Nuestra Señora de las Luces que se queda sola sobre el peñasco, malquistada con tu
iglesia, favorable a sus insurrectos, no te debemos nada más que una mirada desde aquí
abajo.
Yo te he detestado algunas veces. Tú nunca estabas desnuda. Tu boca estaba sucia.
Pero yo sé hoy que había exagerado, pues quienes te besaban habían mancillado tu
mesa.
Transeúntes que somos, jamás exigimos que el reposo viniese antes de la extenuación.
Guardiana de los esfuerzos, tú no estás marcada sino por el poco amor con que fuiste
cubierta.
Tú eres el momento de una mentira alumbrada, el garrote enmugrecido, la lámpara
castigable. Yo soy asaz brusco como para hacerte pedazos o tomar tu mano. Tú estás sin
defensa.
Demasiados pillos te acechan y acechan tu pavor. No tienes otra escogencia que la
complicidad. Severo asco de construir para ellos, de tener que servirles a cambio, de
confidente.
Yo he roto el silencio, pues todos han partido y tú no tienes nada más que un bosque
de pinos para ti. ¡Ah! Corre a la carretera, hazte de amigos, tórnate corazón niño bajo la nube negra.
El mundo ha andado tanto después de tu venida que no es más que una maceta de
huesos, que un voto de crueldad. Oh, Señora desvanecida, sirvienta del azar, las luces se trasladan adonde el hambriento las ve.
Versión de Francisco Falcato
En Poemas
Recopilación y revisión de los textos: Miguel Zavalaga Flórez
Photo: René Char, Paris, 1980 -by Willy Ronis
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