Susan Sontag: Viaje sin guía

27 de abril de 2016





Hice un viaje para ver las cosas bellas. Un cambio de paisaje. Un cambio de estado de ánimo. ¿Y sabes qué?
¿Qué?
Continúan allí.
Pero no continuarán allí por mucho tiempo.
Lo sé. Por eso fui. Para despedirme. Cada vez que viajo, es invariablemente para despedirme.
Techos de tejas, balcones de madera, peces en la bahía, el reloj de cobre, chales secándose sobre las rocas, el delicado aroma de las aceitunas, puestas de sol tras el puente, piedra ocre. «Jardines, parques, bosques, montes, canales, lagos privados, con cabañas, villas, portones, bancos de jardín, cenadores, huecos, grutas, ermitas, arcos de triunfo, capillas, templos, mezquitas, salones de banquetes, rotondas, observatorios, pajareras, invernaderos, neveras, fuentes, puentes, barcas, cascadas, casas de baños». El anfiteatro romano, el sarcófago etrusco. El monumento a los muertos de la guerra de 1914-1918 en la plaza de todas las aldeas. No ves la base militar. Está fuera de la ciudad, y no sobre la carretera principal.
Presagios. En el muro del claustro ha aparecido una larga grieta oblicua. Sube el nivel del agua. La nariz del santo de mármol ya no es aguileña.
Este lugar. Un impulso piadoso me trae siempre de vuelta a este lugar. Pienso en todas las personas que estuvieron aquí. Sus nombres están garrapateados con torpes incisiones al pie del fresco.
¡Vándalos!
Sí. Es su manera de estar aquí.
Las obras más orgullosas hechas por la mano del hombre rebajadas a la condición de cosas naturales. El Juicio Final.
No puedes guardar todo bajo llave en museos.
¿No hay nada hermoso en tu país?
No. Sí. Menos.
¿Tenías guías, mapas, horarios, zapatos resistentes?
Leí las guías cuando llegué a casa. Quería conservar mis…
¿Impresiones inmediatas?
Podrías llamarlas así.
Pero viste los lugares famosos. No te desentendiste perversamente de ellos.
Los vi. Tan a conciencia como podía mientras salvaguardaba mi ignorancia. No quiero saber más de lo que sé, no quiero apegarme a ellos más de lo que ya lo estoy.
¿Cómo sabías adónde ir?
Jugando con mi memoria como si fuese una ruleta.
¿Recuerdas lo que viste?
No mucho.
Es demasiado triste. No puedo amar el pasado que está prisionero dentro de mi memoria como un recuerdo comprado en una tienda.
Lecciones sobre objetos. Urnas griegas. Un molinillo de pimienta en forma de Torre Eiffel. Una jarra de cerveza con la imagen de Bismarck. Un pañuelo de cabeza con la bahía de Nápoles y el Vesubio. Una bandeja de corcho con el David de Miguel Ángel.
Recuerdos comprados en tiendas no, gracias. Aferrémonos a lo auténtico.
El pasado. Bueno, en el pasado siempre hay algo inefable, ¿no te parece?
Con toda su gloria original. El patrimonio indispensable de una mujer culta.
Estoy de acuerdo. Como tú, no considero que la devoción al pasado sea una forma de esnobismo. Sólo una de las formas más desastrosas del amor no correspondido.
Estaba siendo cruel. Soy una amante voluble. No es amor lo que el pasado necesita para sobrevivir, sino la ausencia de opciones.
Y ejércitos de personas pudientes, inmovilizadas por la vanidad, la codicia, el miedo al escándalo y la ineficiencia e incomodidad del viaje. Mujeres equipadas con parasoles y bolsos de perlas, con pasitos cortos, faldas largas, ojos tímidos. Hombres bigotudos con chistera, peinados con la raya a la izquierda, que sostienen con ligas sus calcetines de seda. Secundados por lacayos, zapateros remendones, traperos, herreros, músicos callejeros, aprendices de linotipista, deshollinadores, fabricantes de encajes, comadronas, carreteros, nodrizas, albañiles, cocheros, guardianes y sacristanes. Así de reciente. Todo ha desaparecido. La gente. Y su pompa y boato.
¿Es eso lo que crees que fui a ver?
No a la gente. Pero sí sus lugares, sus cosas bellas. Dijiste que aún estaban allí. La choza, la ermita, la gruta, el parque, el castillo. Una pajarera de estilo chino. La hacienda de Su Señoría. Un aislamiento delicioso en medio de sus bosques impenetrables.
Yo no fui feliz allí.
¿Qué sentías?
Pesar porque talaban los árboles.
Así que tienes una visión nebulosa de las cosas naturales. Por un disfrute excesivo de los placeres nerviosos, metálicos, de las grandes ciudades.
Como no estaba a la altura de mis pasiones, rehuí los lagos, rehuí los bosques, rehuí los campos donde titilaban las luciérnagas, rehuí las montañas aromáticas.
Tonterías provincianas. Lo que necesitas es algo menos solitario.
Yo acostumbraba decir: Los paisajes sólo me interesan en relación con los seres humanos. Ah, el hecho de amar a alguien infundiría vida a todo esto… Pero las emociones que nos inspiran los seres humanos también se parecen tristemente entre sí. Cuanto más cambian los lugares, las costumbres y las circunstancias de las aventuras, tanto más nos damos cuenta de que nosotros permanecemos inmutables en medio de todo aquello. Conozco todas las reacciones que tendré. Conozco todas las palabras que volveré a pronunciar.
Deberías haberme llevado a mí en su lugar.
Te refieres a él. Sí, claro que no estaba sola. Pero reñíamos casi todo el tiempo. Él ajetreado, yo odiosa.
Dicen. Dicen que un viaje es una buena ocasión para reparar un amor lesionado.
O la peor. Sentimientos semejantes a metralla extirpada a medias de la herida. Opiniones. Y competencia de opiniones. Ejercicios amatorios desesperados de regreso en el hotel en doradas tardes estivales. Servicio de habitaciones.
¿Cómo permitiste que se volviera tan monótono? Alimentabas muchas esperanzas.
¡Basura! Las prisiones y los hospitales están henchidos de esperanzas. Pero no los vuelos chárter y los hoteles de lujo.
Pero estabas conmovida. A veces.
Quizá fuese el agotamiento. Claro que lo estaba. Lo estoy. El interior de mis sentimientos está humedecido por las lágrimas.
¿Y el exterior?
Muy seco. Bueno, tanto como hace falta. No puedes imaginarte lo extenuante que es. Ese órgano de la nostalgia equipado con dos membranas, que bombea las lágrimas hacia dentro. Que las bombea hacia fuera.
Virtudes de profundidad y energía.
Y discernimiento. Cuando puedes hacerlas aflorar.
Qué sorpresa. No son todas bellas, las cosas bellas. Nunca he visto tantos Cupidos rechonchos y Gracias desmañadas.
Aquí hay un café. En el café. El cura del pueblo jugando al pinball. Marineros de diecinueve años con borlas rojas mirando. Un caballero anciano con un komboloi de ámbar. La hija del propietario haciendo sus deberes en una mesa de juego. Dos cazadores comprando postales con fotos de ciervos. Él dice: Puedes beber el vino ácido local, volverte un poco menos odiosa, relajarte.
Monsieur René dice que se cierra a las cinco.
Cada cuadro. «Cada cuadro tenía al pie un lema de alguna buena intención. Al ver que yo miraba atentamente esas nobles imágenes, él dijo: “Aquí todo es natural”. Las figuras estaban vestidas como hombres y mujeres vivos, aunque eran inmensamente más hermosas. Mucha luz, mucha oscuridad, hombres y mujeres que son y sin embargo no son».
¿Merece un rodeo? ¡Merece un viaje! Es una colección notable. Aún conservaba su aura. Las cosas eran realmente fastidiosas.
El celo del barón al explicar. Sus modales corteses. Se quedó durante todo el bombardeo.
Una homogeneidad necesaria. O, si no, algún acontecimiento descarnado, específico.
Quiero volver a esa tienda de antigüedades.
«El arco ojival de la puerta es gótico, pero la nave central y las naves laterales…».
Eres difícil de complacer.
¿No puedes imaginar un viaje que no se haga para acumular placeres sino para hacerlos más escasos?
La saciedad no es mi problema. Tampoco lo es la piedad.
No queda nada por hacer excepto esperar nuestras comidas, como animales.
¿Te estás resfriando? Bebe esto.
Me encuentro perfectamente. Te ruego que no compres el catálogo. Ni las postales con reproducciones. Ni el suéter de marinero.
No te enfades, pero… ¿le diste la propina a monsieur René?
Debes decirte cincuenta veces por día: No soy un experto, ni un trotamundos romántico, ni un peregrino.
Dilo tú.
«Una parte permanente de los bienes espirituales de la humanidad».
Tradúceme eso. He olvidado mi libro de frases.
De todos modos, viste lo que viniste a ver.
El antiguo triunfo de la organización sobre la acumulación.
Pero a veces fuiste feliz. No sólo a pesar de las cosas.
Descalza sobre el suelo de mosaico del baptisterio. Encaramándome sobre los arbotantes. Iluminada por una custodia barroca que titila ambiguamente en la penumbra creciente de la catedral. El fulgor de los objetos. Voluminosos. Resplandecientes. Bienaventuranza inefable.
Envías tarjetas postales sobre las cuales escribes «Bienaventuranza». ¿Recuerdas? Me enviaste una.
Lo recuerdo. No me interrumpas. Estoy volando. Estoy merodeando. Epifanía. Lágrimas ardientes. Delirio. No me detengas. Acariciaba mi delirio como las pelotas del apuesto camarero.
Quieres despertar mis celos.
No me interrumpas. Su tez exquisita, su risa insolente, su manera de silbar, la humedad suculenta de su camisa. Entramos en un cobertizo situado detrás del restaurante. Y yo dije: Penetre, señor, en este cuerpo. Este cuerpo es su castillo, su cabaña, su pabellón de caza, su villa, su carruaje, su transatlántico de lujo, su estudio, su cocina, su lancha motora, su depósito de herramientas…
¿Haces esas cosas a menudo cuando él está cerca?
¿Él? Él dormía la siesta en el hotel. Un leve ataque de heliofobia.
En el hotel. De vuelta en el hotel, lo desperté. Tenía una erección. Me senté sobre su bajo vientre. El cubo de la rueda, el eje, el punto de apoyo. Líneas de fuerza de la gravitación. En un mundo de claridad diurna perfecta. En verdad, un mundo de mediodía, donde los objetos no proyectan sombra.
Sólo los parcialmente sabios despreciarán estas sensaciones.
Estoy girando. Soy un volante gigantesco, que no guía ninguna mano humana. Estoy girando…
¿Y los otros placeres? Los que viniste a buscar.
«Es difícil que en todo el mundo visible exista una sensación del ánimo más poderosa que la experimentada dentro de una de las catedrales góticas en el preciso instante en que se pone el sol».
Placer de la vista. Había que darle énfasis.
«El ojo no ve nada más allá de esas figuras resplandecientes, suspendidas en el aire hacia el oeste en adustas y solemnes hileras mientras el sol incandescente del crepúsculo cae sobre ellas».
Mensajeras del infinito temporal y espiritual.
«La sensación del fuego lo impregna todo, y los colores elevan su cántico, regocijándose y sollozando».
Existe, en verdad, un mundo diferente.
Encontré una maravillosa Baedeker antigua, con muchas cosas que no figuran en la Michelin. Vamos. Vamos a visitar las cuevas. A menos que estén cerradas.
Vamos a visitar el cementerio de la Primera Guerra Mundial.
Vamos a presenciar la regata.
Este lugar. Se suicidó precisamente aquí, junto al lago. Con su prometida. En 1811.
Hace dos días seduje a un camarero en el restaurante próximo al puerto. Dijo. Dijo que se llamaba Arrigo.
Te amo. Y mi corazón late con fuerza.
El mío también.
Lo importante es que paseamos juntos por esta arcada.
Que paseamos. Que contemplamos. Que es bella.
Lecciones sobre objetos. Dame esa maleta. Pesa mucho.
Hay que tener la precaución de no preguntarse si estos placeres son superiores a los del año pasado. Nunca lo son.
Esa debe de ser nuevamente la seducción del pasado. Pero espera a que el ahora se convierta en entonces. Verás cuán felices fuimos.
No espero ser feliz. Quejas. Ya la he visto. Seguramente estará lleno. Está demasiado lejos. Conduces a demasiada velocidad, no veo nada. Sólo dos funciones en el cine, a las siete y a las nueve. Hay una huelga, no puedo telefonear. Esta condenada siesta: no hay nada abierto entre la una y las cuatro. Si todo salió de esta maleta, no entiendo por qué no puedo volver a meterlo dentro.
Pronto dejarás de inquietarte por estos engorros mezquinos. Comprenderás que no tienes preocupaciones ni obligaciones. Y entonces empezará el desasosiego.
Como esos protestantes de clase media alta que experimentan revelaciones, se vuelven histéricos, sufren colapsos bajo el impacto desconcertante de la luminosidad del Mediterráneo y los modales del Mediterráneo. Aún piensas en el camarero.
Te dije que te amo, confío en ti, no me importó.
No debería importarte. No me interesa ese tipo de revelación. No quiero satisfacer mi deseo, quiero exasperarlo. Quiero resistir la tentación de la melancolía, cariño. Si por lo menos supieras cuánto…
Entonces debes poner fin a este coqueteo con el pasado que inventaron poetas y directores de museos. Podemos olvidar sus antigüedades. Podemos comprar sus tarjetas postales, comer sus platos, admirar su despreocupación sexual. Podemos participar en sus festivales obreros y cantar «La Internacional», porque incluso nosotros sabemos la letra.
Me siento perfectamente.
Creo que no entraña riesgos. Recoger autoestopistas, beber agua no embotellada, tratar de conseguir un poco de grifa en la piazza, comer los mejillones, dejar la cámara fotográfica en el coche, visitar los bares del puerto, confiar en que el conserje hará la reserva, ¿no te parece?
Algo. ¿No quieres hacer algo?
¿Todos los países tienen una historia trágica excepto el nuestro?
Este lugar. ¿Ves? Hay una placa conmemorativa. Entre las ventanas.
Arruinados. Arruinados por demasiadas décadas de valoración intrépida. La Naturaleza, esa prostituta, coopera. Los despeñaderos de los Dolomitas que el sol tiñe de un color excesivamente rosado, el agua de la laguna que la luna tiñe de un color excesivamente plateado, los cielos azules de Grecia (o Sicilia) excesivamente oscurecidos por el arco de una muralla blanca.
Ruinas. Estas son ruinas que perduran de la última guerra.
Insolencia anticuaria: nuestra bella morada.
Fue un convento, construido según un plano que dibujó Miguel Ángel. Transformado en hotel en 1927. No pretendas que los nativos cuiden las obras hermosas.
No lo pretendo.
Dicen. Dicen que van a rellenar el canal para transformarlo en una autopista, que venderán la capilla rococó de la duquesa a un jeque de Kuwait, que construirán un bloque de apartamentos sobre ese acantilado con una plataforma de madera de pino, que inaugurarán una boutique en la aldea de pescadores, que montarán un espectáculo de luz y sonido en el gueto. Va deprisa. Comisión Internacional. Procura conservar. Bajo el patrocinio de Su Excelencia y el Honorable. Va deprisa. Tendrás que correr.
¿Tendré que correr?
Entonces déjalos ir. La vida no es una carrera.
O sí lo es.
Ya no. ¿No es una pena que ya no escriban los menús en tinta roja? ¿Que ya no puedas dejar los zapatos fuera de la habitación del hotel por la noche? Recuerda. Aquellos billetes descomunales, de esos que circulaban antes de la devaluación. La última vez. No había tantos coches la última vez, ¿no te parece?
¿Cómo pudiste soportarlo?
Fue más fácil de lo que parece. Con una imaginación como una columna de fuego. Y un corazón como una columna de sal.
Y quieres romper el vínculo.
Precisamente.
¡La mujer de Lot!
Pero la amante de él.
Te dije. Te dije que deberías haberme llevado a mí en su lugar.
Holgazaneando. En la basílica. En el jardín situado detrás de la posada. En el mercado de especias. En la cama en mitad de la tarde dorada.
La causa. La causa reside en los gases de las fábricas petroquímicas próximas. La causa reside en el hecho de que no tienen suficientes guardias para los museos.
«Dos grupos de esculturas, uno representa el trabajo virtuoso; el otro, la lascivia desenfrenada».
¿Te das cuenta de la forma en que han subido los precios? Una inflación apabullante. No entiendo cómo se las apaña la población local. Pagan alquileres casi tan altos como los nuestros, y ganan la mitad.
«A la izquierda del camino principal se entra en la Tumba de los Relieves (llamada Tomba Bella). Los objetos favoritos y los artículos domésticos de los muertos están reproducidos en estuco pintado en relieve sobre los muros que rodean los nichos y sobre las columnas: perros, cascos, espadas, grebas, escudos, morrales y macutos, cuencos, un jarro, un catre, pinzas, un sierra, cuchillos, cacharros y utensilios de cocina, rollos de cuerda, etcétera».
Estoy segura. Estoy segura de que era una prostituta. ¿Has visto sus zapatos? Estoy segura de que esta noche habrá un concierto en la catedral.
Además dijeron. Tres estrellas, estoy segura de que dijeron que tenía tres estrellas.
Este lugar. Es aquí donde filmaron la escena de aquella película.
Nada deteriorado. Qué sorpresa. Esperaba lo peor.
Alquilan mulas.
Por supuesto. Aquí todos los asalariados disfrutan de cinco semanas de vacaciones pagadas.
Las mujeres envejecen muy rápidamente.
Amables. Es el segundo verano de la campaña «Sed amables» del Ministerio de Turismo. Este país cuyo suelo está sembrado de maravillas en ruinas.
Dice. Dice que está cerrado por restauración. Dice que aquí ya no se puede nadar.
Contaminación.
Dijeron.
No me importa. Métete. El agua está casi tan tibia como en el Caribe.
Te deseo, te siento. Lámeme el cuello. Bájate el pantalón de baño. Deja que…
Vamos. Volvamos al hotel.
«El tratamiento del espacio en la arquitectura y la pintura manieristas muestra esta transición del orden mundial “cerrado” del Renacimiento a los movimientos “abiertos”, “libres” y sinuosos del universo manierista».
¿Qué pretendes decirme?
«La armonía, la inteligibilidad y la coherencia de la cosmovisión del Renacimiento eran inherentes a los patios simétricos de los palacios italianos».
No quiero halagar mi inteligencia con testimonios.
Si no deseas mirar el cuadro, mírame a mí.
¿Ves la señal? No puedes enfilar la barca en esa dirección. Nos estamos acercando a la base de submarinos nucleares.
Informaciones. Han informado sobre la existencia de cinco casos de cólera.
Esta piazza ha sido definida como un escenario para héroes.
Hace mucho más frío por la noche. Debes usar un suéter.
Gracias al festival de música de todos los veranos. Deberías ver este lugar en invierno. Está muerto.
El juicio se celebra la semana próxima, así que ahora organizan manifestaciones. ¿Ves esa pancarta? Y escucha esa canción.
No entremos. Seguro que aquí te timan.
Dijeron. Tiburones, creo que dijeron.
En el aerodeslizador no. Sé que es más veloz, pero me mareo mucho.
«Como el sol se ha levantado y el calor en otros lugares es excesivo para nosotros, nos hemos refugiado en el patio donde los árboles dan sombra». No se trata de que lo amara. Pero en determinado momento de fatiga física…
A merced de tus estados de ánimo.
A veces satisfecha. Incluso dichosa.
No parece así. Suena como un esfuerzo por saborear.
Quizá. Pérdida de discernimiento en la necrópolis.
Informaciones. En el norte está en su apogeo una guerra civil. El líder del Frente de Liberación sigue en el exilio. Circulan rumores de que el dictador ha tenido un infarto. Pero todo parece tan…
¿Tranquilo?
Eso supongo… tranquilo.
Este lugar. En este lugar masacraron a trescientos estudiantes.
Será mejor que te acompañe. Deberás regatear.
Empieza a gustarme la comida. Te acostumbras a ella después de un tiempo. ¿A ti no te ocurre?
En las pinturas más antiguas falta por completo el claroscuro.
Aquí me siento bien. No hay tanto que ver.
«Bajo la moldura, pequeños árboles con mucho follaje, de los que cuelgan guirnaldas, cintas y diversos objetos, se alternan con figuras danzantes de hombres. Un hombre está tumbado en el suelo, tocando una flauta doble».
Cámaras. A las mujeres no les gusta que las fotografíen.
Quizá necesitemos una guía.
Es un libro sobre los tesoros que han exhumado. Imágenes, bronces y lámparas.
Esa es la prisión donde torturan a los sospechosos políticos. Terror incógnita.
Cubierto de moscas. Ese pobre niño. ¿Lo has visto?
Presagios. El corte de electricidad de ayer. Nuevas pintadas sobre el monumento esta mañana. Tanques rechinando por el bulevar al mediodía.Dicen. Dicen que el radar del aeropuerto no funciona desde hace setenta y dos horas.
Dicen que el dictador se ha recuperado del ataque al corazón.
No, agua embotellada. Gente más recia. Una vegetación muy distinta.
¡Y la forma en que tratan aquí a sus mujeres! Bestias de carga. Transportando esos sacos cuesta arriba por colinas azuladas sobre las que…
Están construyendo una estación de esquí.
Están desmontando el lazareto.
Mira su cara. Intenta hablarte.
Claro que podríamos vivir aquí, privilegiados como somos. No es nuestro país. Ni siquiera me molesta que me roben.
«Como el sol se ha levantado y el calor en otros lugares es excesivo para nosotros, nos hemos refugiado en la sombra de un oasis».
A veces lo amaba. Sin embargo, en determinado momento de fatiga mental…
A merced de tus estados de ánimo.
Mis caricias intrépidas. Mis silencios groseros.
Tratabas de enmendar un error.
Trataba de cambiar mi desgracia.
Te lo dije, deberías haberme llevado a mí en su lugar.
No habría sido distinto. Desde allí seguí viaje sola. También te habría abandonado a ti.
Mañanas de partida. Con todo preparado. El sol se eleva sobre la más majestuosa de las bahías (Nápoles, Río o Hong Kong).
Pero podrías decidir quedarte. Tomar nuevas decisiones. ¿Eso te haría sentirte libre? ¿O sentirías que has menospreciado algo insustituible?
El mundo entero.
Eso se debe a que es después y no antes. «Al principio, todo el mundo era América».
¿A qué distancia estamos del principio? ¿Cuándo empezamos a sentir la herida?
Esta herida irreparable, el gran anhelo de otro lugar. De convertir este lugar en otro.
En una mezquita de Damietta se levanta una columna que curará tu impaciencia si la lames hasta que te sangre la lengua. Tiene que sangrar.
Qué curiosa palabra, wanderlust, ansia de viajar. Estoy preparada para partir.
Yo ya he ido. Pesarosamente, jubilosamente. Un lirismo más orgulloso. No es el Paraíso lo que se ha perdido.
Consejo. Muévete, salgamos pitando, no me retengas, viaja más ligero quien viaja solo. Echemos a andar. Arriba, zángano. Yo me voy de aquí. Mueve el culo. Duerme más aprisa, necesitamos la almohada.
Ella corre, él remolonea.
Si voy a tanta velocidad, no veré nada. Si voy más despacio…
Todo. Entonces no habré visto todo antes de que desaparezca.
En todas partes. He estado en todas partes. No he estado en todas partes, pero figuran en mi lista.
El final de la tierra. Pero hay agua, oh corazón mío. Y sal sobre mi lengua.
El fin del mundo. Este no es el fin del mundo.







En Yo, etcétera
Título original: I, etcetera
Susan Sontag, 1983
Traducción: Eduardo Goligorsky

Foto: S. Sontag at Halsman’s studio, New York, May 1967
by Philippe Halsman/Magnum Photos


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