Elías Canetti: Electra

16 de enero de 2012




Primer reconocimiento en la tumba, donde la hermana menor, Crisotémis, encuentra un mechón de pelo de Orestes. Pero Electra no le cree, dominada por la impresión que le causara el terrible relato de la carrera de carros en la que Orestes sufre su caída. Electra está sumida en la desesperación y segura de su muerte, y luego él aparece y se da a conocer: retorno del muerto.

Esta escena del reconocimiento alcanza su punto culminante con la urna que contiene sus supuestas cenizas, y que un Orestes no reconocido sostiene en sus manos. Electra quiere esas cenizas, Orestes se resiste débilmente, durante el forcejeo su resistencia se quiebra y se da a conocer.

Este reconocimiento del que sostiene en sus manos "sus propias cenizas" es un gran acierto dramático, pero tiene algo de sacrílego: el sacrilegio del escritor dispuesto a sacrificarlo todo a las consecuencias de su ocurrencia.

Electra contiene todas las relaciones imaginables con la muerte, incluso ésta, la del retorno.

El enfrentamiento con Clitemnestra es despiadado, de una fuerza desgarradora. La madre asesina, alarmada por un sueño, quiere hacer un sacrificio junto a la tumba del asesinado, la misma tumba ante la que poco antes aparece el vengador, su hijo, en busca de las fuerzas que requiere su venganza.
Muy primitivo el derecho a la venganza. El asesinato y la muerte están separados, proscrito el primero, sancionada la otra como fin último de la vida del guerrero y del héroe.

Electra vive como una mendiga en la casa del padre asesinado. Hace diez años que sólo piensa en vengarse. Los sentimientos que se enconan tras años de sufrimientos son un recurso dramático muy del gusto de Sófocles (el dolor de Filoctetes, Edipo el ciego).

Electra espera diez años a que crezca el hermano al que ha salvado. Clitemnestra y Egisto viven temiendo su venganza.

Es la muerte más antigua, inquebrantable en todas sus tradiciones, la que impregna este drama. Por ello no cabe prescindir de la escena entre la asesina y la vengadora.

La parálisis de Electra ante la noticia de la muerte de su hermano resume en sí todas las noticias sobre la muerte de un allegado. Su efecto se ve reforzado por esos diez años de espera. Electra, destrozada, asume el papel de vengadora, pues ya no hay hermano a quién encomendárselo.

El personaje de Electra resulta, así, imponente porque nada cambia ni cambiará jamás en ella.

Esa muerte concreta, el asesinato del padre, está siempre presente en sus ideas y en su corazón, sin que nada pueda aquietarla, nada distraerla. Aunque se trate de una venganza —algo que hoy nos resulta molesto—, sigue siendo la venganza de esa muerte, que no hay que confundir con ninguna otra. Nunca se aceptará, nunca se calmará el dolor que produce. La fidelidad al muerto es la auténtica fidelidad, no hay ninguna otra que pueda comparársele. Los dioses tienen poco que ver con esto, como no sea de un modo formal. Todo se desarrolla en el interior de Electra. Es fuerte e inalterable, pero lo es gracias a esta muerte, y ningún otro acontecimiento habría tenido el mismo efecto. Es una muerte temprana, y es un asesinato.

Entre las dos hermanas se plantea un problema de poder. Si el débil se somete a él o no. En el caso de Electra no se plantea esta disyuntiva, puesto que el poder al que habría de someterse es precisamente el délos asesinos.

Electra permanece fuera mientras Orestes asesina a su madre en la casa. Es como si la propia Electra le asestase el golpe. Egisto debe preceder a Orestes hasta el lugar en que cometió el crimen contra Agamenón. Allí será asesinado. Luego todo acaba, en tres líneas, con una única frase.

(1986)


El suplicio de las moscas
Traducido del alemán por Cristina García Ohlrich
Edición a cargo Juan José del Solar
Madrid, 1994




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