Homero: Himno a Pan

25 de agosto de 2014




Háblame, Musa, del hijo amado de Hermes, caprípedo, bicorne, amante del bullicio, que frecuenta los valles poblados de árboles con las ninfas acostumbradas a las danzas; las cuales pisan las cumbres de escarpadas rocas invocando a Pan, dios de los pastores, de espléndida cabellera, escuálido, a quien se le adjudicaron las colinas nevadas, las cumbres de los montes y los senderos pedregosos. Aquél anda acá y acullá, y unas veces atraviesa espesos matorrales, atraído por las mansas corrientes, y otras pasa por entre escarpadas rocas y sube a la más alta cumbre para contemplar sus ovejas. A menudo corre por las altas blanquecinas montañas; a menudo sigue las laderas y mata fieras que distingue su penetrante vista; en ocasiones, por la tarde y al volver de la caza, grita y modula con sus cañas agradable canto: no le superaría en el cantar el ave que, lamentándose entre las hojas de la florida primavera, emite suavísimo canto. Entonces las melodiosas ninfas montaraces, acompañándole con pie ligero a la fuente de aguas profundas, cantan y el eco resuena en torno de la cumbre del monte; y el dios ora se dirige con pie ligero acá y acullá de los coros, ora penetra en medio de ellos, llevando una rojiza piel de lince sobre la espalda y alegrando su corazón con melodiosas canciones en la blanda pradera donde el azafrán y el jacinto, floridos y olorosos, se mezclan confusamente con la hierba.

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Las ninfas celebran a los dioses bienaventurados y al vasto Olimpo: y así cantan también a Hermes, que sobresale entre los demás; dicen que es el veloz nuncio de todos los dioses, y cuentan cómo se fue a la Arcadia, rica en manantiales y madre de ovejas, donde está el bosque sagrado del cilenio. Allí, a pesar de ser dios, apacentaba ovejas de polvorienta lana en casa de un hombre mortal, porque ya echaba flor el tierno deseo que le había venido de unirse amorosamente con una ninfa de hermosas trenzas, hija de Dríope; y consumó al fin las floridas nupcias; y ella le dio a Hermes, en su casa, un hijo amado que desde luego se presentó monstruoso a su vista: caprípedo, bicorne, bullicioso, de dulce sonrisa; y la ninfa se levantó y echó a correr —abandonando al niño la que debía amamantarlo—, pues le entró miedo al ver aquella faz desagradable y barbuda. Enseguida el benéfico Hermes lo recibió y tomó en sus brazos, y el dios se alegró extraordinariamente en su corazón. Y envolviendo al niño en las tupidas pieles de una liebre montés, encaminóse rápidamente a la mansión de los inmortales, sentóse junto a Zeus y los demás inmortales y les presentó su hijo: todos los inmortales se regocijaron en su corazón y más que nadie Dióniso Baquio, y le llamaron Pan porque a todos les había regocijado el alma.

48
Y así, salve, oh rey, a quien imploro por medio de este canto; y yo me acordaré de ti y de otro canto.





En Himnos Homéricos (XIX)
Traducción directa del griego: Josep Banqué i Faliú
Imagen: Homero por Philippe-Laurent Roland, Museo del Louvre




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