Murió Szymborska.
Quedaron más solos los gatos, las semillas y las cucharas.
Los traductores se verán en aprietos
para completar su “Poesía no completa”.
No podrán localizar la ironía que escapa por los márgenes
y corre a refugiarse en el silbido de un tren.
Pero también en la letra sucia de los periódicos
y en la borra de los cafés de la ciudad barroca.
Sin metáforas ni metonimias, rimas ni ecos,
porque no hubo tiempo para tallar diamantes,
aunque los diamantes, con su silencio, dijeran toda la verdad.
También los críticos deberán cuidarse
de censurar sus diálogos de feria.
Son escenografías en las que el cosmos se adelgaza
para hablar al oído.
Confesiones de una persona alegre
que pone los platos sobre la mesa y da de comer a los fantasmas.
Tienen años de elaboración y comparaciones traviesas,
nacen de una boca que adoptó el lenguaje de las hormigas
hasta que los gendarmes dejaron de pasar por su puerta.
Así es su poesía:
un juego irónico plagado de sobreentendidos,
en parte puestos en acto, en parte crónica viva.
Vuelo de saetas que fueron dando en el blanco.
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