30 de marzo de 2018
Estefanía González: Dios en la ría
Atraviesa la ría un puente lanzado, un lento coche en él azul. La familia dentro.
Ven las barquitas, las banderas tirantes en los castillos, en los hoteles.
Se ven no se oyen clarines de metal
cómo tensan el aire.
La ría es una cópula de sal.
Del lado contrario al horizonte un titán, un dios.
Hilos de hierro atraviesan sus pantorrillas. Así aguanta el dolor y no revienta. Tendones y cinchas, mente dispersa en el paisaje, fuerza con cuero en la cintura atada.
Cráneo de caracoles.
Riega el mármol sangre espesa. Venas negras en sus muñecas.
La ría es una cópula de sal.
Dios se enerva.
Carga como si fuera un fardo a un niño de leche.
Lo sostiene por el tobillo. Sus muslos blandos, los labios combados, las rosas.
Dios: ingles de mármol de sangre lenta.
El dios escucha los estandartes.
Se detiene al borde de un grito salvaje.
Entonces hace del niño una honda,
un molinete sobre su cuerpo.
Lo blande entre gaviotas. Mazo de carne.
El niño es el sol.
Tiende los brazos. ¿A quién llama?
Mudo.
Dios huesos de piedra querría reír.
En el puente lanzado en el coche azul la familia: ojos dilatados por el miedo.
La ría es una cópula de dulzor y mar.
El niño es el sol. Está enfermo y su giro amenaza el cosmos.
Tiende los brazos.
Sol niño blandido como hacha.
Eco del chirrido de las banderas.
Todo amenaza el desorden del sol, la necesidad del dios huesos de piedra
de provocar un estallido.
El dios niño blandido
como un hacha. El sol
amenaza el cosmos.
Se hincha la ría, paisaje duro.
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