Marosa di Giorgio - Papeles salvajes I (82)

27 de enero de 2008


    Dictaminaron las crucifixiones.
    Una muñeca, la de ojos grandes y pestañas largas, que estaba tiesa en su caja azul. (Pero, -yo decía-, la muñeca se volverá a tejer, enseguida);
    una begonia, de arterias granate. (Pero, la begonia resucita desde una sola hoja);
    un gato ¿cuál? ¿El pequeño, de ojos como de loza que comía carnecita rosada? ¿O el grande, color gris perla, de rostro casi cuadrado, que hacía tantos años que nos acompañaba, y que, a veces, con su mano de felpa entreabría las cazuelas?
    ¿Eligieron el grande porque, ya, había vivido muchos años?
    También, un miembro de la familia.
    Papá, mamá, mi hermana o yo.
    Papá, dijo, enseguida: Yo voy.
    Se hizo un silencio inmenso.
    La muñeca fue hincada en una cruz azul; perdió sus celajes.
    La begonia quedó todo plateada y arrugada.
    El ave -que me olvidé de mencionar- fue clavada por las alas; entreabrió el pico, puso un huevo roto.
    El gato tuvo un rostro casi humano, lloró lágrimas de sangre.
    Se hizo un silencio inmenso.
    Papá, desde la cruz, nos miraba.
    Nosotras lo mirábamos como a través de un vidrio.
    De las nubes blancas caía nieve, soplaba el viento.



En Papeles salvajes, I
Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2000


1 comentarios:
Paris 29 de enero de 2008, 5:07 p.m.  

Un buen relato, es como aquellos que en su oración fustigaban sus espaldas, tal vez un perdón?

saludos

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