Jacqueline Goldberg - Fiebre
22 de febrero de 2008
El hijo empeora durante la siesta.
Sus párpados resbalan sobre venenos tibios.
En el desfallecimiento exige agua, abandono.
Llora sin que arda
la lengua púrpura de su precoz vejez.
De su garganta supuran raíces.
Han sido siete noches
de fatigas al pie del desamparo.
El hijo nada sabe de muecas esdrújulas.
El padre quiere dormir, volver a los umbrales.
La madre es una claridad anterior.
No soportan
las horas hervidas del encierro.
Fieras desencontradas, se arquean a mansalva
con gritos más antiguos que su desamor.
El pequeño, ya infectado de simulacro, se niega a tragar.
Vendrán disgustos.
El hambre cumplirá sin retraso su misión de costra.
Pasará incluso el perdón.
En Verbos predadores
Caracas, Editorial Equinoccio, 2007