Edmond Jabes (Egipto 1912- Francia 1991) – Líneas selectas

22 de octubre de 2009






Nunca es la respuesta, sino la pregunta, la que incendia el edificio.


El desierto es algo más que una práctica de silencio y de escucha. Es una apertura eterna. La apertura de toda escritura, ésa que el escritor tiene por función preservar.

Apertura de toda apertura.



Todos los caminos parten del cuerpo y nos conducen a él. El cuerpo es el camino.

La muerte es el enemigo del camino.

Habiendo agotado todos los caminos, Dios no tiene cuerpo.



El sol inunda el universo de luz. En ninguna parte encontrarás rastro del círculo; incluso, aquí, un punto carecería de objeto.


Blancura del texto.


No hay rostro que no responda al deseo de una mano. No hay mano que no esté obsesionada por el rostro.


"Yo nací en el libro. Crecí en el libro. Moriré en el libro. No he conocido otras moradas, otros caminos, otros paisajes ni otro cielo", decía.

Y agregaba: "Nunca he levantado los ojos del libro."
¿Acaso no escribió Reb Saadia: "Nací con el libro como se nace con la sombra. Durante la noche mi libro y yo somos uno y el mismo"?



Leo y releo el libro que voy a escribir.



El Nombre de Dios es blanco; el del Mesías, "de una blancura aproximante", decía.

"El Mesías se presentará. Las letras de su nombre serán de un blanco visible", decía también.

Tenía un poco de arena en cada mano: "De un lado, las preguntas; del otro, las respuestas. Ambas tienen el mismo peso de polvo", decía también.

"Al crear, creas el origen donde te abismas", escribía Reb Sanua.

No existe nombre que no sea un desierto. No hay desierto que no haya sido, antaño, un nombre.

No busques leer el desierto. Encontrarás ahí todos los libros enterrados bajo el polvo de sus palabras.

Tú percibes lo que, contigo, se borra. No puedes aprehender lo que dura más que tú.

A quien enseña la certeza, no le reproches el método sino la afirmación.

Toda palabra tiene como destino una palabra.

"Aprender a mirar las palabras como el mar, pues él es, para ellas, el primer vocablo; igual como Adam* es, para nosotros, el primer hombre", escribía Reb Siami.


A la edad que un judío declara tener, hay que agregarle cinco mil años.



Dios permanece más allá, fortalecido en Su misterio y protegido por Su secreto.
Y agregaba: "Misterio y secreto son sólo distancia vertiginosa entre una palabra tolerada, y un vocablo inaceptable."

...esta diáfana pared que, en la palabra, separa la parte del silencio por decir de aquella que, apenas dicha, el silencio recupera.


El poeta encuentra; el sabio redescubre.
"Todo descubrimiento no es sino paciente conquista del olvido", decía Reb Rafat.


La indiscreción de la página choca con la reserva infinita del libro.


"Dos justos no mantienen, necesariamente, el mismo lenguaje." Reb Seda




* Adam: Se conservó su fonética original en hebreo por remitir a la condición humana forjada con polvo devuelto al polvo. (N. Del T.)


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