La muerte de Petronio según Tácito

1 de septiembre de 2008





Dice Heguin de Guerle en su estudio crítico sobre Petronio y El Satiricón (Buenos Aires, El Ateneo, 1951 - Trad. Tomas Meabe):

Si hemos de creer a varios sabios, ha habido once Petronios, autores célebres los once. Desgraciadamente no nos queda de ellos más que fragmentos. Al más ilustre de estos Petronios, al que lleva el sobrenombre de Arbiter, debemos el Satiricón, monumento literario valiosísimo un tiempo por su elegancia y su fluidez, no cabe duda, pues que sus ruinas todavía valen; pero cuya llave, ha siglos perdida, no será de fijo hallada nunca, digan lo que dijeren ciertos modernos anticuarios.
(...)
Y todo se encuentra, según ellos, en una página de Tácito. Se trata de un pasaje de los Anales (Libro XVI, c. 14 y 18) relativo a la muerte del cónsul Petronio.


Era -dice Tácito- un cortesano voluptuoso, que ahora se entregaba a los placeres y a seguida a los negocios públicos. Avezado a consagrar el día al sueño, compartía la noche entre sus deberes, su mesa y sus queridas.

Idolo de una corte relajada, a la que entretenía con su ingenio, su belleza y sus liberalidades, fue mucho tiempo en ella el árbitro del buen gusto, el modelo de elegancia, y el favorito del príncipe: Pero suplantado al fin por su rival Tigelino, se adelantó a la crueldad de Nerón dándose la muerte.

Fiel epicúreo, aun en su último suspiro, miraba sonriendo cómo la vida se le escapaba con la sangre de las venas abiertas. A veces hacía que se las cerraran, para conversar algunos minutos más con sus amigos, no acerca de la inmortalidad del alma o las opiniones de los filósofos, sino sobre poesías jocosas, versos livianos y galantes.

Lejos de imitar a las cobardes víctimas del tirano, que, según morían, besaban la mano de su verdugo y legábanle sus bienes, se entretuvo en los últimos momentos en trazar un relato sucinto de los excesos de Nerón; pintóle en brazos de queridos y queridas, ultrajando a un tiempo el pudor y la naturaleza. Y luego de dirigir a Nerón en persona este testamento acusador, sellado con el anillo consular, se dejó ir muriendo tranquilamente y pareció dormirse de muerte natural.





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