Demonios
A veces le parece al sujeto amoroso que está poseído por un demonio de lenguaje que lo impulsa a herirse a sí mismo y a expulsarse —según una expresión de Goethe— del paraíso que, en otros momentos, la relación amorosa constituye para él.
- Una fuerza precisa arrastra a mi lenguaje hacia el mal que puedo hacerme a mí mismo: el régimen motor de mi discurso es el piñón libre: el lenguaje actúa como bola de nieve, sin ningún pensamiento táctico de la realidad. Trato de hacerme daño, me expulso a mí mismo de mi paraíso, afanándome en suscitar en mí las imágenes (de celos, de abandono, de humillación) que pueden herirme; y la herida abierta, la mantengo, la alimento con otras imágenes, hasta que otra herida viene a producir un efecto de diversión.
- El demonio es plural («mi nombre es Legión», Lucas, 8, 30). Cuando se rechaza a un demonio, cuando por fin le impongo silencio (por azar o por lucha), hay otro que levanta la cabeza a la vera y se pone a hablar. La vida demoníaca de un enamorado es semejante a la superficie de una solfatara; grandes burbujas (candentes y cenagosas) estallan una tras otra; cuando una cae y se apaga, regresa a la masa, otra, más lejos, se forma, se infla. Las burbujas «Desesperación», «Celos», «Incompatibilidad», «Deseo», «Comportamiento incierto», «Miedo de perder la dignidad» (el más avieso de los demonios) hacen «plop» una tras otra, en un orden indeterminado: el desorden mismo de la Naturaleza.
- ¿Cómo rechazar un demonio (viejo problema)? Los demonios, sobre todo si son de lenguaje (¿y de qué otra cosa serían?), se combaten por el lenguaje. Puedo pues esperar exorcizar (por mí mismo) la palabra demoníaca que se me sugiere sustituyéndola (si tengo el talento del lenguaje) por otra palabra, más apacible (me encamino a la eufemia). De esta manera: yo creía por fin haber salido de la crisis y he aquí que —favorecido por un largo viaje en automóvil— se apodera de mí un desasosiego, no ceso de agitarme en el pensamiento, el deseo, el disgusto, la agresión del otro; y agrego a estas heridas el desánimo de comprobar que reincido; pero el vocabulario francés es una verdadera farmacopea (veneno por un lado, remedio por el otro): no, no es una recaída, no es sino un último estremecimiento del demonio anterior.
Fragmentos de un discurso amoroso
Título original: Fragments d’un discours amoureux
Roland Barthes, 1982
Traducción: Eduardo Lucio Molina y Vedia
Foto: Roland Barthes 1977 © Ferdinando Scianna Magnum/Photos
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