Homero - Afrodita, Anquises y Eneas (Himno a Afrodita, fragmentos)
18 de octubre de 2008
(...)
45. Zeus inspiró en el corazón de Afrodita un dulce deseo de acoplarse con varón mortal, para que muy pronto ni ella estuviera exenta del concúbito humano; ni la misma Afrodita, amante de la risa, pudiera decir, gloriándose entre todos los dioses y sonriéndose dulcemente, que unía a los dioses con mujeres mortales que daban a los inmortales hijos mortales, y que juntaba asimismo a las diosas con los mortales hombres.
46. Inspiróle, pues, en el corazón, un dulce deseo de Anquises, que se hallaba apacentando vacas en las alturas del monte Ida, abundante en manantiales, y por su cuerpo parecía un inmortal. Así que le vio a Afrodita, amante de la risa, se enamoró de él, sintiendo que un vehemente deseo se adueñaba de su albedrío. Fuese enseguida a Chipre, penetró en el perfumado templo de Pafos donde tenía un campo sagrado y un perfumado altar, y cerró las puertas espléndidas. Allí las Gracias la lavaron y ungieron con aceite inmortal, divino y sutil, que siempre estaba perfumado para ella; cuales cosas embellecen todavía más a los sempiternos dioses. Luego Afrodita, amante de la risa, revistió su cuerpo de hermosos vestidos, se adornó con oro y, dejando la olorosa Chipre, se lanzó hacia Troya, haciendo el viaje rápidamente, por lo alto, por entre las nubes. Llegó al Ida, abundante en manantiales, procreador de fieras; y, atravesando la montaña, se fue directamente al establo: iban tras ella, moviendo la cola, blanquecinos lobos, leones de torva mirada y veloces panteras, insaciables de carne de ciervo; y la diosa, al notarlo, sintió que se le alegraba el ánimo y les infundió en el pecho un dulce deseo, y todos fueron acostándose por parejas en los sombríos vericuetos. Llegó en esto a la bien construida cabaña y halló al héroe Anquises que tenía la belleza de un dios y se había quedado en el establo, solo, alejado de sus compañeros. Estos se habían ido todos, con las vacas, por los prados herbosos; y él se había quedado en el establo, solo, alejado de los demás, e iba acá y acullá pulsando vigorosamente la cítara. Afrodita, hija de Zeus, se detuvo a su presencia, habiendo tomado la estatura y el aspecto de una doncella libre de todo yugo: no fuera que, al contemplarla Anquises con sus ojos, le tuviese temor. Anquises al verla, se quedó pensativo y admiraba su aspecto, su estatura y sus vestidos espléndidos. Afrodita se había revestido de un peplo más brillante que el resplandor del fuego, llevaba retorcidos brazaletes y lucientes agujas; tenía alrededor de su tierno cuello bellísimos collares, pulcros, áureos, de variada forma; y en su tierno pecho brillaba una especie de luna, encanto de la vista. El deseo amoroso se apoderó de Anquises, quien, vuelto hacia ella, así le dijo:
92. -Salve, oh reina, que has venido a estas moradas, seas cual fueres de las bienaventuradas diosas -o Artemis, o Leto, o la áurea Afrodita, o la noble Temis, o Atenea, la de los ojos de lechuza-; o quizás has llegado aquí siendo una de las Gracias, que acompañan a todos los dioses y son llamadas inmortales; o eres alguna de las ninfas que pueblan los hermosos bosques o de las que habitan este hermoso monte, las fuentes de los ríos y los prados herbosos. Yo te erigiré un altar en una atalaya, en sitio abierto por todos lados, y te ofreceré hermosos sacrificios en cada estación; y tú, con ánimo benévolo, concédeme que sea ilustre entre los troyanos y haz que tenga floreciente prole, que viva bien y largo tiempo, que mezclado con el pueblo contemple dichoso la luz del sol, que llegue hasta el umbral de la vejez.
107. Afrodita, hija de Zeus, respondiole en el acto:
108. -Oh Anquises, el más glorioso de los hombres que de la tierra han nacido, no soy ciertamente una diosa -¿por qué me confundes con las inmortales?-, sino mortal, y mujer fuera la madre que me dio a luz. Mi padre es Otreo, de ínclito nombre, si acaso lo has oído nombrar, y reina sobre toda Frigia bien amurallada. Conozco bien vuestra lengua y la mía, por haberme criado en el palacio una nodriza troyana que me crió constantemente desde que me recibió de mi madre, siendo yo muy pequeñita; por eso conozco bien vuestra lengua. Ahora el Argifontes, el de la varita de oro, me arrebató de un coro de Artemis, que lleva arco de oro y es amante del bullicio. Muchas ninfas y doncellas de rico dote jugábamos, y una multitud inmensa formaba en torno nuestro una corona; de allí me arrebató el Argifontes, el de la varita de oro, quien me condujo por cima de muchas tierras cultivadas por los mortales hombres y por cimas de otras no sorteadas ni cultivadas en las cuales las fieras carnívoras vagan por los sombríos vericuetos -parecíame que no tocaba con mis pies la fértil tierra- y me dijo que cabe al lecho de Anquises sería llamada legítima esposa y te daría a ti hijos ilustres. Así que me mostró el sitio y me hubo hablado, volvióse el fuerte Argifontes a las familias de los inmortales; y yo vine a encontrarte, obligada por dura necesidad. Mas, por Zeus te lo suplico y por tus padres nobles, pues unos viles no te habrían engendrado tal cual eres: llévame, no rendida aún e inexperta en amores, y muéstrame a tu padre y a tu madre entendida en cosas honestas y a tus hermanos nacidos de tu mismo linaje; que no seré para aquéllos una mujer indigna, sino tal cual les corresponde. Manda pronto un mensajero a los frigios de ágiles corceles, para que se lo participen a mi padre y a mi madre que está ansiosa, los cuales te enviarán abundante oro y vestiduras tejidas; y tú recibe muchos y espléndidos regalos. Y después que esto hicieres, celebra con un convite las deseadas nupcias a foin de que sean honorables para los hombres y los inmortales dioses.
143. Si eres mortal y fue mujer la madre que te dio a luz, y tu padre es Otreo de ínclito jombre, según dices, y has venido aquí por voluntad de Hermes, el nuncio inmortal, en adelante serás llamada esposa mía todos los días; y ninguno de los dioses ni de los mortales hombres me detendrá hasta haberme unido amorosamente contigo, aunque el mismo Apolo, el que hiere de lejos, me tirara luctuosas flechas con su arco de plata. Yo quisiera, oh mujer semejante a una diosa, subir a tu lecho y hundirme luego en la mansión de Hades.
155. Así diciendo, cogióle la mano; y Afrodita, amante de la risa, vuelta hacia atrás y con los ojos bajos, se deslizaba hacia el lecho bien aparejado, hacia el lugar donde solían disponerlo para el rey con suaves colchas, encima de las cuales estaban echadas pieles de osos y leones de ronca voz que él mismo había matado en los altos montes. Así que llegaron al lecho bien construido, Anquises le fue quitando los relucientes adornos -broches, redondos brazaletes, sortijas y collares-, le desató la faja, la desnudó del espléndido vestido, que puso en una silla de clavazón de plata, por voluntad de los dioses y por disposición del hado, él, que era mortal, se acostó con una diosa inmortal sin saberlo claramente.
168. A la hora en que los pastores hacen volver de los floridos prados al establo los bueyes y las pingües ovejas, la diosa derramó sobre Anquises un dulce y suave sueño, y enmpezó a cubrir su cuerpo con el hermoso vestido. Cuando la divina entre las diosas hubo colocado alrededor de su cuerp o todas las prendas, quedose en pie dentro de la cabaña: su cabeza tocaba el techo bien construido y en sus mejillas brillaba una belleza inmortal, cual es la de Citerea, de hermosa corona. Entonces le despertó del sueño, le llamó, y le dijo con estas palabras:
177. -Levántate, Dardánida: ¿Pr qué duermes con sueño tan profundo? Dime si te parece que soy semejante a aquella que contemplaste primeramente con tus ojos.
180. Así dijo; y él, recordando de su sueño, pronto la oyó. Y así que vio el cuello y los ojos hermosos de Afrodita, turbóse y, desviando la vista, la dirigió a otro lado. Cubrióse nuevamente el rostro con la manta, y, suplicante, estas aladas palabras dijo:
185. -Cuando por vez primera te vi con mis ojos, conocí, oh diosa, que eras una deidad; pero tú no me hablaste sinceramente. Mas ahora te suplico por Zeus, que lleva la égida, que no permitas que yo habite entre los hombres y viva lánguidamente; antes bien compadécete de mí, que no nes de larga visda el varón que se acuesta con las inmortales diosas.
191. Afrodita, hija de Zeus, respondióle en el acto:
192. -¡Oh Anquises, el más glorioso de los mortales hombres! Cobra ánimo y no temas excesivamente en tu corazón; que ningún temor has de abrigar de que te venga algún mal de mi parte ni de la de los demás bienaventurados, pues eres caro a los dioses. Tendrás un hijo, que reinará sobre los troyanos y de su estirpe nacerán permanentemente hijos tras hijos. Su nombre será Eneas a causa del terrible dolor que se apoderó de mí por haber caído en la cama de un hombre mortal. Siempre los de vuestro linaje han sido, entre los mortales hombres, los más semejantes a los dioses por su aspecto y por su natural.
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Transcripto de Homero, Himnos, Margites, Batracomiomaquia, Epigramas y Fragmentos
Traducción Lluís Segalà
Barcelona, Libro Clásico, 1990
Imagen: Homero © Araldo de Luca-Corbis
155. Así diciendo, cogióle la mano; y Afrodita, amante de la risa, vuelta hacia atrás y con los ojos bajos, se deslizaba hacia el lecho bien aparejado, hacia el lugar donde solían disponerlo para el rey con suaves colchas, encima de las cuales estaban echadas pieles de osos y leones de ronca voz que él mismo había matado en los altos montes. Así que llegaron al lecho bien construido, Anquises le fue quitando los relucientes adornos -broches, redondos brazaletes, sortijas y collares-, le desató la faja, la desnudó del espléndido vestido, que puso en una silla de clavazón de plata, por voluntad de los dioses y por disposición del hado, él, que era mortal, se acostó con una diosa inmortal sin saberlo claramente.
168. A la hora en que los pastores hacen volver de los floridos prados al establo los bueyes y las pingües ovejas, la diosa derramó sobre Anquises un dulce y suave sueño, y enmpezó a cubrir su cuerpo con el hermoso vestido. Cuando la divina entre las diosas hubo colocado alrededor de su cuerp o todas las prendas, quedose en pie dentro de la cabaña: su cabeza tocaba el techo bien construido y en sus mejillas brillaba una belleza inmortal, cual es la de Citerea, de hermosa corona. Entonces le despertó del sueño, le llamó, y le dijo con estas palabras:
177. -Levántate, Dardánida: ¿Pr qué duermes con sueño tan profundo? Dime si te parece que soy semejante a aquella que contemplaste primeramente con tus ojos.
180. Así dijo; y él, recordando de su sueño, pronto la oyó. Y así que vio el cuello y los ojos hermosos de Afrodita, turbóse y, desviando la vista, la dirigió a otro lado. Cubrióse nuevamente el rostro con la manta, y, suplicante, estas aladas palabras dijo:
185. -Cuando por vez primera te vi con mis ojos, conocí, oh diosa, que eras una deidad; pero tú no me hablaste sinceramente. Mas ahora te suplico por Zeus, que lleva la égida, que no permitas que yo habite entre los hombres y viva lánguidamente; antes bien compadécete de mí, que no nes de larga visda el varón que se acuesta con las inmortales diosas.
191. Afrodita, hija de Zeus, respondióle en el acto:
192. -¡Oh Anquises, el más glorioso de los mortales hombres! Cobra ánimo y no temas excesivamente en tu corazón; que ningún temor has de abrigar de que te venga algún mal de mi parte ni de la de los demás bienaventurados, pues eres caro a los dioses. Tendrás un hijo, que reinará sobre los troyanos y de su estirpe nacerán permanentemente hijos tras hijos. Su nombre será Eneas a causa del terrible dolor que se apoderó de mí por haber caído en la cama de un hombre mortal. Siempre los de vuestro linaje han sido, entre los mortales hombres, los más semejantes a los dioses por su aspecto y por su natural.
(...)
Transcripto de Homero, Himnos, Margites, Batracomiomaquia, Epigramas y Fragmentos
Traducción Lluís Segalà
Barcelona, Libro Clásico, 1990
Imagen: Homero © Araldo de Luca-Corbis