Georg Trakl - Metamorfosis del mal
24 de octubre de 2008
Versión de Helmut Pfeiffer
Otoño; negro caminar por el lindero del bosque; minuto de silenciosa destrucción; al asedio del leproso bajo el árbol desnudo. Tarde vivida, que ahora muere sobre gradas de musgo; en noviembre. Suena una campana y el pastor guía una manada de caballos negros y rojos a la aldea. Entre los avellanos el verde cazador desolla un venado. Sus manos humean de sangre y bajo el follaje la sombra parda y silenciosa del animal suspira en los ojos del hombre. Tres cornejas se dispersan. Su vuelo semeja una sonata, llena de acordes marchitos y ruda melancolía; quedamente se disuelve una nube de oro. Los muchachos encienden un fuego en el molino. El hermano del más pálido llama y aquel ríe sumido en su cabellera purpúrea; tal vez sea el lugar de un crimen por donde pasa de largo un camino de piedras: los bérberos han desaparecido, bajo los pinos algo sueña todo el año en el aire de plomo; angustia, verde oscuridad, el grito de un ahogado: en el estanque estrellado un hombre captura un pez gigante, negro; su rostro se llena de crueldad y delirio. Se escuchan las voces del cañaveral mezcladas con las de algunos combatientes y el pescador se balancea en su roja barca por las grises aguas del otoño evocando las sombrías leyendas de su estirpe, mientras sus ojos abiertos se petrifican sobre tinieblas y virginales apariciones. El mal.
¿Que te obliga a callar en los derruidos escalones de la casa paterna? Negrura de plomo. ¿Que alzas ante los ojos con tu mano de plata para que los párpados desciendan como ebrios de blanca amapola ? A través del muro de piedra ves el cielo estrellado, la Vía Láctea, Saturno; rojo. El árbol desnudo castiga furioso al muro de piedra. Sobre derruidas gradas, tú: ¡árbol, estrella, piedra! Tú, un animal azul, que tiembla levemente; tú, el pálido sacerdote que lo sacrifica en el negro altar. Es triste y maligna tu sonrisa en la oscuridad, como un niño que palidece en su sueño. Una llama roja huyó de tu mano y una mariposa nocturna ardió en ella. Oh, la flauta de la luz; oh, la flauta de la muerte. ¿Qué te obligó a callar en los derruidos escalones de la casa paterna? Abajo, en la puerta, golpea un ángel con dedos de cristal.
Oh, el infierno del sueño; oscuro sendero, pardo jardín. En la tarde azul irrumpe la figura del muerto. Verdes flores giran para mirarlo pero él ha sido despojado de su rostro y se inclina pálido sobre la fría frente de su asesino en lo oscuro del recinto; adoración, llama púrpura de la voluptuosidad. Y el durmiente, moribundo, se precipitó sobre las gradas de la oscuridad.
Alguien te abandonó en el cruce y tú miras con persistencia hacia atrás. Paso plateado en la sombra de manzanos abatidos. Purpúreo brilla el fruto en las ramas negras y en la hierba cambia de piel la serpiente. Oh, lo oscuro; el sudor, que mana de la frente helada y los sueños tristes del vino, en la taberna de la aldea bajo el pórtico sombrío. Tú, aún lugar silvestre entre rosadas islas encantadas nubladas de tabaco, encuentras en el interior ese salvaje grito de aquel caudal que por los negros almendros del mar incita la tempestad y el hielo.
Tú, un metal verde con rostro de fuego en su interior, que desea huir para cantar los tiempos del terror en la colina de osamentas y la caída ígnea del ángel. Oh, desesperación, que con mudo grito cae de rodillas.
Un muerto te visita. Corre la sangre del corazón vertida por la propia mano y en la negra ceja anida un instante indescriptible; el más oscuro encuentro. Tú -púrpura luna- cuando en la verde sombra del olivo él aparece seguido por una noche inmortal.
GT, Austria, 1887-1914