Me grabo a mí mismo tocando piano; al comienzo es por
curiosidad de oírme; pero muy pronto ya no me oigo; lo que oigo
es, por más que parezca presuntuoso decirlo, el estar–allí de Bach
y de Schumann, la materialidad pura de su música; por tratarse de
mi enunciación, el predicado pierde toda pertinencia; en cambio,
paradójicamente, si escucho a Richter o a Horowitz, se me ocurren
miles de adjetivos: los oigo a ellos, y no a Bach o a Schumann.
¿Qué sucede? Cuando me escucho a mí mismo habiendo tocado –
después de un momento de lucidez durante el que percibo, una a
una, todas las faltas que cometí–, se produce una suerte de extraña
coincidencia: el pasado de mi ejecución coincide con el presente de
mi audición, y en esta coincidencia se ve abolido el comentario: no
queda ya sino la música (se da por supuesto que lo que queda, no
es en absoluto la "verdad" del texto, como si yo hubiese encontrado
el "verdadero" Schumann o el "verdadero" Bach).
Cuando finjo escribir sobre lo que he escrito antes se produce
de igual modo un movimiento de abolición, no de verdad. No
busco poner mi expresión actual al servicio de mi verdad anterior
(en el régimen clásico, se hubiese sacralizado este esfuerzo bajo el
nombre de autenticidad), renuncio a la persecución agotadora de
un viejo trozo de mí mismo, no busco restaurarme (como se dice
de un monumento). No digo: "Voy a describirme", sino: "Escribo
un texto y lo llamo R. B.". Prescindo de la imitación (de la
descripción) y me confío a la nominación. ¿Acaso no sé que, en el
campo del sujeto, no hay referente? El hecho (biográfico, textual)
queda abolido en el significante, porque coincide inmediatamente
con él: al escribirme no hago más que repetir la operación extrema
con la cual Balzac, en Sarrazine, hizo "coincidir" la castración con
la castradura: soy, yo mismo, mi propio símbolo, soy la historia
que me sucede: en rueda libre dentro del lenguaje, no tengo nada
con que compararme; y en ese movimiento, el pronombre del
imaginario, "yo", se descubre impertinente; lo simbólico se hace a
la letra inmediato: peligro esencial para la vida del sujeto; escribir
sobre sí mismo puede parecer una idea pretenciosa; pero es
también una idea simple: simple como una idea de suicidio.
Un día, por ociosidad, consultaba el Yi King sobre mi
proyecto. Saqué el hexagrama 29: Kan, The Perilous Chasm:
¡peligro! ¡hondura! ¡abismo! (el trabajo presa de la magia: al
peligro).
En Roland Barthes por Roland Barthes
Trad. Julieta Sucre
Barcelona, Kairós, 1978
Foto: Poster announcing Roland Barthes's exhibition
at the Centre Georges Pompidou (Beaubourg)
by Raymond Depardon / Magnum Photos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario