Cuando Meaume el Grabador todavía estaba en este mundo, en los últimos días de su vida, muerto de hambre y habiendo perdido la memoria, ya no reconocía los rostros. Hacía extraños gestos sobre las sábanas y hablaba con las moscas. Al final de su vida, Meaume el Grabador padeció muchas fatigas y confusiones del pensamiento. Tuvo accesos de tristeza seguidos de largos silencios. Sufrió bruscos arrebatos de odio contra los que le rodeaban. Decía que las moscas le hablaban y que eso le sorprendía. Una vez, cuando le llevaron la cena —y mientras se negaba a probarla— una mosca se posó en el borde de la escudilla. De pronto, la mosca, que estaba chupando un poco de caldo, levantó la cabeza y le dijo:
—¿Ahora eres hombre o fantasma?
—No lo sé —le contestó Meaume—. ¿Y tú?
—Yo tampoco lo sé. Pero me inclino a pensar que estoy viva —dijo la mosca, y siguió chupando el caldo de la carne.
Meaume rechazó con la mano el tenedor que le tendían y le dijo entonces a la mosca:
—Yo creo que he andado muy cerca de estar vivo. Los antepasados me visitan. Guardo dentro de mí a la mujer que perdí. Ella también me visita. Incluso se convirtió en un joven que se arrojó sobre mí bajo la sombra de un árbol en el monte Aventino. La mirada de los otros me visita y me estrangula, de lo mucho que me avergüenza. En realidad no soy yo mismo. ¿Acaso es eso ser fantasma?
—En tal caso prefiero ser mosca —dijo la mosca.
El 24, durante la tercera vigilia de las Natales, mientras todo el mundo ayuna, Meaume muere sin haber podido comer nada desde agosto.
Título original: Terrasse à Rome
Pascal Quignard, 2000
Traducción: Encarna Castejón
Foto: Quignard at the Goucourt prize 2002
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