Héctor Viel Temperley: El arma (1953)

16 de noviembre de 2023





Sé que debo advertir al lector de El arma de que esos ejercicios no están inspirados en el amor físico, y menos aún en el de sus amantes. Pero, aunque reconozca que el poema puede ser desviadamente interpretado, me niego a comprometer a mis veinte años —acusándolos de maltratar el referido asunto— en la impresión que causen sus imágenes y su simbolismo. No puedo hacerlo, porque a la edad en que escribí El arma, ya sabía que para mantener en secreto el sentido de un poema como éste, no hay mejor actitud que la de ser fiel a nuestras sensaciones. Así, llégase al punto de humanizar las palabras, de hacerlas rodar por la sangre. O sea, de vertirlas como sangre y no como lenguaje.
Y ésa fue la técnica que, pese a sus alcances previstos, guió la construcción de El arma.


1

Porque tu izquierdo corazón es seno
y no puño con lanza en esta tierra,
mi puño desenvaina de mi cuerpo
un arma que te escuda y que te acera.
Tendido en el comienzo de este cielo,
ya azul para la hormiga entre la hierba,
a mi alma sin reyes y sin joyas
he puesto empuñadura y, descubierta,
la llevo como un arma de combate:
mujer enamorada, tú en mi diestra.


2

Mujer enamorada, tú en mi cuerpo
eres mi alma de pie, como una espada
que idéntica a su vaina adolescente
nada lo mismo el cielo que las aguas.
Espada con latiente empuñadura,
porque es de seno izquierdo sobre mi alma,
mi mano quiebra y abre este muchacho,
que es mi cuerpo y mi edad, para que salgas
tú, mujer, en defensa de ti misma;
porque mi alma eres tú, desenvainada.


3

Mitad de amor, de sangre con un niño
remonta a caballo sus orillas
para nacer de ti; mitad de guerra,
cargas entre dos caballerías
de una sola que me quiebra el cuerpo,
tu vaina, que es también la mía.
Forjé tu vaina desde mi garganta
en un tirón de sol, bajo las cintas
líquidas de la piel, de hueso en hueso,
y hasta en tus propios pies, un mediodía.


4

Yo mismo me remonto, me retrepo
como nadando ríos verticales,
asciendo desde el pie sin que mis músculos
sientan más salto que el del sol y el aire,
y alcanzo mis espaldas y mi rostro,
paso de hierba por los pectorales,
para verte de pie sobre mi frente
y para descubrir que vas, amante,
desde mi frente al cielo en una mano
a la que es imposible desarmarle.


5

Ahora que soy de poros sobre el pasto,
y que tendido aquí en tu sombra siento
que entre la hierba el cielo es todavía
azul, como es azul arriba nuestro;
uno en el otro, todavía en tierra
pero mojados ya por todo el cielo,
el cuerpo en medio del azul, sin alas
pero entre nubes, contra el sol y el viento,
tú en mi mano, tú azul, tú por el aire,
yo te veo, mujer, y yo me veo.


6

Desde mis pies, mis dedos, abro un río
que va de las rodillas hasta el pecho,
me desato los músculos, me parto
y por mis hombros salto, corro y muerdo.
Tiro mi cuerpo al suelo y yo me tiro
sobre mi propio cuerpo con mi cuerpo,
y, adentro mío, en un instante empuño
el arma que eres tú, el amante acero
que, ya rota su vaina, a mí me envaine
cuando muerto de amor lo lance al cielo.


En Poemas con caballos (1956)



























Foto sin créditos: Héctor Viel Temperley (1933-1987)



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