Yves Bonnefoy (Tours, 1923): El río

5 de marzo de 2011







Pero no, siempre
de un desplegarse del ala de lo imposible
despiertas, con un grito.
Del lugar, que es sólo un sueño. Tu voz, súbitamente,
es ronca como un torrente. Todo el sentido, agolpado,
cae allí, con un ruido
de sueño arrojado sobre la piedra.
Y te alzas una eterna vez
en este verano que te obsesiona.
De nuevo ese rumor de otro sitio, próximo, lejano;
vas hacia ese postigo que vibra... Afuera, ningún viento.
Las cosas de la noche están inmóviles
como una invasión de agua en la luz.
Mira,
el árbol, el pretil de la terraza,
la era, que parece pintada en el vacío,
las masas del zafre claro en el barranco,
apenas se estremecen, tal vez reflejo
de otros árboles y otras piedras en un río.
¡Mira! ¡Mira con todas tus fuerzas! Nada de aquí.
Esa hondonada o ese resplandor en la cumbre
en la tormenta, o el pan, el vino,
nada ya tiene, eternamente silenciosa
esa respiración nocturna que unía
en el antiguo sueño
los animales y las cosas, anochecidos
al infinito bajo el manto de estrellas.
Mira,
la mano que acaricia el seno,
reconoce su forma, hace brotar
la dulce aridez, la mano se alza,
medita su apartarse, su ignorancia
y arde retirada en el grito desierto.
pero con los mismos signos brilla el cielo;
¿por qué el sentido
se coaguló en los flancos de la Osa Mayor,
herida incurable que divide.
En el río de todo a través de todo,
con su coágulo, como una cifra de muerte,
el flujo esplendoroso de las vidas oscuras?
Contemplas el fluir del río terrestre,
aguas arriba, aguas abajo, en la misma noche
a pesar de todos esos reflejos que reúnen
en vano las estrellas con los frutos mortales.
Y sabes mejor, ahora, que soñabas
que una barca cargada de tierra negra
zarpaba de una orilla. El barquero
echaba todo el peso de su cuerpo
sobre la pértiga que se hundía
no sabías dónde,
entre el barro sin nombre del fondo del río.

Oh tierra, tierra,
¿porqué la perfección del fruto, si el sentido,
como una barca apenas presentida,
se evade del color y de la forma,
y de dónde ese recuerdo que oprime el corazón,
de la barca de otro verano al ras de las hierbas?
¿De dónde, sí, tanta evidencia a través de tanto
enigma, y tanta certidumbre también, e incluso
tanta alegría, preservada? ¿ Y por qué la imagen
que no es la apariencia, ni siquiera
la turbación del sueño, insiste
pese a la negación del ser? Días profundos,
un joven dios vadeaba la corriente,
el pastar se alejaba en la polvareda,
unos niños jugaban arriba entre el follaje.
Risas, batallas en la paz. rumores de la tarde,
y el espíritu encontraba allí su aliento, igual...
Hoy el pasante
tiene sólo una orilla ruidosa y oscura
y Boris Schloezer, cuando murió,
oyendo en el embarcadero una música
de la que sus parientes nada sabían (era, ya.
la flauta de la liberación revelada
o un ultimo bien de la tierra perdida,
"Obra", transfigurada?) no ha dejado tras sí
sino esas aguas abrasadas de enigma.
Oh tierra,
estrellas más violentas no han sellado jamás
los linderos del cielo con fogatas más fijas,
llamado más devorante de pastor en el árbol
No ha destrozado nunca verano más oscuro.

Tierra,
¿qué había entrevisto, qué comprendía,
qué aceptó?
Escuchó, largo rato,
después se irguió, el fuego
de esa obra que alcanzaba
quién sabe, una cumbre
de desenlaces, de encuentros, de alegría.
Iluminó su rostro.

Golpe seco,
de la pértiga contra la ola fangosa,
noche
de la cadena que se desliza hacia el fondo del río.

En otra parte,
allí donde ignoraba todo, donde yo escribía,
un perro quizá envenenado arañaba
la amarga tierra nocturna.






Traducción: Elida Gramajo y Arturo Carrera
Cortesía La biblioteca de Marcelo Leites





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