Graciela Bonnet : Cuatro textos

3 de agosto de 2012




Cuando Gauguin pinta telas como Vahiné no tetiare o Arearea
trabaja sobre el terreno de un paisaje real pero lo transforma y 
se lo apropia. De ahí que estas visiones tahitianas 
reflejen  más al propio Gauguin que a Tahiti. 

Jackeline Held

Yo también tenía un país inventado
Pero no sabía cómo era.
Andaba a los tumbos por las calles
De una ciudad extraña, buscando mi país.
Probaba las aguas, las salivas nocturnas
Viendo de encontrar la resonancia de la sangre
De un hilo que me encendiera por dentro
La luz de mi país.
Y creía a a veces
Que un color medio amarillo visto desde lejos
Era la puerta que esperaba
Que un pedazo de rostro alegrado a empujones
Era el comienzo de mi territorio.

Yo dormía en la punta de un árbol de vidrio
Arriba de una loma de alquitrán.
No había pájaros ni gusanos en la ciudad extraña
Y sólo sentía del cemento de los muros
Por los que me debía arrastrar.

A veces
Para distraer la congoja de la espera
Pintaba raíces y cortezas de pino en las paredes.
Otras
Imaginaba faunos y bufones haciéndome fogatas.
Cruzaba reverencias y salutaciones
Sonrisas y crujidos con los habitantes de la ciudad.

De noche escribía largas cartas
Que luego no sabía a quién enviar.




Toda la tarde he buscado nuestros nombres en El Libro de los Seres Imaginarios. Encontré la mandrágora y el unicornio, los gnomos, los brownies y la medusa. Apenas una ligera referencia al rey Odín y a la salamandra.
Tomé un lápiz y en la última hoja anoté:

Amor: eterna leyenda resucitada a través de los siglos. Trátase del más imaginario de los seres. Presenta forma humana. Sujeto agradable y de trato altamente peligroso. Quienes buscan conocerlo corren peligro de muerte por auto aniquilamiento. Quienes lo han visto una vez e intentan olvidarlo, no hacen más que agudizar su mal.
Se puede establecer un paralelo entre esta leyenda y la del zahír, que carcome la memoria de sus víctimas, impidiéndoles recordar nada más.
Cuentan que este personaje, al morir, deja dos seguidores.
La única manera de exterminar su fatal influencia reside en el corazón de sus víctimas. Pero éstas, enceguecidas, terminan por entregarse voluntariamente a la muerte.




Uno de mis ejercicios preferidos consiste en levantarme de la cama hacia la medianoche, pararme frente al espejo del cuarto de baño y pintarme la cara con lápiz negro. Me pinto barbas y bigotes, engroso las cejas y recojo los cabellos llenándolos de crema fijadora, lo que les da el aspecto de un casco sólido, metálico.

Luego miro lentamente hacia abajo. Recorro el cuerpo. Mis pies pequeños, embutidos en unas sandalias de piel rosa, los tobillos finos, las rodillas debajo de la bata suave, la cintura ajustada con un lazo. Me miro la cabeza transformada y sonrío al descubrir a un travestista.

Acto seguido me pego un tiro con la punta de mi dedo índice.

En caso de que todo falle
Caracas, Grupo Editorial Eclepsidra, 1997




Una figura diminuta

Un torso sin cabeza, sin piernas ni brazos.
La encontraste en la mesa de un bar, de madrugada.
Con movimiento rápido la metiste en un bolsillo.
Era un yesquero y ya no servía.
En tu oficina, encontraste un buen sitio para ella sobre el escritorio
Luego te distrajiste leyendo los guiones, las urgencias, las citas
Y sólo reparaste en ella cuando la figura, ya de camino a otras salas
Incendiaba con su penacho de fuego
tus torres de papel.




Graciela Bonnet nació en Córdoba, Argentina, en 1958. 
Es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (1984). 
Desde 2012 reside en USA.
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