Gerardo Gambolini: De los libros recibidos
16 de mayo de 2016
Soledades
Pienso en nuestras húmedas reuniones
al final de un pasillo
bajo la sórdida luz y el incienso.
El humo asciende de los cuerpos
sin juntarse jamás.
Sólo neblina.
Ni Eteocles ni Polinices. Ni siquiera atavismo.
Circe
Ahora que ya no existes
que apenas eres una idea que entibio
como el opio
te retiro el derecho de usar mi alma.
Soy voluntariamente libre
para escandalizar mi vida en el dominio
de otra esfinge:
¡Mi vieja Circe, me purifico!
Tu favor me importó más que la muerte
pero el azar ordena un poco el movimiento.
Ahora quiero cifras; cifras y viajes egeos
en compañía de mi fortuna.
Ya no hay rencor en mi palabra.
Yo soy ahora el arqueólogo delfín disfrutando a gusto
del espacio
y tú, probablemente,
la misma mujer hermosa de la urbe.
Atila
El tiempo ha sido bronce, barro, piedra, fuego y azar;
días irrelevantes, campañas de invierno,
sombras y luz.
Parecemos obligados a buscar un absoluto.
El tiempo, que fue victorias efímeras y pérdidas efímeras,
separa dos razas entre hombres:
los que agotaron la vida con astucia, bien o crueldad,
y permanecen un poco en la memoria de otros,
en el juicio innecesario de otros
Y nosotros la Hiedra,
menos que nombres que nunca han existido: Otelo,
Dédalus, Kurtz, Erdosain.
Creemos —siempre creímos— que distinguir lo malvado
y lo mediocre nos redime. Tal vez.
Sin embargo, nuestro único absoluto es el olvido.
Walden
I. Dejo el bosque definitivamente
para volver a las construcciones humanas.
El silencio también
engendra peste.
II. La realidad se vuelve más sospechable y fragmentaria
cada invierno.
Ordeno palabras, pulcra, pasivamente.
La primera persona del plural
me parece por momentos un abuso.
III. Cada vez más
aspiro únicamente
a las buenas imitaciones.
Los verbos empiezan
a conjugarse en pasado.
Los visitantes de la noche
Nunca volví a saber
de Alain Cuny, o del actor que hacía el diablo,
o de la voz de Michele Arnaud.
Hace años,
hubo para ellos una leve inmortalidad.
Dónde está la cámara
que nos filma a nosotros
antes de que entremos para siempre en el silencio
habiendo callado tantas cosas.
En un lugar de Polinesia, creo,
miles y miles una noche
los pájaros caían en picada contra el piso.
Así daba las órdenes yo
de los motores.
La muerte es otra cosa así de cerca, y miserable.
Toda una noche como aquélla, fría.
Elijo el destierro.
¿Qué saben ellos en la Asamblea?