Daniel Mourelle - El cuaderno con tapas de hule negro
22 de abril de 2008
Detener el pensamiento
sobre un hilo,
darlo vuelta
verlo desde abajo,
aflojarlo para tensarlo de otro modo.
Hurgar entre
las letras que lo sostienen
para no permitir que
algún cimiento pase inadvertido.
(pág. 97)
Cuando
¿Quién puede seguir creyendo en los inocentes cuando se trata de abrir un libro y permitir que la palabra se espante hacia la mirada?
Yo no puedo.
Ni quiero.
La inocencia es un escudo;
a veces: una mesa.
Las palabras que veo venir, mientras
espío a este derrochador,
se me hace cruda, irresponsable.
(pág. 57)
***
Hablar de literatura es poner distancia;
resbalar como si Shakespeare fuera
algo más que el nombre de un pasaje.
¿Cuántos años vive un tigre?
Maneras con las que justificar una garra;
me inclino cubriendo aquel legendario
vaso lleno de algodón
-no se puede confiar
en las legumbres.
(pág. 115)
¿Es que
tan perfecta ha sido esta muralla?
Si es para reírse:
una muralla cuya piedra se llama: desamparo.
(pág. 173)
Toda cara tiene un nombre
aunque pronunciarlo signifique caer.
***
Supongo que ya me debe haber visto.
Señal para partir.
Este libro no podía quedar indemne.
Buenos Aires, Libros del empedrado, 1994