil puertas vacías,
y que un Pasado horrible podría bendecir:
cuerpo magnetizado para males enormes,
que te bebes la vida, espantosa, de nuevo,
al manar de tus venas un flujo de gusanos
blancos, mientras helados dedos rondan tu amor!
¡Y no está mal! Las larvas, las larvas macilentas
no podrán estorbar tu soplo de Progreso,
igual que las Estringes[291] no apagaron el ojo
Aunque sea espantoso verte cubierta así;
aunque nunca ciudad fuera cambiada en úlcera
tan hedionda, en medio de la verde Natura,
el Poeta te dice: «Tu Belleza es espléndida».
La tormenta te ha hecho poesía suprema;
el inmenso bullicio de las fuerzas te alienta;
tu obra hierve, la muerte ruge, ¡Ciudad ungida[294]!
Amontona estridencias en lo hondo del clarín[295]
El Poeta[296] hará suyo el llanto del Infame,
el odio del Forzado, el clamor del Maldito;
y sus rayos de amor flagelarán las Hembras.
Su estrofa brincará: ¡Mirad, mirad, bandidos!
Sociedad, todo ha vuelto a su sitio: la orgía
llora su estertor viejo en el viejo prostíbulo;
y el gas, en su delirio, por las murallas rojas,
arde siniestramente hacia el pálido azul.
Mayo de 1871
Notas
(*) Poema enviado a Verlaine en agosto de 1871. El poema recrea la vuelta a París de los burgueses, después de la Comuna. Poema pues ligado a una circunstancia política muy precisa. Recuerdos de Leconte de Lisle, de Hugo y, en todo momento, la imprecación rimbaudiana mezclada con imágenes deslumbrantes.
[283] Los prusianos, que también vienen del Este.
[284] París, la Roma de Occidente. Calificativo que contrasta con el que de manera habitual recibe París: la Babilonia moderna (Cfr. Fortunata y Jacinta, de Galdós).
[285] Como si los incendios fueran un mar, con flujos y reflujos.
[286] Pensando en el verbo nalguear, traducimos así «les tordeuses de hanches» (las que retuercen sus caderas al andar).
[287] ¿París, en plena orgía? No conocemos otra posibilidad.
[288] ¿Se refiere a los hijos de la burguesía? La pervivencia asegurada de la especie, que la mujer (ser negativo) destruye.
[289] La alusión a la Roma de Occidente, ¿era sarcasmo o se ha ido destruyendo poco a poco?
[290] Fauve, en el texto francés: salvaje, pero también con el color rúbeo y llameante que siempre es positivo en el imaginario de Rimbaud. El adjetivo es el indicador que orienta el poema hacia una visión dolorida de París, con esperanza de futuro; olvidada poco a poco su condición de gran prostituta nocturna.
[291] Aves rapaces nocturnas, con cierta tendencia vampiresca. En la mitología eran seres femeninos monstruosos, provistos de alas y de garras, que chupaban la sangre a los recién nacidos. Los ahuyentaba y perseguía la ninfa Cama con la rama de espino blanco que le había dado Jano.
[292] Figura femenina que sirve de columna o de pilastra.
[293] Un oro astral que cae de las gradas azules (del cielo), dice el texto francés. Algún crítico ve en ello una alusión al ocultismo del que Rimbaud conocía algunos detalles. Creemos, más bien, que se trata de la poesía sideral, presente siempre en los procesos de simbolización rimbaudianos: esta Poesía marca el paroxismo de la emoción y de la atracción del límite imposible: el horizonte en continuo alejamiento; pero es también el espacio privilegiado de ciertos reductos cromáticos, singulares y extremosos, que sólo lo sideral puede sugerir —–ciertos amarillos, ciertos verdes y azules… Y, como siempre, esta poesía luminosa y veloz contrasta con el contexto realista e innoble del conjunto del poema.
[294] Y el poeta, buen francés y buen republicano, recupera la dimensión sagrada de París: guía de la humanidad moderna.
[295] El clarín, de nuevo —con ecos de V. Hugo— como instrumento de la lucha de la humanidad; un clarín cuyo sonido es aún profundo y retenido.
[296] ¿Es ésta la misión del nuevo poeta, del poeta maldito: asumir la voz de los desheredados de todas las herencias? No parece que el simbolismo, salvo contadas excepciones, haya asumido esa misión. Como tampoco la ha asumido la poesía contemporánea, sumida en sus exquisiteces de burguesía psicoanalizable y saciada.
Arthur Rimbaud, 1872
Traducción: Javier del Prado
Ediciones Cátedra, 2005
Imagen: Max Ernst, Hommage a Rimbaud