Elías Canetti: La voluptuosidad del chorro numérico

16 de marzo de 2014




Se cree capaz de todo; no se arredra ni ante lo más difícil: si él lo hace, tiene que salir bien. Se trata de una serie de decisiones, sorpresas, encubrimientos, exigencias, amenazas, promesas solemnes, rupturas de pactos, no agresiones temporales y, por último, de guerras; pero también se trata de una especie de omnisciencia referida, sobre todo, a sectores especializados.

Su memoria para las cifras es un capítulo aparte. Las cifras no desempeñan para Hitler el mismo papel que para los demás hombres. Tienen algo de las masas, que aumentan caprichosamente. Su pasión más intensa se centra en el número de alemanes que integrarán la población total de su Reich. La voluptuosidad del chorro numérico se torna clamorosa en sus discursos. El medio más poderoso para excitar a la masa es la simulación de su crecimiento. Mientras la masa sienta que va en aumento, no tendrá necesidad de disolverse. Cuanto mayor sea el número que se le proponga como objetivo, más profunda será la impresión que se lleve de sí misma. Pero hay que agudizarle el deseo de crecer hasta alcanzar aquella cifra. La excitación aumenta cada vez más al crecer el número: 160, 65, 68, 80, 100 millones de alemanes! Sin millones no puede hacerse nada; él ha experimentado en sí mismo la eficacia de este número: logrará reunirlos a todos. La masa, impresionada por estas cifras, las interpreta como un crecimiento inmediato, y su intensidad alcanza así el más alto grado imaginable. Nadie que haya recibido esta impresión logrará deshacerse de ella en su fuero interno. Volver incluso exteriormente a dicho estado será su manía incoercible. Los otros medios empleados en tales ocasiones son muy conocidos y no serán objeto del presente estudio. Conviene señalar, eso sí, el talento instintivo que, desde el inicio de su carrera, demostró poseer Speer al esbozar banderas gigantescas y disponerlas de modo particular.

En cuanto al gusto de Hitler por las grandes cifras, cabe añadir que se transfirió de los seres humanos a muchas otras cosas. Estaba perfectamente consciente de los enormes gastos que suponían sus edificios berlineses, y quería que alcanzasen la mayor cifra posible. El ejemplo de Luis II de Baviera no lo intimidaba sino que, por el contrario, lo atraía. Se imaginaba que algún día podría atraer turistas norteamericanos citando la cifra de mil millones que había costado su Kuppelberg en Berlín, y le divertía pensar que, de cara a ellos, dicha suma pudiera llevarse a mil quinientos millones. Recordaba con particular fruición las cifras que superasen cualquier cosa: eran sus números favoritos.

En cuanto la guerra cambia de rumbo, Hitler tiene que empezar a vérselas con otras cifras. Como nada le puede ser ocultado —él se reserva toda visión de conjunto y cualquier decisión—, sus ministros tienen la obligación de comunicarle las cifras de producción del enemigo que, al aumentar en forma brusca, presentan una analogía fatal con sus propias cifras, tal como él solía usarlas antes para alcanzar sus objetivos. Hitler las teme y se niega a hacerles caso. La vitalidad de los chorros numéricos le resulta demasiado familiar. Y ahora que se vuelven contra él siente su hostilidad y trata de eludir su contagio no haciéndoles caso alguno.





En La conciencia de las palabras
Ensayos 1962-1974, "Hitler según Speer"
Traducción de Juan José del Solar
Foto: Albert Speer och Adolf Hitler studerar en ritning för ett nytt operahus i Linz (Obersalzberg, juni 1939) 
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