Manuel Eidán - El arúspice

10 de marzo de 2007


Anoche soñé que mataba a mi hermano. Sé que los sueños advierten, no significan. Esta mañana, mientras el ganado pastaba abajo en la raya sombría del valle, mi hermano vino a mí y me entregó su cuchillo. No me sentí provocado. Algo me dice que también él ha soñado conmigo. O tal vez es inevitable que se conduzca así, con esa mezquina y estudiada, escrupulosa corrección. Durante todo el día he intentado entender su conducta de los últimos meses. En realidad soy yo quien ha cambiado. Mi mirada ya no ve el mundo que mi memoria recuerda. Pero lo que recuerde a partir de esta noche no debe ser dudoso, ni injusto, tal vez ni siquiera imaginario. Pronto oscurecerá. Estoy preparado. He sacrificado a Dios mi mejor cordero, he aventado las cenizas sobre la niebla del valle, he metido en el zurrón todo lo necesario para el camino junto con la quijada del asno y la piel de la serpiente que padre mató el primer día del exilio. Ahora sólo me queda esperar que el augurio se cumpla.

1 comentarios:
Anónimo 14 de mayo de 2007, 10:59 p.m.  

Hola, maestro.
Aplausos y más aplausos... una barbaridad tu cuento en prosa; genial.

Abrazo del Juanca.

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