25 de julio de 2012
Alberto Muñoz: El ojo en la muerte. El velatorio de los Donizetti
El olor de la carne
viene de los Donizetti.
La abuela Aurora ha muerto
ha fregado la sábana con un
vómito azul
no le han podido cerrar la boca
ni abrir la mano
donde esconde una nuez
el velorio
es a la vieja usanza
en la pieza en su casa en su vida.
Distribución de
familiares vecinos
allegados e incómodos:
sobre la izquierda
un pequeño grupo de mujeres de agua
hablan en voz muy baja
y mueven apenas los brazos
para no hundirse.
Están vestidas calcáreamente
con hojas de la orilla.
Las más jóvenes son menos materiales
la roca les ha enviado
un angélico talco
son de un suspenso inevitable
como un polvillo de hostia
evaporan sus ojos de pan ázimo
cuando miran.
Las menos jóvenes
de cola oceánica
viven en un labio de la lluvia cálida
dos mojadas
dos secas
han sido dichosas en el diente del animal
esposas en el caracol
presentidas en la memoria de las húmedas flores
flotan todas ellas
junto al cajón de la Osa mayor la abuela la muerta.
Se miran
dos miran con naturaleza
y dos con el ánimo
una lleva la ansiosa expedición del azul
en los ojos
la otra aire de plantas
van de las Antillas a la corona de calas
de la boda luminosa a la calle del ataúd
emiten el olor
de la tierra en la tormenta
miran desplazar
la bandeja con café y anís
toman una copa de anís de agua
y vuelven a mover los brazos
para no hundirse.
Sobre el ala derecha del velorio
los hijos: uno es murciélago el otro
espiral y el tercero botella de caña.
Murciélago Donizetti es pequeño
tiene un arte burlado en las orejas
se ha casado con una mujer cruel
que canta
vive donde no hay humo.
La muerte de su madre Aurora
le ha quedado como un tesoro hundido
en el ruido
¡justo a él!
¡hecho de silencio!
¡de sombras de entrepiso de silencio!
¡de insectos populares narradores
de silencio!
Las mujeres de agua lo miran
lo invitan a sus brazos
a nadar.
El cauce de sus pechos de concilio
miran
su sistema de antenas
sus pelos familiares
la dulzura y la maldad de sus ojos
que miran
a su madre
deshecha en el lodo de la luna
hinchada.
El otro hijo de la muerta
Espiral Donizetti liviano y poco sagrado
como un látigo
el hijo poderoso adinerado que no
convidaba alfajores siendo niño
y huía
de las marchas huelguistas
lleva el aire del piretro
la rienda circular en los anteojos
no habla el castellano enamorado
nacido para ocupar un contoneo
en la eternidad.
El velorio de su madre Aurora
Cecilia de Donizetti cumple
¡lo que es capaz de hacer la muerte
con aquel que se atraganta de avellanas
nueces
frutas secas!
Una de las mujeres de agua (la mojada)
se acercó para tenderle la voz.
Espiral tuvo el círculo del beso
el hechizo
como la extensión de aquella palabra descalza
que llevó su corazón
a enamorar a las monedas
montado sobre la música del ojo de su madre
que mira
el agua del caer
en Espiral.
¿Piensan los muertos?
El ojo aprende
que no cabe mirar
los ojos de Aurora no dicen intuir la corbata
de sus hijos
¿Saben los cadáveres que son fósforo
y no luz de la fijeza?
Huye el pabilo del párpado para siempre.
Llora Espiral
en el dinero de su antiquísimo deseo
una voluta plástica lo llama
desde el borde del cajón
es el costado eléctrico de su madre
que despide
se ven las horas en un cable de misterio
la carne cristiana la vegetación.
Las mujeres de agua vuelven al anís
se derrama una taza de café en la bandeja
de plata.
Espiral mira a su hermano
que lo mira:
Botella de Caña.
Botella de Caña Donizetti
es de vidrio y relojero.
Palpa el adulterio de las agujas con tanta facilidad
que los números
fijan su destino atados a un juramento de lujuria
el tres con su teta de muñeca
el seis bebiendo santidad el uno con su negro
manto del ponto
el número perdido
el instante
el único esplendor es el instante.
El instante
la habitación del instante
la casa del instante
la caja de madera de la madre del instante.
”Has visto m’hijito (Aurora es su madre
en el recuerdo) te has pinchado un dedo
con la aguja, te has tragado una ruedita,
has perdido el péndulo y la llave.”
El instante
su madre viva no está viva
su muerta no es su madre
ve pasar las copas de anís vacías
mira a su hermano
que mira a las mujeres de agua mirarse
el agua en los vestidos
es inútil
huelen a carne los Donizetti
sacada del fuego.
En También los jabalíes enloquecen
Buenos Aires, Araucaria, 1998
Blog del autor
Cortesía: Marisa Negri
Foto original color: Marisa Negri
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