7 de febrero de 2020

Jorge Luis Borges: Virgilio







Hasta el movimiento romántico, que se inició, tal es mi opinión, en Escocia, al promediar el siglo dieciocho y que se difundió después por el mundo, Virgilio era el poeta por excelencia. Para mí, en 1982, es casi el arquetipo. Voltaire pudo escribir que si Homero había hecho a Virgilio, Virgilio es lo que le había salido mejor. En la inconclusa Eneida se conjugan, según se sabe, la Odisea y la Ilíada. Es decir, la vasta respiración de la épica y el breve verso inolvidable. En la cuarta Geórgica leemos: In tenui labor. Más allá del contexto y de su interpretación literal esas tres palabras bien pueden ser una cifra del delicado Virgilio. Cada tenue línea ha sido labrada. Recuerdo ahora: 

Adgnosco veteris vestigia flammae. 

Dante, cuyo nostálgico amor soñaría a Virgilio, la traduce famosamente: 

Conosco i segni dell’antica fiamma

Virgilio es Roma y todos los occidentales, ahora, somos romanos en el destierro. 

Septiembre de 1982 


Virgilio. De los poetas de la tierra no hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor. Más allá de Augusto, de Roma y de aquel imperio que a través de otras naciones y de otras lenguas es todavía el Imperio. Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la Comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres.

«Prólogo» a Virgilio, La Eneida, 1987 *




En Borges A/Z
Compilación de Antonio Fernández Ferrer y J. L. Borges
Buenos Aires, Colección La Biblioteca de Babel n° 33, 1988

* Prólogo completo

Imagen: Borges en Mexico, 1973
© Rogelio Cuellar


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