Thomas Bernhard: Maestros antiguos — «El hombre de la barba blanca» de Tintoretto

9 de mayo de 2016



No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher. Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como, efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir, una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por una vez sin ser molestado tuvo éxito. Como Reger (con abrigo de invierno), apoyado en el bastón encajado entre sus rodillas, estaba, según me pareció, totalmente concentrado en el examen de El hombre de la barba blanca, no tenía que tener miedo alguno, en mi contemplación de Reger, de ser descubierto por él. Irrsigler (¡Jeno!), el vigilante de la sala, al que Reger conoce desde hace más de treinta años y con el que yo mismo (también desde hace más de veinte años) siempre he tenido, hasta hoy, buenas relaciones, fue advertido por un gesto mío de que, por una vez, quería observar a Reger sin ser estorbado, y cada vez que Irrsigler aparecía, con la regularidad de un reloj, hacía como si yo no estuviera allí, lo mismo que hacía como si Reger no estuviera allí, mientras él, Irrsigler, cumpliendo su misión, examinaba a los visitantes de la galería que, incomprensiblemente en aquel sábado de entrada gratuita, no eran numerosos, con su aire habitual, desagradable para todo el que no lo conozca. Irrsigler tenía esa mirada molesta que utilizan los vigilantes de los museos para intimidar a los visitantes de museos, los cuales son capaces, como es sabido, de todas las inconveniencias; su forma de entrar inesperada y totalmente silenciosa en cualquier sala, doblando la esquina, para echar una ojeada, resulta realmente repulsiva para todo el que no lo conozca; con su uniforme gris, mal cortado pero destinado a durar eternamente, que, sujeto por grandes botones negros, cuelga de su cuerpo delgado como de una percha, y con su gorra de chapa, hecha de esa misma tela gris, en la cabeza, recuerda más a los vigilantes de nuestros establecimientos penitenciarios que a un guardián de obras de arte empleado por el Estado. Irrsigler está, desde que yo lo conozco, siempre igual de pálido, aunque no esté enfermo, y Reger lo llama desde hace decenios cadáver que, desde hace treinta y cinco años, presta sus servicios al Estado en el Kunsthistorisches Museum. Reger, que visita el Kunsthistorisches Museum desde hace más de treinta y seis años, conoce a Irrsigler desde el día en que éste comenzó a prestar servicio y mantiene con él una relación absolutamente amistosa. Me bastó un pequeñísimo soborno para asegurarme para siempre el banco de la Sala Bordone, así Reger una vez hace años. Reger ha establecido con Irrsigler una relación que, desde hace más de treinta años, se ha convertido para los dos en costumbre. Si Reger quiere, como ocurre no pocas veces, quedarse solo contemplando El hombre de la barba blanca de Tintoretto, Irrsigler cierra sencillamente la Sala Bordone a los visitantes, situándose sencillamente a la entrada y no dejando pasar a nadie. Reger necesita sólo hacer su gesto, e Irrsigler cierra la Sala Bordone, efectivamente, no vacila en echar de la Sala Bordone a los visitantes que hay en la Sala Bordone si Reger así lo desea. Irrsigler aprendió carpintería en Bruck del Leitha, pero renunció a la carpintería, ya antes de calificarse como ayudante de carpintero, para ser policía. No obstante, la policía rechazó a Irrsigler por incapacidad física. [...]






En Maestros antiguos
Título original: Alte Meister. Komödie
Thomas Bernhard, 1985
Traducción: Miguel Sáenz
Madrid, Alianza Editorial, 1991

Imagen:Tintoretto, Portrait of a bearded man, c. 1570 


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