René Char: Huésped y amo
6 de mayo de 2009
¿Qué podría consolarnos? ¿Y qué necesidad hay de consuelo? El hombre y el tiempo nos han revelado todo. El tiempo no es en absoluto votivo, y el hombre sólo cumple designios ruinosos.
Deseo de un corazón cuyo umbral no se modifique.
Íbamos a tomar lo que anhelábamos. Pero la mano brillante se rendía, parecía fea.
Fuente verde suele dar frutos pochos.
Nuestro sueño era un lobo entre dos ataques.
Habíamos prolongado poderosamente el camino. No llevaba a ninguna parte. Habíamos multiplicado los destellos. Al fin y al cabo, ¿a dónde llevaba? A las brumas disipadas, a la evocada niebla. Y la naturaleza entera estaba aquejada de pandemia.
Incluso en el mejor, en uno u otro momento, encarnaba el crimen.
Astros y desastres, cómicamente, se han enfrentado siempre en su desproporción.
Hombres de presa altamente civilizados se afanaban por cubrir el rostro embrutecido con la máscara de la espera afortunada. ¡En qué términos, su invitación! ¡Qué perfil porcino el de su prosperidad!
¿De nuevo a solas con lo que llama desde tan lejos, tan evasivamente?
Tiempo, amo mío y huésped mío, ¿a quién ofreces, si es que lo haces, los días gozosos de tus fuentes? ¿Al que viene secretamente, con su acre olor, a vivirlos cerca de ti, sin falsedad, y sin embargo delatado por sus irreparables heridas?
En El espanto del gozo
René Char, El desnudo perdido
Traducción y notas: Jorge Riechmann
Madrid, Poesía Hyperión, Madrid, 1989