Jorge Wagensberg - Las edades de la materia

2 de octubre de 2007




Formar la materia

La mano es un aliado del cerebro, la mejor solución para pasar de la teoría a la práctica. Gracias a ella, una idea puede llegar a convertirse en un objeto. Un prehomínido descubre bien pronto que ciertas prestaciones de la mano se prolongan con la ayuda de algo nuevo: el concepto herramienta. El ma­terial más inmediato es la piedra... y así se inicia la edad de piedra. La piedra se busca, se selecciona y luego, con un poco de gracia, se le da la forma adecuada. Encontrar y for­mar, eso es todo. Hace dos millones de años la industria lítica ya existía. La mano se superó a sí misma para percutir, raspar, machacar... Pero otras funciones como cortar, pescar o arar todavía eran, hace cinco mil años, pero que muy mejorables...



Transformar la materia

El metal confirma algo que la piedra sólo sospecha: un buen filo. Pero, a diferencia de las piedras, el bronce no es natural, no yace en la naturaleza. Primero hay que buscar co­bre y estaño, extraer los minerales, luego purificar por sepa­rado, alear con sabiduría y, sólo entonces, moldear con in­tención. Se inicia así la edad del. bronce. La alquimia lo sueña y la química lo consigue: los materiales se combinan para dar lugar a otros distintos de propiedades imprevisibles. Se buscan cosas que no se encuentran y se encuentran cosas que no se buscan, pero haciendo combinaciones con un poco de ingenio se logran proezas como fotografiar detalles ínti­mos de una bacteria o los confines de la galaxia. Transfor­mar antes de formar. A la prolongación de la mano sigue ahora la prolongación de los cinco sentidos. Se accede a lo invisible por pequeño, a lo invisible por grande. No tanto a lo invisible por complejo...


Inventar la materia

Con la extensión de la percepción, el conocimiento bu­cea en la materia hasta sus partes más fundamentales, allí donde se guarda la información de su peculiar identidad. Ya no se trata sólo de la cocina macroscópica de materias pre­existentes, ahora es posible diseñar las moléculas. Se empieza por una lista de propiedades y luego se inventa el material que la cumple. Se desean materiales a la carta: aerogeles, se­miconductores, superconductores, cristales líquidos, ferro-fluidos, cerámicas magnéticas... Informar antes que transfor­mar o formar. A la prolongación de la mano y de la percepción sigue ahora la prolongación del cerebro. Una computadora no es un cerebro, pero extiende muchas de sus funciones más penosas y limitantes: el cálculo y la simula­ción. ¿Inventar también materia viva? Parece una tarea reser­vada a los dioses. Pero la mano ya alcanza a hurgar en el mundo de lo invisible por pequeño y de lo invisible por com­plejo, así que lo cierto es que ya sabemos cómo copiar o cómo corregir a los dioses...

El primer útil de piedra, el primero de bronce y la pri­mera oveja clónica sirven entonces como símbolos de las tres edades de la humanidad. La materia viva transmite la in­formación de dos maneras: genéticamente (por los genes a través de la herencia) o culturalmente (por cualquier otro método). La oveja Dolly es una muestra más de una reciente y radical novedad surgida del cortocircuito entre la informa­ción genética y la información cultural. La chispa ha tardado casi 4000 millones de años en saltar, pero ha saltado. Entre los humos de este chispazo asoman indicios de nuevas clases de beneficios y temores por nuevas clases de crímenes. El evento ha necesitado decenas de millones de siglos, y noso­tros, que sólo vivimos unas pocas décadas, somos sus testi­gos.
En Ideas para la imaginación impura

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