El invierno es una casa cerrada, sin pintar. Es un altar boca abajo. El descenso a los infiernos. No la habitual honguera, sino el piso fracturado; los tablones rotos, llevan a otro piso igual, y a otro.
Ése desciende a los infiernos con un vestido rojo que tiene ala. No sé quién es. Ya bajaron dos o tres. Para siempre, jamás.
En cada puerta sale y crece el lirio blanco; una mano de adentro, por una hendija, lo saca y lo pone en la olla. Él hierve en el frío, se esponja como nieve. Por un rato hay hilachas blancas por todo el cuarto.
Dentro de la cama yo ofrezco mi ostra, pequeña, oval, ribeteada de coral, por donde Juan lleva y hunde su puñal. Que me parte en dos. Después, yo lo abrazo. Como si no me hubiera querido matar.
Fuente foto
En
Rosa mística. Relatos eróticos
Buenos Aires, Interzona editora, 2005
hoy pasé horas viendo a Juanes abriendo ostras, botutos, pensaba en calas no en lirios
en el abrazo de la muerte, me encanta y siempre sorprende esta poeta