Thomas Bernhard: Wertheimer era un escritor de aforismos (El malogrado)

28 de marzo de 2012




Él era un escritor de aforismos, hay innumerables aforismos de él, pensé, hay que suponer que los aniquiló, escribo aforismos, decía una y otra vez, pensé, se trata, desde mi punto de vista, de un arte mediocre, fruto de la falta de aliento espiritual, del que ciertas personas, sobre todo en Francia, han vivido y viven, los llamados semifilósofos para mesillas de noche de enfermeras, podría decir también filósofos de calendario para todos y cada uno, cuyas máximas leemos con el tiempo en todas las paredes de las salas de espera de los médicos; y tanto los llamados negativos como los llamados positivos son igualmente repugnantes. Sin embargo, no he podido quitarme esa costumbre de escribir aforismos, en definitiva me temo que son ya millones los que he escrito, decía, pensé, y haría bien en comenzar a aniquilarlos, porque no tengo la intención de que un día se empapelen con ellos las salas de hospital y las paredes de las rectorías, como con Goethe, Lichtenberg y compinches, decía, pensé. Como no he nacido para filósofo, me he convertido, de forma no totalmente inconsciente, tengo que decir, en aforístico, en uno de esos repulsivos participantes en la Filosofía, de los que hay a millares, decía, pensé. Con ocurrencias muy pequeñas, aspirar a efectos muy grandes, y engañar a la Humanidad, decía, pensé. En el fondo, no soy otra cosa que uno de esos aforísticos que son un peligro público y, que con su ilimitada falta de escrúpulos y su incurable frescura se mezclan con los filósofos como los ciervos volantes con los ciervos, decía, pensé. Si no bebemos, nos morimos de sed, si no comemos, nos morimos de hambre, de esas sabidurías parten todos esos aforismos, a no ser que sean de Novalis, pero también Novalis dijo muchos disparates, según él, pensé. En el desierto estamos sedientos de agua, algo así dice la máxima de Pascal, según él, pensé. Mirándolo bien, de los mayores proyectos filosóficos no nos queda más que un lamentable regusto aforístico, decía, da igual de qué filosofía se trate, da igual de qué filósofos, todo desmigajado, si lo abordamos con todas nuestras capacidades, lo que quiere decir con todos nuestros instrumentos espirituales, decía, pensé. Hablo todo el tiempo de ciencias del espíritu y ni siquiera sé qué son esas ciencias del espíritu, no tengo la menor idea, decía, pensé, hablo de filosofía y no tengo la menor idea de filosofía, hablo de la existencia y no tengo la menor idea de ella, decía. Nuestro punto de partida es siempre sólo que no sabemos nada de nada, y ni siquiera tenemos idea de ello, decía, pensé. Ya en cuanto comenzamos algo, nos asfixiamos con los inmensos materiales de que disponemos en todas las esferas, ésa es la verdad, decía, pensé. Y aunque lo sabemos, abordamos una y otra vez nuestros, así llamados, problemas del espíritu, nos aventuramos en lo imposible: engendrar un producto del espíritu. ¡Qué locura!, según él, pensé. Básicamente, todos somos capaces de todo, y básicamente también fracasamos en todo, decía, pensé. A una sola frase lograda se han reducido nuestros grandes filósofos, nuestros mayores poetas, decía, pensé, ésa es la verdad, a menudo sólo recordamos un, así llamado, matiz filosófico, y nada más, decía, pensé. Estudiamos una obra inmensa, por ejemplo la obra de Kant, y con el tiempo se reduce a la cabecita prusianooriental de Kant y a un mundo totalmente vago de noche y niebla, que acaba en el mismo desamparo que todos los demás, decía, pensé. Quiso ser un mundo de lo inmenso y ha quedado un detalle ridículo, decía, pensé, lo mismo que ocurre con todo. La llamada grandeza llega al final al punto en que sólo nos sentimos conmovidos por su ridiculez, su carácter lastimoso. También Shakespeare se nos reduce a la ridiculez cuando tenemos un instante de clarividencia, decía, pensé. Hace tiempo que los dioses sólo se nos aparecen con barba sobre nuestros jarros de cerveza, decía, pensé. Sólo el tonto admira, decía, pensé. El llamado hombre de espíritu se consume en una obra que, según cree, hará época y al final sólo se ha puesto en ridículo, llámese Schopenhauer o Nietzsche, es indiferente, sea Kleist o Voltaire, vemos a un ser humano conmovedor, que abusó de su cabeza y, al final, se redujo a sí mismo al absurdo. Que ha sido arrollado y sobrepasado por la Historia. Hemos encerrado a los grandes pensadores en nuestros armarios de libros, desde los que, condenados para siempre a la ridiculez, nos miran fijamente, decía, pensé. Día y noche oigo los lamentos de los grandes pensadores, que hemos encerrado en nuestros armarios de libros, a esos ridículos grandes del espíritu, como cabezas reducidas tras el cristal, decía, pensé. Todas esas gentes han atentado contra la Naturaleza, decía, han cometido el crimen capital contra el espíritu, y por eso son castigadas y encerradas por nosotros para siempre en nuestros armarios de libros. Porque en nuestros armarios de libros se ahogan, ésa es la verdad. Nuestras bibliotecas son, por decirlo así, establecimientos penitenciarios, en los que hemos encerrado a nuestros grandes del espíritu, a Kant, como es natural, en una celda individual, como a Nietzsche, como a Schopenhauer, como a Pascal, como a Voltaire, como a Montaigne, a todos los muy grandes en celdas individuales, a todos los demás en celdas colectivas, pero a todos para siempre jamás, mi querido amigo, hasta el fin de los tiempos y para la eternidad, ésa es la verdad. Y ay de él si uno de esos criminales capitales se da a la fuga, se escapa, inmediatamente se le liquida y se le deja en ridículo, por decirlo así, ésa es la verdad. La Humanidad sabe protegerse contra todos esos, así llamados, grandes del espíritu, decía, pensé. Al espíritu, donde quiera que aparece, se le liquida y se le encierra y, como es natural, siempre se le tacha en seguida de falta de espíritu, decía, pensé, mientras contemplaba el techo de la sala del mesón. Pero todo lo que decimos es un disparate, decía, pensé, digamos lo que digamos es un disparate y nuestra vida entera una sola cosa disparatada. Eso lo comprendí pronto, apenas empecé a pensar lo comprendí, sólo decimos disparates, todo lo que decimos es un disparate, pero también todo lo que nos dicen es un disparate, lo mismo que todo lo que se dice en general, en este mundo sólo se han dicho hasta ahora disparates y, decía, realmente y como es natural, sólo se han escrito disparates, lo que tenemos escrito es sólo un disparate, porque sólo puede ser un disparate, como demuestra la Historia, decía, pensé. Finalmente, me refugié en el concepto de aforístico, dijo, y realmente, una vez, cuando me preguntaron cuál era mi profesión, según él, respondí que era aforístico. Pero la gente no comprendió lo que quería decir, lo mismo que siempre que digo algo no comprende, porque lo que digo no quiere decir que haya dicho lo que he dicho, decía, pensé. Digo una cosa, decía, pensé, y digo algo totalmente distinto, por eso he tenido que pasarme toda la vida con malentendidos, nada más que malentendidos, decía, pensé. Para decirlo más exactamente, nacemos sólo en medio de malentendidos y, mientras existimos, no salimos ya de esos malentendidos, ya podemos esforzarnos lo que queramos, no sirve de nada. Esa observación, sin embargo, la hace todo el mundo, decía, pensé, porque todo el mundo dice algo ininterrumpidamente y es malentendido, en ese único punto se entienden sin embargo todos, decía, pensé. Un malentendido nos pone en el mundo de los malentendidos, que tenemos que soportar como compuesto sólo de puros malentendidos y que volvemos a dejar con un solo y gran malentendido, porque la muerte es el mayor de los malentendidos, según él, pensé.


El malogrado (1983)
Trad. Miguel Sáenz



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