Jacques Rigaut (1899-1929)

20 de marzo de 2007





El estoicismo, dice Baudelaire, religión que sólo tiene un sacramento: el suicidio. Pese a que desde muy pronto el suicidio haya adquirido para él este valor de sacramento único: es una religión muy diversa al estoicismo la que habría que atribuir a Jacques Rigaut. La resignación no es su fuerte: para él no sólo el dolor sino también la ausencia de placer es un mal intolerable. Un egoísmo absoluto, flagrante, cohabita en él con una generosidad natural que confina con la suprema prodigalidad, la de la misma vida constantemente ofrecida, dispuesta a perderse por un sí o por un no. El más bello regalo de la vida es la libertad que nos permite abandonarla a nuestra hora, libertad al menos teórica pero que quizá vale la pena conquistar a través de una lucha encarnizada contra la cobardía y todas las trampas de una necesidad hecha hombre, en relación demasiado oscura, demasiado poco continua con la necesidad natural. Jacques Rigaut se condenó a sí mismo a muerte hacia los veinte años y esperó impacientemente, hora a hora, durante diez años, el momento perfectamente adecuado para acabar con sus días. Era, en todo caso, una experiencia humana cautivante a la cual supo dar el tono semitrágico, semihumorístico, que le era peculiar. Las sombras de Petronio, de Alphonse Rabbe, de Paul Lafargue, de Jacques Vaché, funcionaban como señales a lo largo de una vía custodiada también por algunos héroes enojosamente diversos a quienes les llamaron a la existencia sensible. ¿Quién es el que no es Julián Sorel? Stendhal - ¿Quién es el que no es el Sr. Teste? Válery - ¿Quién es el que no es Lafcadio? Gide - ¿Quién es el que no es Julieta? Shakespeare. Jacques Rigaut, cuya ambición literaria se había limitado a querer fundar un periódico cuyo título es bastante expresivo, Le Grabuge, desliza cada noche un revólver bajo la almohada: es su tributo al tópico de la noche buena consejera y a la manera de acabar con los malhechores de dentro, es decir, con las formas convencionales de adaptación. Baudelaire dice también: La vida sólo tiene un encanto cierto: es el encanto del juego, pero ¿y si nos resulta indiferente ganar o perder? Rigaut gira en torno a esta indiferencia sin alcanzarla pero el juego sigue. Correr su suerte, en caso de duda más o menos desgarradora, adquirir la certeza a cara o cruz. Se considera un personaje moral: pero entendámoslo bien: visto el mismo carácter de su resolución, despidámonos con él de la comodidad. El eterno dandismo está en juego: Yo seré un gran muerto. Intentad. si podéis, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal. Ha viajado curiosamente como el bostezo de Chateaubriand hasta nosotros: Imprudencia : el hombre que bosteza ante el espejo. ¿Quién de los dos se cansará antes de bostezar? ¿Quién ha bostezado primero? De mandíbula a mandíbula: mi bostezo se desliza hasta la hermosa americana. Un negro tiene hambre, una muchacha se aburre: soy yo que he bostezado. Siempre se puede saltar de un Rolls-Royce, pero, cuidado: marcha atrás. Después de mí, el diluvio. Estas palabras no le sugieren otra idea que proseguirse en su ascendencia, coleccionar los muertos un poco válidos en el curso de su vida, dar a su destino la pequeña vuelta de manivela que los bifurca. Sólo queda por encontrar el vehículo Es la carrera de las diez mil libras de Jarry aplicada a la vida mental.

Finalmente, el 5 de noviembre de 1929 ha llegado el instante. Jacques Rigaut, después de minuciosísimos arreglos personales y aportando a esta especie de salida toda la corrección exterior que exige -no dejar nada fuera de sitio, prevenir por medio de almohadas toda eventualidad de temblor que pueda ser una última concesión al desorden- se dispara una bala en el corazón.


André Breton, en Antología del humor negro
Trad. de Joaquín Jordá
Barcelona, 1997
Foto: Jacques Rigaut, 1922 por Man Ray (via Samuel Chagalov)

1 comentarios:
Nenet 30 de junio de 2008, 10:11 p.m.  

Él es uno de mis favoritos.

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