Voy dos veces por día a revisar el buzón. A las once de la mañana y a las cinco de la tarde. El cartero suele pasar más temprano, por la mañana entre las nueve y las once, es muy irregular, y por la tarde hacia las cuatro.
Voy a revisarlo lo más tarde posible para asegurarme de que ya ha pasado porque de lo contrario el buzón vacío me daría falsas esperanzas, pensaría: «Tal vez no ha pasado todavía», y tendría que bajar otra vez más tarde.
¿Han abierto ustedes un buzón vacío? Seguramente. A todo el mundo le pasa. Pero a ustedes les importa un bledo, les da lo mismo que esté lleno o que contenga algo, una carta de la suegra, una invitación a una inauguración, una carta de unos amigos que están de vacaciones.
Yo no tengo suegra, no puedo tenerla porque no tengo mujer.
Tampoco tengo padres, hermanos ni hermanas.
De todos modos no tengo forma de saberlo.
Nací en un orfanato. No nací allí, está claro, pero allí fue donde tomé conciencia de estar en el mundo.
Al principio me parecía normal, creía que la vida era eso, un montón de niños más o menos grandes, más o menos perversos, y unos pocos adultos que estaban allí para defendernos de los más mayores. No sabía que había niños en otros lugares con parientes, con un padre, una madre, hermanas, hermanos, una familia como se le suele llamar.
Más tarde conocí a esos niños de otro mundo que tenían padres, hermanos y hermanas.
Entonces empecé a imaginar a mis padres, porque sin duda los había tenido —los niños no nacen entre coles— y también a mis hermanos y hermanas o, con un poco más de modestia, mi hermano o mi hermana.
Situé mis esperanzas en el buzón.
Esperaba un milagro, una carta del tipo:
«Jacques, por fin te encuentro. Soy tu hermano, François».
Aunque evidentemente hubiera preferido:
«Jacques, por fin te encuentro. Soy tu hermana, Anne Marie».
Pero François y Anne Marie no me encontraban.
Y yo tampoco los encontraba a ellos.
También me conformaría con una carta de mi madre o mi padre. Los imagino con vida aún, soy bastante joven. Uno u otro podrían escribirme, por ejemplo, algo como:
De mi madre:
«Querido Jacques, me he enterado de que tienes buena posición. Te felicito por haber llegado donde estás. Yo sigo en la miseria y la pobreza, igual que cuando naciste. Pero me alegra saber que por fin vives cómodamente. No pude quedarme contigo y educarte como hubiera querido por culpa de tu padre, que me abandonó cuando estaba embarazada de ti a pesar del enorme deseo que tenía de estrecharte contra mi pecho para siempre.
»Ahora soy vieja, a lo mejor podrías mandarme un poco de dinero, puesto que soy tu madre y estoy en la pura miseria por culpa de mi edad y de que nadie quiere contratarme para trabajar. Tu madre que te quiere y piensa mucho en ti».
De mi padre:
«Querido hijo. Siempre he querido tener un hijo y estoy orgulloso de ti porque tu situación es buena. No sé cómo habrás llegado a tan buena posición, yo no he logrado nada y, sin embargo, he trabajado toda la vida como un condenado.
»Cuando tu madre me dijo que te llevaba dentro me fui en un barco, viví en los puertos y los bares, era infeliz porque pensaba que tenía una mujer y un hijo en alguna parte, pero no podía estar con vosotros porque ganaba muy poco dinero y me lo gastaba en beber para ahogar el dolor que llevaba dentro al pensar en vosotros. Ahora estoy debilitado por el alcohol y las desgracias y nadie quiere contratarme en los barcos. Hago lo que puedo en los puertos pero no es gran cosa, soy viejo. Así que si puedes, dada mi situación, mandarme un poco de dinero, será bienvenido. Tu cariñoso padre para toda la vida».
Ése es el tipo de carta que esperaba y con cuánta alegría habría acudido en su ayuda, qué felicidad me hubiera supuesto contestarles.
Pero no había nada, nada parecido en el buzón, nada hasta esta mañana.
Esta mañana he recibido una carta. Provenía de uno de los mayores empresarios de la ciudad. Un nombre muy conocido. He pensado que se trataba de una carta oficial, de una oferta de trabajo. Soy decorador. Pero la carta empezaba así:
«Hijo mío:
»Sólo fuiste un error de juventud en mi vida. Pero he asumido mis responsabilidades. A tu madre le di una buena posición social, podría haberte educado sin trabajar, pero lo único que hizo fue aprovecharse de mi dinero y te metió en un orfanato para poder seguir llevando una vida desordenada. (Me enteré de que murió hace unos diez años).
»Como estaba en el punto de mira, no pude ocuparme de ti en persona porque ya tenía una familia legítima.
»De todos modos me gustaría que supieras que nunca te he olvidado y que siempre me he hecho cargo de ti por vías indirectas. (Yo me encargué de los gastos de tus estudios y de la beca para bellas artes).
»Tengo que reconocer que tú por tu parte te has apañado bien y te felicito por ello. Seguro que lo heredaste de mí porque yo también empecé de cero.
»Por desgracia no he tenido más hijos, sólo hijas y mis yernos son unos inútiles.
»Ahora estoy en el ocaso de mi vida y ya no me importan las formalidades. He decidido dejarte la dirección de mis negocios porque estoy agotado y me gustaría descansar.
»Así que te pido que vengas a verme a mi despacho, a la dirección del membrete, el próximo 2 de mayo a las tres de la tarde.
»Tu padre».
A continuación aparece su firma.
Ésa es la carta que he recibido de mi padre después de treinta años de espera.
Y está seguro de que iré a su despacho el próximo 2 de mayo a las tres de la tarde lleno de alegría.
El 2 de mayo es dentro de diez días.
Esta noche estoy sentado en un aeropuerto y espero un avión para Asia.
¿Por qué Asia?
Podría ser a cualquier sitio con tal de que mi «padre» no pueda encontrarme.
En Agota Kristof: No importa
Título original: C’est égal
Agota Kristof, 2005
Trad.: Julieta Carmona Lombardo
Foto: © Jean-Pierre Baillod
La fotografía data de la década de 1970,
La fotografía data de la década de 1970,
tomada en el viaje de regreso de Agota Kristof de Hungría a Suiza,
luego de su primera estadía en su país natal después del exilio
Buenísimo!! A veces mejor no saber ...
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