Ni una sola nota tocó Glenn jamás sin cantarla al mismo tiempo, pensé, ningún otro pianista tuvo esa costumbre jamás. Él hablaba de su enfermedad pulmonar como si fuera su segundo arte. Que habíamos tenido al mismo tiempo la misma enfermedad y la habíamos tenido luego siempre, pensé, y a fin de cuentas también Wertheimer contrajo esa enfermedad nuestra. Pero Glenn no pereció por esa enfermedad pulmonar, pensé. Lo mató la falta de soluciones en la que, durante casi cuarenta años, se metió tocando, pensé. No renunció al piano, pensé, como es natural, mientras que Wertheimer y yo renunciamos al piano, porque no lo convertimos en la misma monstruosidad que Glenn, que no salió ya de esa monstruosidad, y que tampoco quiso en absoluto salir de esa monstruosidad.
Thomas Bernhard, El malogrado
Trad. Miguel Sáenz
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