Riendo con Emile Cioran (III): España

9 de agosto de 2009





Cada pueblo traduce en el devenir y a su manera los atributos divinos; el ardor de España permanece, sin embargo, único; si hubiera sido compartido por el resto del mundo, Dios estaría agotado, desprovisto y vacío de El mismo. Y es para no desaparecer por lo que hace, prosperar en sus países por autodefensa el ateísmo. Teniendo los ardores que ha inspirado, reacciona contra sus hijos, contra su frenesí que le mengua; su amor quebranta Su poder y Su autoridad; sólo la incredulidad le deja intacto; no son las dudas las que le gastan, sino la fe. Desde hace siglos, la Iglesia trivializa sus prestigios y, haciéndole accesible, le prepara, gracias a la teología, una muerte sin enigmas, una agonía comentada, esclarecida. ¿Si está abrumado bajo las oraciones, cómo no lo estaría bajo las explicaciones? Teme a España como teme a Rusia: en ambos sitios multiplica los ateos. Sus ataques, al menos, le permiten guardar aún la ilusión de la omnipotencia: ¡siempre es un atributo de salvación! ¡Pero, los creyentes! Dostoyewski, el Greco: ¿hay enemigos más febriles? ¿Cómo no preferiría Él Baudelaire a Juan de la Cruz? Teme a los que le ven y a aquellos a través de los cuales Él ve.
Toda santidad es más o menos española: si Dios fuera Cíclope, España le serviría de ojo.


En Breviario de podredumbre
Trad. Fernando Savater



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