La palabra libertad sirve para expresar una tensión importante,
acaso la más importante. Siempre queremos
irnos, y cuando el lugar adonde queremos ir carece de
nombre, cuando es impreciso y no vemos en él límite alguno,
lo llamamos libertad.
La expresión espacial de esta tensión es el intenso deseo
de traspasar un límite, como si éste no existiera. En el
vuelo, la libertad se remonta hasta el antiguo sentimiento
místico de ascender hacia el sol. La libertad en el tiempo
es la superación de la muerte, y nos sentimos contentos
cuando logramos aplazarla más y más. La libertad entre
las cosas es la disolución de los precios, y el despilfarrador
ideal, un hombre muy libre, nada desea tanto como
una variación incesante de los precios, no sometida a norma
alguna, una variación mudable como el clima, no influenciable
y ni siquiera realmente predecible. No hay ninguna libertad «para algo»; la gracia y la dicha de la libertad
es la tensión del ser humano que quiere ir más allá
de sus propias barreras y, para cumplir este deseo, elige
siempre las barreras más perversas. Alguien que quiera
asesinar tendrá que enfrentarse a las terribles amenazas
que acompañan la prohibición de matar, y si estas amenazas
no lo hubieran torturado tanto, seguro que se habría
cargado de tensiones más afortunadas. – Pero el origen
de la libertad se encuentra en el respirar. Todo el mundo
ha podido siempre inhalar cualquier aire, y la libertad de
respirar es la única que no ha sido realmente destruida
hasta el día de hoy.
En La provincia del hombre
Antologado en Elías Canetti, El libro contra la muerte
Título de la edición original: Das Buch gegen den Tod
Traducción del alemán: Adán Kovacsics Meszaros
Barcelona, Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Elías Canetti en el Mont Ventoux 1957
Foto de archivo de Elías Canetti
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