Stephen Jay Gould: Ser un ornitorrinco

5 de febrero de 2018





Hace mucho tiempo, el viejo y locuaz Polonio exaltaba la brevedad como el alma de la sensatez, pero fue la tecnología posterior, y no la dulce razón, la que ganó a la postre y estableció la condensación verbal como una forma de arte en sí misma. El telegrama, enviado al instante y pagado al contado según las palabras, hizo la brevedad a la vez elegante y económica; y la palabra telegráfico entró en nuestro lenguaje para significar un estilo que transmite estrictamente lo esencial y nada más.
El premio por transmitir el mayor significado con la menor verbosidad debe concederse seguramente a sir Charles Napier, quien conquistó la provincia india de Sind y anunció su triunfo, mediante un telegrama a sus superiores de Londres, con el mínimo pero completamente adecuado «Peccavi». Este relato, a su propia manera telegráfica, cuenta volúmenes acerca del orden social y de la educación de la Gran Bretaña imperial. En una época en la que todos los gentlemen estudiaban latín y en que difícilmente podían ascender en el servicio del gobierno sin el respaldo de los viejos amigos de extracción similar en escuelas públicas apropiadas, Napier nunca dudó que sus superiores recordarían la primera persona del pretérito perfecto del verbo peccare, y que traducirían adecuadamente su mensaje y su retruécano: He pecado.[57]
El telegrama más famoso de mi profesión no alcanzó ni mucho menos este admirable mínimo, pero debe recibir una mención honorífica por transmitir mucho en pocas palabras. En 1884, W. H. Caldwell, un joven biólogo de Cambridge, envió su célebre telegrama desde Australia a una lectura triunfal en la reunión anual de la Asociación Británica en Montreal. Caldwell telegrafió: «Monotremas ovíparos, óvulo meroblástico».
Este mensaje puede carecer del tañido de peccavi y los no iniciados podrían considerarlo un puro galimatías. Pero todos los biólogos profesionales pueden hacer la traducción y reconocer que Caldwell había resuelto un problema de historia natural particularmente pertinaz y fastidioso. En esencia, su telegrama decía: El ornitorrinco pone huevos.
(Cada una de las palabras del telegrama de Caldwell necesita alguna explicación. Los animales ovíparos ponen huevos, mientras que los vivíparos paren crías vivas; los animales ovovivíparos forman huevos en el interior de su cuerpo, y las crías hacen eclosión dentro de su madre. Lamento la jerga técnica en este punto tan inicial del ensayo, pero estas distinciones resultan importantes más adelante. Los monotremas constituyen el grupo más enigmático de mamíferos de la región australiana; incluyen el equidna espinoso, que en realidad son dos géneros distintos de hormigueros, y el ornitorrinco, habitante de ríos y arroyos. Un óvulo es una célula huevo, y meroblástico se refiere a un tipo de segmentación, o división inicial en células embrionarias, después de la fecundación. La yema o vitelo, la reserva alimentaria del huevo, se acumula en un extremo del óvulo, denominado polo vegetal. La segmentación empieza en el otro extremo, el llamado polo animal. Si el huevo tiene mucho vitelo, el plano de segmentación no puede penetrar y dividir el extremo vegetal. Un tal huevo presenta una segmentación incompleta, o meroblástica: división en células discretas en el polo animal, pero ninguna separación o muy poca en el polo vitelino. Los vertebrados terrestres que ponen huevos, reptiles y aves, tienden a producir óvulos con mucho vitelo y con segmentación meroblástica, mientras que la mayoría de mamíferos presentan una segmentación completa u holoblástica. Por lo tanto, al añadir «óvulo meroblástico» a «monotremas ovíparos», Caldwell subrayaba el carácter reptiliano de estos mamíferos paradójicos: no sólo ponen huevos, sino que los huevos son típicamente reptilianos por su vitelo).
A buen seguro, el ornitorrinco gana el primer premio en cualquier concurso para identificar al animal más curioso. Harry Burrell, autor del volumen clásico sobre esta anomalía (The platypus: Its discovery, position, form and characteristics, habits and lije history, 1927), escribió: «Todos los que han escrito sobre el ornitorrinco empiezan con una expresión de asombro. ¡Nunca hubo animal más desconcertante!». (Pienso que acabo de romper la tradición al empezar con el sublime Hamlet).
El ornitorrinco exhibe una combinación invencible de peculiaridades: en primer lugar, un hábitat raro con una forma curiosamente adaptada para hacer juego; en segundo lugar, la razón real para su lugar especial en la historia zoológica: su enigmática mezcla de caracteres reptilianos (o aviares) con otros evidentemente mamiferianos. Irónicamente, la característica que sugirió en primer lugar una afinidad premamiferiana (el «pico de pato») no respalda este significado. El hocico del ornitorrinco (el tema principal de esta columna) es una adaptación típicamente mamiferiana a la alimentación en aguas dulces, no una reversión a la forma ancestral, aunque el nombre formal del ornitorrinco encarna esta falsa interpretación: Ornithorhynchus anatinus (u hocico de ave anseriforme).
Los taxidermistas chinos habían embaucado (y defraudado) durante mucho tiempo a los marineros europeos con cabezas y troncos de monos cosidos a extremos posteriores de peces (un origen prominente de la persistencia de las leyendas sobre sirenas): en este contexto, difícilmente podemos reprochar a George Shaw su precaución al describir por primera vez al ornitorrinco (1799):
De todos los mamíferos conocidos hasta ahora parece el más extraordinario por su conformación, pues exhibe un parecido perfecto con el pico de un pato injertado en la cabeza de un cuadrúpedo. Tan exacta es la semejanza que, a primera vista, provoca naturalmente la idea de alguna preparación engañosa.
Pero Shaw no pudo encontrar puntada alguna, y el esqueleto era con toda seguridad discreto y de una pieza funcional (los huesos premaxilares de la mandíbula superior se extienden dentro del pico y le proporcionan su principal soporte). Shaw concluía:
Sobre un tema tan extraordinario como el presente, un cierto grado de escepticismo es no sólo perdonable sino laudable; quizá debiera reconocer que casi dudo del testimonio de mis propios ojos con respecto a la estructura del pico de este animal; pero debo confesar que no percibo apariencia alguna de preparación ilusoria… ni el examen más preciso de anatomistas expertos descubre superchería alguna.
El pico frontal pudo haber provocado la mayor sorpresa, pero el extremo posterior proporcionaba asimismo numerosas razones para el asombro. El ornitorrinco presentaba sólo una abertura, la cloaca, para todas las tareas excretoras y reproductoras (como en los reptiles, pero no en la mayoría de mamíferos, con su multiplicidad de orificios para el nacimiento y las distintas formas de excreción; monotremas, o «de un agujero», el nombre técnico del ornitorrinco y de los equidnas emparentados, hace honor a esta característica no mamiferiana).
Internamente, el enigma no hizo más que aumentar. Los oviductos no se unían en un útero, sino que se extendían por separado hasta el tubo cloacal. Además, como en las aves, el ovario derecho se había hecho rudimentario, y todos los óvulos se formaban en el ovario izquierdo. Esta configuración conducía inevitablemente a la hipótesis más perturbadora para los biólogos convencidos, como la mayoría lo eran en esta época predarwinista, de que la naturaleza estaba dividida en categorías estáticas y nada ambiguas. Sin útero, sin espacio interno para formar una placenta, un sistema reproductor de forma reptiliana; todo ello sugería lo impensable para un mamífero: nacimiento a partir de huevos. Los vecinos marsupiales, con sus bolsas y diminutos canguritos, ya habían puesto en entredicho el noble nombre de mamífero. ¿Produciría también Australia el desconcierto máximo de pelaje a partir de huevos?
A medida que los anatomistas estudiaban a este animal a principios del siglo XIX, el misterio no hizo más que acrecentarse. El ornitorrinco parecía un mamífero perfectamente bueno en todos los rasgos «típicos» no reproductores. Presentaba un pelaje completo y la rúbrica anatómica identificadora de los mamíferos: un hueso, el dentario, en su mandíbula inferior y tres, el martillo, el yunque y el estribo, en el oído medio. (Los reptiles poseen varios huesos mandibulares y sólo un hueso auditivo. Dos huesos mandibulares reptilianos se convirtieron en el martillo y el yunque del oído de los mamíferos). Pero los caracteres premamiferianos se extendían asimismo más allá del sistema reproductor. En particular, el ornitorrinco presentaba un hueso interclavicular en su cintura escapular, característica de los reptiles que no comparte ningún mamífero placentario.
¿Qué podía ser esta curiosa mezcla, más allá de una prueba divina de fe y paciencia? El debate se centró en los modos de reproducción, porque todavía no se habían descubierto los huevos y el telegrama de Caldwell se encontraba a medio siglo de distancia en el futuro. Cada una de las tres posibilidades alardeaba de sus vociferantes y célebres defensores, porque ningún gran biólogo podía eludir a una criatura tan fascinante, y todos los líderes de la historia natural entraron en la refriega. Meckel, el gran anatomista alemán, y su colega francés Blainville, predecían el viviparismo, afirmaban que nunca se encontrarían huevos y situaban a los monotremas entre los mamíferos ordinarios. E. Home, que describió por primera vez el ornitorrinco en detalle (1802), y el renombrado anatomista inglés Richard Owen, escogieron el camino de en medio del ovoviviparismo, y afirmaron que el fracaso en encontrar huevos indicaba su disolución en el interior del cuerpo de la hembra. Pero los primitivos evolucionistas franceses, Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire, insistían en que la anatomía no podía mentir y que el ornitorrinco había de ser ovíparo. Los huevos, afirmaban, acabarían por encontrarse.
Incidentalmente, Geoffroy acuñó el término monotréme en una interesante publicación que revela tanto sobre la historia social francesa como peccavi indicaba para la Gran Bretaña imperial. Este número del Bulletin des Sciences lleva la fecha Thermidor, an 11 de la République. Con el fervor revolucionario en su apogeo, Francia rompió todos sus lazos con el viejo orden y empezó a contar de nuevo a partir del año uno (1793). También redividieron el año en doce meses iguales, a los que rebautizaron en honor de las estaciones y no de los antiguos dioses y emperadores. Así, Geoffroy bautizó a los monotremas en un mes de verano (termidor) durante el año decimoprimero (1803) de la República (véase el ensayo 24 para más aspectos del calendario revolucionario francés).
Un solo incidente en las guerras anteriores a Caldwell servirá para indicar la intensidad del debate sobre los ornitorrincos durante el siglo XIX, y el alivio que supuso la resolución de Caldwell. Cuando los grandes naturalistas esbozaron sus posiciones y definieron el campo de batalla, no se habían encontrado glándulas mamarias en la hembra de ornitorrinco (un argumento aparente para los que, como Geoffroy, intentaban distanciar a los monotremas tanto como fuera posible de los mamíferos). Después, en 1824, Meckel descubrió glándulas mamarias. Pero como sea que los ornitorrincos no hacen nunca nada según las reglas, estas glándulas eran lo suficientemente peculiares como para provocar más debate que conciliación. Las glándulas eran enormes, y se extendían casi desde las patas anteriores a las posteriores; y no conducían a una abertura común, pues no pudieron encontrarse pezones. (Ahora sabemos que la hembra segrega leche a través de numerosos poros en una porción de su superficie ventral, de donde la cría de ornitorrinco la lame). Geoffroy, comprometido con el oviparismo y reacio a admitir nada que supusiera una crianza mamiferiana, contraatacó. Las glándulas de Meckel, afirmó, no eran órganos mamarios, sino homólogos de las glándulas laterales odoríferas de las musarañas, que segregan sustancias para atraer a la pareja. Cuando Meckel extrajo posteriormente una sustancia lechosa de la glándula mamaria, Geoffroy admitió que la secreción podía ser alimento de algún tipo, pero no leche. Las glándulas, afirmaba ahora, no son mamarias, sino una característica especial de los monotremas, que se emplean para segregar finas hebras de mucus que se engrosan en el agua para proporcionar alimento a las crías, una vez éstas han salido de los huevos todavía no descubiertos.
Entonces Owen contraatacó para apoyar a Meckel por tres razones: las glándulas son mayores poco después de la época de nacimiento que se infería (aunque Geoffroy esperaba lo mismo para el mucus utilizado en la alimentación). La hembra de equidna, que vive en la arena y es incapaz de engrosar el mucus en el agua, posee glándulas de la misma forma. Finalmente, Owen suspendió la secreción en alcohol y obtuvo glóbulos, como en la leche, no fragmentos angulares, como en el mucus (un interesante comentario sobre el estado rudimentario del análisis químico durante la década de 1830).
Geoffroy se mantuvo firme, tanto en lo referente al oviparismo (correctamente) como a la condición especial de las glándulas alimentarias (incorrectamente, porque son efectivamente mamarias). En 1822, Geoffroy estableció formalmente a los monotremas como una quinta clase de vertebrados, al mismo nivel que los peces, los reptiles (que entonces incluían a los anfibios), las aves y los mamíferos. Podemos considerar que Geoffroy era obstinado, y ahora ciertamente consideramos a los monotremas como mamíferos, aunque muy peculiares; pero presenta un argumento convincente y perceptivo que bien merece nuestra atención. No hay que hacer entrar con calzador a los monotremas en la clase mamíferos para hacer que todo sea nítido y evitar la discusión, arguye. Las taxonomías son guías de actuación, no dispositivos pasivos para la ordenación. Déjese a los monotremas separados y en un limbo incómodo, «lo que sugiere la necesidad de un examen ulterior [y] es mucho mejor que una asimilación a la normalidad, fundamentada en relaciones forzadas y equívocas, lo que invita a la indolencia, a creer y a dormitar» (carta a la Sociedad Zoológica de Londres, 1833).
Geoffroy mantuvo también viva la llama del oviparismo, argumentando que la cloaca y el aparato reproductor no permitían otra interpretación: «Tal como es el órgano, así debe ser su función; el aparato sexual de un animal ovíparo no puede producir otra cosa que un huevo». De modo que Caldwell llegó a Australia en septiembre de 1883, y finalmente resolvió el gran debate, ochenta años después de su comienzo.
Caldwell, aunque acababa de graduarse, actuó siguiendo el gran estilo imperial (pronto desapareció del panorama biológico y se convirtió en un próspero hombre de negocios en Escocia). Empleó 150 aborígenes y recolectó cerca de 1.400 equidnas, lo que puede considerarse una hecatombe para la biología de los monotremas. En lo que respecta a su intuición sobre las cuestiones sociales, y esta vez muy incómodo, Caldwell describía así su estilo colonial de recolectar:
A los negros se les pagaba media corona por cada hembra, pero el precio de la harina, el té y el azúcar, que yo les vendía, subía con los suministros de equidnas. Por lo tanto, las medias coronas siempre eran suficientes para comprar la comida justa para mantener hambrientos a los perezosos negros.
Desde luego, esto se hacía con frecuencia, pero raramente se proclamaba tan claramente y sin pedir disculpas. En cualquier caso, Caldwell acabó por encontrar los huevos del ornitorrinco (que por lo general se ponían de dos en dos y que era fácil pasar por alto por su pequeño tamaño de menos de 2 centímetros de longitud).
Caldwell resolvió un misterio específico que había atormentado a la zoología durante casi un siglo, pero no hizo más que intensificar el problema general. Había probado de manera irrevocable que el ornitorrinco es una mezcla, no disponible para su colocación inequívoca en ningún grupo principal de vertebrados. Geoffroy había tenido razón en lo que respecta a los huevos; Meckel en lo de las glándulas mamarias.
El ornitorrinco siempre ha sufrido falsas expectativas basadas en las debilidades humanas. (Este ensayo discute las dos fases de esta falsa esperanza, y después intenta rescatar al pobre ornitorrinco a partir de sus propios méritos). Durante el medio siglo transcurrido entre su descubrimiento y El origen de las especies de Darwin, el ornitorrinco soportó innumerables intentos de negar o mitigar su verdadera mezcla de caracteres asociados con diferentes grupos de vertebrados. La naturaleza precisaba de categorías netas establecidas por la sabiduría divina. Un animal no podía, a la vez, poner huevos y alimentar a sus crías con leche procedente de glándulas mamarias. De manera que Geoffroy insistía en los huevos y negaba la leche; y Meckel en la leche y en el parto.
El descubrimiento de Caldwell coincidió con el vigesimoquinto aniversario de El origen de Darwin. Por esta época, la evolución había hecho aceptable la idea de los caracteres intermedios (y de las mezclas de caracteres), si no claramente intrigante. Aun así, liberado de una carga, el ornitorrinco asumía otra, esta vez impuesta por la evolución, la misma idea que acababa de liberar a esta pobre criatura de su inclusión forzada en categorías rígidas e inadecuadas. El ornitorrinco, en resumen, cargó sobre sus hombros (con su hueso interclavicular) el peso del primitivismo. Sería un mamífero, desde luego; pero era una ameba entre los dioses, un pobre tipo miserable y deslucido abrumado por la marca reptiliana de Caín.
Caldwell despachó su epítome hace un siglo, pero el ornitorrinco no se ha librado todavía del infortunio. He pasado la última semana prácticamente como un lector de ornitorrincología a tiempo completo. Con unas pocas y bienvenidas excepciones (que proceden principalmente de biólogos australianos que conocen íntimamente a este animal), casi todos los artículos identifican algo básico del ornitorrinco como subdesarrollado o ineficaz en relación a los mamíferos placentarios; como si la presencia inequívoca de caracteres premamiferianos condenara cada característica del ornitorrinco a un estado inacabado y torpe.
Antes de refutar el mito del primitivismo para el ornitorrinco en particular, voy a comentar la falacia general que iguala primitivo a ineficiente y todavía subyace a gran parte de nuestra incapacidad para comprender adecuadamente la evolución. El tema ha circulado a través de estos ensayos durante años: escalas y arbustos. Pero aquí intento proporcionar un nuevo giro: la distinción básica entre ramificación temprana y estructura subdesarrollada o ineficiente.
Si la evolución fuera una escala hacia el progreso, con los reptiles en un peldaño por debajo de los mamíferos, creo que los huevos y una interclavícula identificarían a los ornitorrincos como intrínsecamente defectuosos. Pero el autor de los Proverbios del Antiguo Testamento, aunque hablaba de sabiduría y no de evolución, proporcionó la metáfora adecuada, etz chayim: es un árbol de la vida para aquellos que se apoderan de ella. La evolución avanza ramificándose, y no (generalmente) por transformación y sustitución totales. Aunque una estirpe de reptiles evolucionó para dar origen a los mamíferos, los reptiles permanecen entre nosotros en toda su gloriosa abundancia de serpientes, lagartos, tortugas y cocodrilos. A los reptiles les va muy bien, a su modo.
La presencia de caracteres premamiferianos en los ornitorrincos no los asimila a inferiores o ineficaces. Pero estos caracteres transmiten en realidad un mensaje diferente e interesante. Lo que significan es una ramificación temprana de antepasados monotremas surgidos del linaje que conduce a los mamíferos placentarios. Este linaje no perdió sus caracteres reptilianos de golpe, sino de la manera vacilante y gradual tan característica de las tendencias evolutivas. Una rama que se escindió de esta estirpe central después de que hubieran evolucionado las características definitorias de los mamíferos (pelo y un oído lleno de huesos que antes fueron mandibulares, por ejemplo) podía retener otros caracteres premamiferianos (el nacimiento a partir de huevos y una interclavícula) como señal de derivación temprana, no como una marca de atraso.
Los caracteres premamiferianos de los ornitorrincos sólo identifican la antigüedad de su linaje como rama separada del árbol de los mamíferos. En todo caso, esta gran antigüedad podría dotar al ornitorrinco de más oportunidades (es decir, más tiempo) para convertirse en lo que es realmente, en oposición al mito del primitivismo: un animal magníficamente construido para un modo de vida particular e insólito. El ornitorrinco es una solución brillante para la vida mamiferiana en los ríos, no una reliquia primitiva de un mundo desaparecido. Viejo no significa extremadamente conservador en un mundo darwinista.
Una vez hemos descascarado la falsa expectativa del primitivismo, podemos ver al ornitorrinco de manera más fructífera como un cúmulo de adaptaciones. Dentro de este tema apropiado de buen diseño, hemos de hacer aún otra distinción entre adaptaciones compartidas por todos los mamíferos e invenciones particulares de los ornitorrincos. La primera categoría incluye un pelaje bien adaptado para proteger a los ornitorrincos en las aguas (frecuentemente) frías de sus ríos (el pelo impermeable atrapa incluso una capa de aire cerca de la piel, con lo que proporciona un aislamiento adicional). Como una protección más en el agua fría, los ornitorrincos pueden regular su temperatura corporal al igual que la mayoría de mamíferos «superiores», aunque la suposición de primitivismo retrasó el descubrimiento de esta capacidad hasta 1973; anteriormente, muchos biólogos habían afirmado que la temperatura del ornitorrinco descendía en aguas frías, lo que requería frecuentes retornos a la madriguera para caldearse. (Mi información sobre la ecología de los ornitorrincos modernos procede principalmente del excelente libro de Tom Grant, The platypus, New South Wales University Press, 1984, y de conversaciones con Frank Carrick, en Brisbane. Grant y Carrick son los principales estudiosos australianos de los ornitorrincos, y les agradezco su tiempo y su atención que me han dedicado).
Estas características, que comparten por herencia pasiva con otros mamíferos, benefician ciertamente al ornitorrinco, pero no proporcionan argumento alguno para mi tema de la adaptación directa: la sustitución del primitivismo limitante por una imagen del ornitorrinco que evoluciona activamente por su propio interés. Sin embargo, muchas otras características, que incluyen casi todo lo que hace que el ornitorrinco sea tan distinto, caen dentro de la segunda categoría de invención especial.
Los ornitorrincos son mamíferos relativamente pequeños (el mayor que se conoce pesaba poco más de dos kilogramos y apenas sobrepasaba los sesenta centímetros desde el extremo del pico a la cola). Construyen madrigueras en las orillas de arroyos y ríos: largas (de hasta dieciocho metros) para anidar, más cortas para el uso diario. Pasan la mayor parte de su vida en el agua, buscando alimento (básicamente larvas de insectos y otros pequeños invertebrados), hozando con su pico en los sedimentos del fondo.
Las adaptaciones especiales de los ornitorrincos los han amoldado de una manera sutil e intrincada a la vida acuática. El cuerpo hidrodinámico se mueve fácilmente a través del agua. Los pies anteriores, grandes y palmeados, impulsan al animal hacia adelante mediante patadas alternadas, mientras que la cola y los pies posteriores parcialmente palmeados actúan como timones y dispositivos de navegación (al excavar una madriguera, el ornitorrinco se ancla con sus pies posteriores y excava con sus miembros anteriores). El pico funciona como una estructura alimentaria par excellence, como describiré enseguida. Otras características sirven indudablemente en el gran juego darwinista del cortejo, la reproducción y la cría de los jóvenes, pero sabemos más bien poco acerca de este aspecto vital de la vida del ornitorrinco. Por ejemplo, los machos portan un espolón agudo y hueco en sus tobillos, conectado mediante un conducto a una glándula venenosa en los muslos. Estos espolones, que presumiblemente se usan en combate con machos que compiten, crecen durante la estación reproductora. En cautividad, algunos machos han matado a otros con el veneno de sus espolones, y muchos ornitorrincos, machos y hembras, presentan perforaciones distintivas cuando son capturados en cautividad.
Aun así, esta lista larga e impresionante de dispositivos especiales ha sido por lo general interpretada como otro aspecto (o una secuela) de su carácter primitivo, que todo lo impregna. Burrell, en su volumen clásico (1927), afirmaba realmente que los ornitorrincos desarrollan estas adaptaciones complejas porque los animales sencillos no pueden basarse en la flexibilidad de la inteligencia y han de desarrollar estructuras especiales para cada acción requerida. Burrell escribió:
El hombre… se ha librado de la necesidad de especializarse porque su evolución se ha proyectado fuera de sí mismo en una evolución de utensilios y armas. Otros animales que precisan utensilios y armas deben desarrollarlos a partir de sus propias partes corporales; por lo tanto encontramos con frecuencia una adaptación especializada a las necesidades ambientales injertada a la primitiva simplicidad de estructura.
En un mundo así uno no puede ganar. ¡O se es primitivo prima facie o especializado como resultado de una simplicidad latente e implícita! Los ornitorrincos sólo pueden ser rescatados de una tal Catch 22 mediante nuevos conceptos, no con observaciones adicionales.
Como ironía suprema, y defensa por excelencia de la adaptación frente a la ineptitud, la estructura que desencadenó el mito del primitivismo (el pico de pato), representa el invento especial más logrado del ornitorrinco. El pico del ornitorrinco no es homólogo de ninguna característica de las aves. Se trata de una estructura nueva, desarrollada de forma única por los monotremas (el equidna posee una versión diferente en su hocico largo y puntiagudo). El pico no es simplemente una estructura córnea dura e inerte. El sustrato firme está cubierto por piel blanda, y esta piel alberga un notable conjunto de órganos sensoriales. En realidad, y por extraño que parezca, el ornitorrinco, cuando se encuentra bajo el agua, cierra todos sus sistemas sensoriales excepto el pico, y fía completamente en éste para localizar obstáculos y comida. Haldas de piel cubren sus diminutos ojos y sus oídos sin pabellones auriculares cuando un ornitorrinco bucea, mientras que un par de válvulas cierra los orificios nasales bajo el agua.
E. Home, en la primera monografía sobre la anatomía del ornitorrinco (1802), hizo una sagaz observación que identificó correctamente el pico como un órgano sensorial complejo y vital. Disecó los nervios craneales y encontró que los miembros olfativo y óptico eran casi rudimentarios, pero que el trigémino estaba notablemente desarrollado, y portaba información de la cara al cerebro. Con gran intuición, Home comparó el pico de un ornitorrinco a una mano humana en función y sutileza. (Home nunca vio un ornitorrinco vivo y trabajó únicamente por inferencia a partir de la anatomía). Escribió:
Los nervios olfativos son pequeños, lo mismo que los nervios ópticos; pero los del quinto par, que inerva los músculos dé la cara, son insólitamente grandes. A partir de esta circunstancia debemos llegar a la conclusión de que la sensibilidad de las diferentes partes del pico es muy grande, por lo que corresponde a la finalidad de una mano, y es capaz de una exquisita discriminación en su tacto.
Después, el mismo año que Caldwell descubrió los huevos, el biólogo inglés E. B. Poulton encontró los órganos sensoriales primarios del pico. Localizó numerosas columnas de células epiteliales, cada una de ellas soportada por un complejo de transmisores neurales. Los denominó «bastones de impulso», argumentando, por analogía con los timbres eléctricos, que un estímulo sensorial (una corriente de agua o un objeto en los sedimentos del fondo) deprimiría la columna y encendería la chispa neural.
Una serie de experimentos brillantes de neurofisiología moderna realizados por R. C. Bohringer y M. J. Rowe (1977 y 1981) no hacen más que aumentar nuestra admiración por la gran sensibilidad de la adaptación del pico del ornitorrinco. Encontraron los bastones de Poulton en toda la superficie del pico, pero con una densidad de cuatro a seis veces superior en el borde anterior del pico superior, allí donde los ornitorrincos deben encontrar primero los obstáculos y el alimento. Advirtieron distintos tipos de receptores nerviosos bajo los bastones, lo que sugiere que los ornitorrincos pueden distinguir varios tipos de señales (quizá componentes estáticos frente a móviles, o alimento vivo frente a muerto). Aunque los bastones individuales pueden no proporcionar la información suficiente para identificar la dirección de un estímulo, cada bastón está conectado con una localización definida en el cerebro, lo que implica fuertemente que la secuencia de activación entre una serie de bastones permite al ornitorrinco identificar el tamaño y la situación de los objetos.
Los neurofisiólogos pueden localizar zonas del cerebro responsables de activar partes concretas del cuerpo, y dibujar un «mapa» del cuerpo sobre el mismo cerebro. (Estos experimentos se hacen en cualquiera de las dos direcciones.
O bien se estimula una parte del cuerpo y se registra la pauta de actividad en una serie de electrodos implantados en el cerebro, o bien uno pulsa un punto del cerebro y determina el movimiento resultante de las partes del cuerpo). No tenemos demostración más cumplida de la adaptación evolutiva que los numerosos mapas cerebrales que registran la importancia de los órganos especialmente desarrollados por sus áreas de representación en el córtex, insólitamente grandes. Así, el mapa cerebral de un mapache exhibe un dominio enorme para sus zarpas delanteras, el de un cerdo para su hocico, el de un mono araña para su cola. Bohringer y Rowe han añadido el ornitorrinco a su elenco informativo. Un mapa del córtex del ornitorrinco es básicamente pico.
Hemos recorrido un largo camino desde la primera interpretación evolutiva prominente que se hizo del pico del ornitorrinco. En 1844, en lo que fue la principal defensa predarwinista de la evolución escrita en inglés, Robert Chambers intentó hacer derivar un mamífero de un ave en dos grandes saltos, a través del eslabón intermedio de un ornitorrinco. Un paso, escribía Chambers,
bastaría para que un ganso diera a su progenie el cuerpo de una rata, y produjera el ornitorrinco, o concediera a la progenie de un ornitorrinco la boca y los pies de un verdadero roedor, y así completara en dos fases el paso de las aves a los mamíferos.
El ornitorrinco, después de haber sufrido tales hondazos y flechazos de la atroz fortuna en degradación impuesta por manos humanas, ha lanzado sus brazos (y su pico) contra un mar de preocupaciones y se ha vindicado. Los azotes y los desprecios del tiempo curarán. El agravio del opresor, la injuria del hombre orgulloso se han visto invertidos por los estudios modernos, empresas de gran fuerza e impulso. El ornitorrinco es una maravilla de adaptación.


[57] El retruécano sólo existe en inglés: peccavi o he pecado es / have sinned, que suena como I have Sind, tengo 
(o he tomado) Sind. (N. del T.)

En Stephen Jay Gould, «Brontosaurus» y la nalga del ministro [18]
Título original: Bully for Brontosaurus
Stephen Jay Gould, 1991
Traducción: Joandomènec Ros

Stephen Jay Gould: Foto sin atribución vía 






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