La música nos tienta con una tentación que está por encima de nuestras fuerzas. (Al menos
por encima de las fuerzas que podríamos sacar de los ritmos propios de nuestra alma
lingüística si pensáramos oponérselos).
Llorando, arremolinándose de dolor, nos devoramos en lo que nos funda.
La música atrae el cuerpo como su condición vital primitiva.
Igual que los salmones saltan, igual que ascienden durante toda su vida madura a
contracorriente de los ritmos y de los cursos de los ríos y del revolcarse de las olas de los
mares para alcanzar la fuente en la que nacieron, donde, porque allí nacieron, son
llamados a gozar, donde gozan, y este desove (aphros) que dejan escapar allí, al
reproducirlos los extravía seguidamente en su muerte. Igualmente un ser humano
perecería si debiera volver a acceder a la vida uterina, que es sin embargo el medio en el
que su vida comenzó, donde se desarrolló su ser, donde su cuerpo se sexuó, donde la
selección de los principales sabores de lo que preferirá en el mundo se hizo para siempre.
*
Butes: volver a la condición originaria es morir.
*
Por ello la música es una «isla» en medio del océano; una «isla» a la que toda
aproximación es imposible salvo perecer ahogado.
*
¿Quién era Butes? Se sabe poco de Butes. El nombre muy común de Butes o de Boutas en
griego significa el boyero. Su padre se llamaba Teleón. Su castillo estaba situado en Ática.
Una vez que fue lanzado por la diosa al cabo Lilibeo, fundó la ciudad de Marsala. Butes
tuvo un hijo de ella; fue el día en el que ella le arrancó de las garras de las Sirenas; ella le
concibió mientras le cogía de las aguas y lo elevaba por los aires. La diosa llamó a este
hijo Erice. Se convirtió en el señor de la montaña siciliana a la que los sicilianos le han
dado su nombre. En su cima, el hijo hizo construir para su madre un templo, el templo de
Afrodita Erícia.
*
Las Sirenas como las Sibilas se multiplicaron.
Primero sola, Seirén, estrechadora, estrechante, sofocante como la Esfinge, sphigx,
esfíntrice.
En el texto de Homero las sirenas son dos.
En el pasaje que he citado de Apolonio son tres. A Leukosia, a Ligeia se añade
Parténope. Es la sirena de Nápoles.
Licofrón el Oscuro escribió que Parténope fue el primer nombre de un faro sobre la
colina de Pizzofalcone. Después fue Paleópolis debajo del Posillipo. Finalmente, en el
emplazamiento del Castel dell’Ovo, se elevó Neapolis.
Parténope es la sirena del mar Tirreno, de la acrópolis de Poseidonia, del cabo de
Sorrento, de Procida, de Isquia, de Capri, de Paestum.
Tres lugares reivindican aún con su nombre estas sirenas. Surrentum en el fondo de
Sorrento. Los arrecifes avanzaban sus agujas entre las dos pequeñas playas de Marina
Piccola en Capri, bajo el nombre del Promontorio de las Sirenas. Finalmente los tres
promontorios de la costa de las Sirenas bordeando Amalfi.
En 1968, en Paestum, a un kilómetro de Paestum, en una tumba, se descubrió un
«sarcófago» de piedra en el interior del cual había representado un hombre que salta.
O bien este hombre que salta es un hombre joven que es empujado por la multitud
desde la piedra de la acrópolis de Poseidonia, con la cabeza por delante, el sexo colgando
bajo el vientre, sin excitación, los brazos extendidos al frente, volando todavía en el aire
blanco antes de tocar el agua de la mar hacia la que la multitud le ha proyectado.
O bien este hombre que salta es no importa qué muerto desde el instante en el que,
llegado a los confines del mundo de los vivos, tomando su impulso con los pies colocados
sobre las columnas de Hércules, salta en el mundo de los muertos representado por el agua
verdosa del Océano y el árbol de las hojas del Olvido.
*
Pocos, muy pocos, los humanos que se lanzan al agua para alcanzar la voz del agua, la voz
infinitamente lejana, la voz sin ser voz, el canto todavía no articulado que viene de la
penumbra.
Algunos músicos.
Algunos escritores más silenciosos que los demás, en páginas más mudas todavía.
Extraña penumbra maternal; extraña porque su oscuridad precede en los hombres a la
noche misma.
Butes encarna la vieja imantación sonora totalmente irrecíproca de los cuerpos que
conduce infinitamente, aorísticamente, en ellos, el canto escuchado antes del primer día.
Como los cuerpos de los fetos en el fondo del líquido sonoro oscuro, así es el cuerpo
de Butes el Argonauta pereciendo en la mar.
*
La música remite a un antaño que sin respirar —o mejor, respirando con las orejas,
respirando con el oído— escuchaba en el fondo del agua.
Jankélévitch escribió: La música nos envuelve y así nos penetra porque es vasta e
infinita como la mar.
Ahí está la imagen del primer mundo. Es la vieja agua sin porqué, sin límite de piel;
vieja agua extraña por el hecho de que, en los hombres, su experiencia precede a la de la
mar misma.
*
¿Quién no permanece en silencio ante la mar que se repite, que se yergue, que se vuelve y
que avanza y que por avanzar regresa? ¿Quién no permanece incluso en estupor antes que
en silencio, en enstasis antes que en éxtasis, del lado de las olas tan increíblemente
ruidosas, con los pies en los últimos pequeños rompientes, los pies sobre las navajas, en
los canales del agua que vuelven enseguida entre los dedos de pie, que los lamen cuando
se retiran, entre las conchas muertas, los prados abiertos, las recaídas de la espuma
blanquecina (aphros), viejo hueso de jibia rota, granos de arena que se deshacen, huellas
húmedas que aspiran, ramas de estrellas de mar muertas, girones de algas negras?
Planteo que la repetición sonora cumple la función de continente en el interior del
tiempo.
De este modo la música es el islote temporal patético en medio del surgimiento del
tiempo y de la repetición continua de la Historia.
*
En este caso todo sentimiento estético en el alma de las bestias, como en la de los
hombres, es simplemente una recaída.
Es como una re-zambullida.
Eso explica también este punto: porque no puedo escuchar la música más que solo.
Solo como en el origen. Ab ovo.
La música, en la existencia lingüística, es como la isla de las Sirenas en el mar Tirreno.
Scelsi decía: Se trata de alcanzar el corazón del sonido en el movimiento de la onda
concéntrica.
En Butes (Cap. XIV)
Título original: Butes
Pascal Quignard, 2011
Traducción: Miguel Morey
Traducción: Carmen Pardo
Editorial: Sexto Piso
Año de la edición: 2012
§
Foto: Pascal Quignard por Hannah Assouline París 2002
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