Miguel Sáenz: Un Thomas Bernhard misterioso y místico
22 de febrero de 2015
«Hay una luz que el viento ha extinguido»
GEORG TRAKL, Salmo
Sabido es que, en sus años juveniles, Bernhard pensó que su vocación era la poesía. Y hay motivos también para suponer que, aunque luego fingiera olvidarse de sus primeros poemas (salvo los reunidos en Ave Virgilio), la poesía jamás se olvidó de él.
En 1958, Bernhard, a los veintisiete años, publica dos libros de versos: In hora mortis y Bajo el hierro de la luna. El verano anterior ha conocido a Gerhard y Maja Lampersberg, cuando estaba terminando sus estudios en el Mozarteum de Salzburgo, y el matrimonio se convierte en su mecenas. En el «Tonhof», mansión de los Lampersberg en Maria Saal (Carintia), Bernhard vivirá, con intermitencias, durante casi tres años. Allí absorberá cultura y refinamiento a cambio de humillaciones y allí conocerá a una abigarrada vanguardia artística, de la que un día se vengará atrozmente —como de sus benefactores— en su novela Tala (1984).
In hora mortis, aunque lleve la dedicatoria «A mi único y verdadero amigo G. L., al que encontré en el momento exacto» (dedicatoria que, por cierto, desaparecerá en una edición posterior) y aunque al parecer fuera «corregido» por el propio Lampersberg, debe muy poco a esa vanguardia. Quizá sea anterior incluso a otro libro publicado un año antes —Así en la tierra como en el infierno— porque Bernhard, en In hora mortis, no ha renunciado a encontrar a Dios. Es una poesía que adopta la forma de «salmos» y en la que el temor a la muerte lo invade todo. El desarraigo, la soledad, la resignación, el hastío, el duelo y la podredumbre son algunos de sus temas, pero Bernhard conserva la fe. Se siente literalmente «despedazado», pero, como ha escrito Peter Hamm, «quien escribe salmos, habla con Dios y no con los hombres».
En Bajo el hierro de la luna, que toma su nombre de un pasaje terrible del Woyzeck de Büchner, la poesía de Bernhard se hace más mórbida y mucho más oscura. El poeta se enfrenta a una Naturaleza agresiva y, junto a metáforas y construcciones propias de esa vanguardia («las rosas del yermo» dará título a un ballet al que pondrá música Lampersberg), aparece ahora un «radicalismo casi masoquista» (Meyerhofer), sin esperanza ni necesidad siquiera de salvación. La desintegración y el desmoronamiento se convierten en el tema central. Por otra parte, no sólo puede rastrearse, como en el libro anterior, la influencia innegable de Trakl, sino también la de Valéry, la de Baudelaire… y la de una gran poetisa austríaca, injustamente desconocida, que fue amiga de Bernhard en aquellos tiempos: Christine Lavant. Veinte años después, Bernhard escribirá en un ejemplar de Bajo el hierro de la luna esta dedicatoria: «Mi propio ejemplar, que hoy —7 de diciembre de 1980— me ha gustado mucho».
Es ya un tópico afirmar que en estos primeros libros de poesía de Bernhard se encuentran todos los temas y motivos posteriores que, desarrollados en su narrativa, lo convertirán en uno de los grandes escritores del siglo XX. No es cierto, aunque sí que algunos de esos temas, efectivamente, reaparecerán después y que, sobre todo, reflejan muy bien la personalidad del Bernhard joven y atormentado. Thomas Bernhard no revoluciona la poesía al modo de un Celan o una Bachmann: utiliza, reorganizándolos, materiales que recibe. Su gran estatura como poeta no se debe a sus innovaciones formales, sino a su inspiración profundamente enraizada en la vida y a su sensibilidad para el lenguaje.
Prólogo In hora mortis - Bajo el hierro de la luna
Título original: In Hora Mortis / Unter dem Eisen des Mondes
Thomas Bernhard, 1958
Traducción Miguel Sáenz
Foto: Thomas Bernhard, in Akademietheater, Viena 1976
by Barbara Pflaum / Hulton Archive (Getty)