Rafael Cadenas - Informe

10 de marzo de 2007




Oigo los ayes de la quimera.

Alguien sitiado se aferra al antiguo arrullo.

Del reino sólo quedan escombros.

Tiempo, transpiras olor a tormenta.

Vuelve a los pozos donde nunca en verdad estuviste.
Busca el secreto para regresar. No te pierdas en la cámara de las preguntas.

Los relojes no dejan de respirar.

Reja de lluvias, en tu magia me anego.


la ahogada tres veces
-sombra donde el verdugo no está, día sin jueces, ruta- siempre regresas.

Ahora
salvemos de las máscaras a la rosa.

Hemos jugado todas las cartas y estamos en el mismo sitio.
Los pasos dan siempre al centro de la red.
Atrapados se inicia otro aprendizaje.

Hay que zozobrar.

Los días nos azotan.

¿En qué punto tuvo lugar el extravío?
¿Dónde perdimos el rastro?
¿Qué nos volvió infieles?

Como viajero, hice entrega de mis papeles personales.
Todavía ando en busca de mi verdadero nombre.
Veo, sí, que la verdad ocupa el mismo lugar de mi cuerpo.

Olvido
y despiertan astros como frutas.

Por nosotros boga un lenguaje de primer día.

Eras la que me hacía desaparecer.

Acaso yo renazca ahora.

Ahora.

La memoria nos sigue como lobo.

Es decir, no hemos sido capaces de resucitar.

Nos demoramos con las cargas sucesivas que comparecen juntas.

Se vive en cierne.

Los pesos no dejan ver.

Es necesario estar donde se está para que el alma respire.

Recóbrate en la luz de los viejos patios.

Acuéstate como si acabaras de nacer.

Cada uno sólo es dueño de su dédalo.

La poesía no transforma.



Urge algo que nos arrase como un brillo.

Paciencia.

Preparemos lentamente el regreso a casa.

Se solicita una gran quietud para no hacerse pedazos.

Caminamos bajo un derrumbe, pero caminamos.

Hemos dejado perder tantos días que los meses cabalgan en caballos cenicientos.

Este es el rito del que hace señales, para que nadie, sólo nadie, venga a rescatarlo.

¿En medio de la tormenta quién tiene nombre?

Sólo un soplo de orígenes desata.

Calle nuestra vieja voz para que el tiempo cese.

Soltarse, eso,

sin prisa, es decir, con verdadera urgencia.

Coraje, llegaremos a la salida.

Caminemos entonces todas las lenguas, amortajados pero caminemos. ¿Alguien responderá al fin?

Ceremonia en pos de un orden donde el cuerpo encaje, no este interminable descampado.

Algo me dice que en el fondo del fondo estamos unidos.

Unidos y separados.

Unidos.

Y el último peldaño, la palabra, también es necesario que no hechice. Olvida el estilo.

Ponte a tu lado para que puedas sentarte fuera del absurdo.

Las Erinnias se reúnen al pie de lo roto.

En tu mano está el barro azul del destino y lo pierdes.

Tú siempre en un solo sitio, girando como una torre.

¿Quién detiene los monstruos al borde de la pesadilla?

Somos espectros de un éxtasis.

El hombre sólo tiene una vieja canción para calmar sus tormentas.
Lo que se llama corazón es polvo que palpita.
Sólo el olvido sostiene.

Las sábanas susurran caídas.
La almohada es la boca de un abismo.
Un niño nos persigue por las calles.
El viento es un sobreviviente descalzo.
Ya no voy al sitio donde el alma aumenta, me reúno donde se congregan los acusados.
Después me aparto, casi secreto.

De una costilla mía te hicieron y has crecido hasta olvidarte.
Se pierde nuestra gran noche, pero te ensanchas como un despertar.

Me asiste la desmemoria.

Para los fantasmas que me dejas no habrá comida.

Ahora los días vibran como manos de recién nacidos, ahora.

¿Huida?
Nadie puede partir, todos buscan un sitio de anclaje, aun el vagabundo roído por los astros.

Sólo por ti gira la tierra.
Me deslizo por tu selva amarilla, mis pedazos te despeinan,
mi deseo es verte cuando no seamos círculos.

¿Qué ocurrirá cuando abra la puerta, salga y camine?

Dormimos sobre trompetas finales.

Nos sostiene un indescifrable prodigio.
Desaparezcamos para ser nosotros.

¿Pero qué hacer con la inercia que se prende de los brazos,
qué hacer con las trampas, qué hacer con la sordera?

Sobrevivimos a un estrago.

Ya no tengo rostro,
mi ser se erige sin clave,
ando como acabado de despertar.

Es un milagro estar aquí, el solo estar aquí.

¿Qué orilla me espera ahora?

Me dilapido contra escollos de silencio,
perdido en una fresca antigüedad,
a la desnudez prometido.

Se secan las arterias del idioma.

¿Soy? Mi piel lo dice. Lo confirma mi cuerpo, buen perro faldero de la vida.
El se llena de raíces, reboza de pronombres encendidos,
entra y sale por puertas que no se abren.

Se rehace el alborozado vino.



















Rafael Cadenas (Venezuela, n. 1930)
Inédito para Prometeo, Revista Latinoamericana de Poesía nº 56 - 1999/2000

Foto Daniela Boersner





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