13 de julio de 2020

Agota Kristof: El pájaro muerto




En mi imaginación, un camino pedregoso conduce al pájaro muerto.

—Entiérrame —me pide y, en los ángulos de sus miembros rotos, los reproches se mueven cual gusanos.

Me haría falta tierra.

Tierra negra y pesada.

Una pala.

Yo sólo tengo ojos.

Unos ojos empañados y tristes que se mojan en un agua glauca.

Los he trocado en el mercado de cosas viejas por unas cuantas monedas extranjeras, sin valor. No me ofrecían ninguna otra cosa.

Los cuido, los froto, los seco en un pañuelo sobre mis rodillas. Prudentemente, para no perderlos.

A veces arranco una pluma del cuerpo del pájaro y dibujo unas venas de color púrpura sobre esos ojos que son mi único caudal. También suelo tiznarlos por entero. Entonces el cielo se nubla y empieza a llover.

Al pájaro muerto no le gusta la lluvia. Se empapa, se pudre, despide un olor desagradable.

En tal caso, incomodado por el olor, voy a sentarme un poco más lejos.

De vez en cuando, me hago promesas:

—Iré a buscar tierra.

Pero realmente no creo que lo haga. El pájaro tampoco se lo cree. El me conoce.

¿Por qué se habrá muerto precisamente aquí, donde lo único que hay son piedras?

Una buena hoguera también resolvería el asunto.

O unas grandes hormigas rojas.

El problema es que todo es muy caro.

Para comprar una caja de cerillas hay que trabajar durante meses y las hormigas son carísimas en los restaurantes chinos.

De mi herencia, ya casi no me queda nada.

La angustia se apodera de mí cuando considero el poco dinero que me queda.

Al principio derrochaba sin sacar cuentas, como todo el mundo, pero ahora tengo que tener más cuidado.

Sólo compraré lo absolutamente indispensable.

Por consiguiente, ni hablar de tierra, de pala, de hormigas, de cerillas.

Por otra parte, y mirándolo bien, ¿qué tengo yo que ver con los funerales de un pájaro desconocido?




















En Ayer
Título Original: Hier (1998)
Traducción de Manuel Pereira

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